Cruza una paloma sola blanca el aire verde, cálido y dorado. Sin motivo aparente. Como la rosa que admiro ensimismada en el extremo de su tallo, siempre dispuesta a perfumar. He ahí la paloma conforme con lo que es.He ahí la rosa. Satisfechas las dos. No aspiran a ser algo distinto. No desean, ni por tal causa se consumen, mayor blancura ni mayor perfume. Su gracia reside sólo en ser ellas. Los celos y la envidia no caben entre estos setos y arriates. LA CASA SOSEGADA de ANTONIO GALA.
Qué difícil y a la vez qué apacible se me hace la idea, poco común e ignota, de pensar en nuestro mundo como en la casa sosegada de A.G. Aquella en la que se pudiese hacer cuanto se sintiera de verdad sin corromper, sin herir ni hacer sufrir al otro. Imagino por un momento, esta casa nuestra serenamente habitada; por fin un hogar sosegado con el debido y necesario silencio como para reflexionar un rato, como para ser agradecidos con la vida a la medida de la conformidad de la paloma o de la rosa.
Sin rosas y sin palomas pero sí en una salvaje, inhóspita y solitaria isla imagino ahora al personaje de DANIEL DEFOE: Robinson Crusoe. En su novela, R.C se convierte (tal vez de manera autobiográfica) en la alegoría de una durísima supervivencia supeditada a la dependencia de una única esperanza, la de sobrevivir.
Asimismo nuestro personaje imaginario significa la simbiosis entre lo que es, la independencia y la soledad del hombre y la dependencia y la relación (ficticia) que se establece con su compañero Viernes o con el presentimiento de éste. El aislamiento, y no muy a la larga, deshumaniza; la dependencia (o interdependencia) entre las personas, en tanto que nos hace más humanos, nos engrandece y humaniza. El hecho mismo no ya humano sino también intrínseco de reconocerse alguna vez necesitado de alguien y en su caso de pedir la ayuda necesaria, no es un acto de pequeñez, sino de admirable grandeza. De hecho, nuestro Crusoe no sobrevivió solo. Vivió con la esperanza de que alguna vez contaría su aventura a alguien o con la ilusión de encontrar la huella de otro ser humano en la arena.
Admitamos no ya en términos políticos, sino evolutiva y biológicamente hablando, que somos, y de manera innata, seres dependientes; dependientes al principio, dependientes durante (quizá relativamente con menor urgencia) y dependientes al final de nuestra vida. Dicho lo cual, y por serlo, no pensemos, por ello, que somos personas menos dignas y menos valiosas. Las rosas dependen de las manos que las rieguen; y las palomas, ayyy…las palomas si se fijan, siempre se acercan a nuestras mesas si tienen algo de pan que llevarse con el pico a la boca.
USUE MENDAZA