Alas de cera
A veces me parece tener, como Ícaro, dos alas de cera y entonces no cabe duda que si me acercara mucho al sol, me derretiría y me caería, en un santiamén, al más grande de los vacíos. Tengo una vida y dos riñones que no me funcionan. Tengo también una mujer, Estela, que me adora y que haría cualquier cosa por mí, incluso ser mi donante, pero nos han confirmado, tras pruebas exhaustivas, que somos incompatibles. Incompatibles. Dependo tres días a la semana de una máquina a la que me conectan y que limpia mi sangre. Una isla. A veces me gustaría ser una isla. No hay máquinas en las islas. En ellas hay cimas, palmeras, aves y montañas en cuyas laderas viven miríadas de seres con los ojos bien vivos y abiertos. Los míos hace tiempo que perdieron su viveza. Pero estoy vivo. Y mientras vivo y me someto a diálisis, imagino que vuelo sobre mi isla, con sus playas, sus árboles y su promontorio montañoso. Hace tiempo que no cojo un avión. La última vez que viajé fue en una compañía de bajo coste a un hotel medianamente aceptable con un concierto hospitalario para que yo pudiera acudir al hospital. Pero no merece la pena todo ese trasiego.
Trasiego el que hay a las 14:30 UTC en el Aeropuerto de Madrid. El trabajo de controlador a Esteban le exige máxima dedicación. Se levanta a las tres y media y los veranos en la torre son complicados. Hoy la mañana se le presenta complicada. Debe dar máxima prioridad al vuelo ANE 8005 procedente de Nantes por traslado de órgano y todo debe funcionar con la exactitud de la máquina de un reloj. La comunicación, de suma importancia en el mundo aeronáutico, debe ser clara, breve, muy fluida y concisa. Operaciones, Coordinación y Torre comprueban que todo está listo en plataforma y se verifica la ruta de aproximación más corta. El radar identifica el aparato en cuestión. Altitud de pies en descenso. Posición verificada y correcta. Antes del aterrizaje, el médico francés a bordo asegura con sus brazos la verticalidad de la nevera a la vez que se abrocha el cinturón de seguridad.
Mi nefróloga se acerca a mi cama y me cuenta la anécdota que le contaba su abuela. En un aeropuerto, preguntaron a un escritor hacia dónde se dirigía. Cuando indicó su punto de destino, escuchó: “Pero eso está muy lejos”. Y él respondió: “Lejos, ¿de dónde?.” “Ves”, me guiña mi médica con complicidad. “Todo es del color del cristal con el que se mire”. Y yo la vida la miro, y de frente, procurando que el color de mi cristal no sea cada vez más grisáceo. Cierro los ojos. Quisiera despertar en un mar de peces de colores, con ansias de pegarme al cántaro de la vida. Mientras, mi vida es la máquina sin la que no podría seguir viviendo. La opción del trasplante siempre está ahí, pero desde que me confirmaron que Estela y yo somos incompatibles, tal cual, qué sabrán los médicos de incompatibilidades, vivo con la esperanza de encontrar un donante. Porque nunca se sabe con la solidaridad de las personas altruistas. Sin embargo, la palabra “incompatible” me cayó como un jarro de agua fría sobre mi cabeza. Y con la cabeza, nunca se sabe. A veces me parece tener dos alas de cera.
Hoy, me he levantado con humor. He pensado, y muy bien pensado, que, a pesar de todo, soy un tío con suerte por tener al lado a mi mujer. Conozco a muchos enfermos que no cuentan con esa suerte. De hecho, sus parejas han decidido abandonarles porque no han querido saber nada de la enfermedad. Estela es siempre la que coge el teléfono en casa cuando suena. No vaya a ser que llamen del hospital y tengamos que correr con todos los trastos.
20:00 h Universal Time Coordinated. Aeropuerto de Madrid. El Ejecutivo de Servicio comunica a la Torre de Control que el dispositivo de emergencia médica está completamente listo para recibir al equipo de profesionales que acompañan al órgano. Se envía el correspondiente NOTAM. El TOAM recorre la pista con las luces de emergencia. 20:15 Aparato con calzos puestos. IBK. La hora programada coincide con la estimada. Ni un minuto de retraso. Todo debe hacerse de forma ágil y rápida según marca el Procedimiento en este tipo de casos. Desde la Torre, Esteban puede divisar toda la Plataforma y aunque en tamaño minúsculo, todos los movimientos de la operación que ha sido calculada y organizada al milímetro. Siempre hay un tiempo límite que son las horas, cruciales, de vida de un órgano. También divisa el sol poniente. Ya se acerca la hora de irse a casa. Hoy se marchará, como siempre, con la gratificación del trabajo bien hecho y además con una satisfacción muy grande. Sabe que España está a la cabeza de donación de órganos, pero no por obra y milagro del Espíritu Santo. Sabe que esta posición en el ranking internacional es posible gracias a todos los partícipes del proceso, siempre tan profesionalmente implicados. Y son estas situaciones en concreto, las que hacen que su trabajo valga realmente la pena. Cansado, pero satisfecho, entra a su coche, sintoniza la radio y desconecta de toda la vorágine diaria. La carretera está congestionada así que tardará más de una hora en llegar a casa. Paciencia.
Hobbies no he tenido muchos. Cazar, si acaso. La caza es una afición, paciente, que requiere de buen estado físico, algo que he ido perdiendo con los años. Ahora he sustituido esa afición por los puzles. Requieren concentración y también paciencia, virtud ésta última que siempre me ha acompañado. Se necesita una gran dosis de ella cuando la vida te va cortando las alas y cada día te ves más limitado. Y a pesar de todo, lo llevo todo con toda la dignidad del mundo. En mi etapa laboral, ya avanzado mi problema de salud, tuve compañeros de trabajo que yo consideraba exitosos. Tenían cargos de Alta Dirección en la empresa, eran Ejecutivos y Ejecutivas con sus buenos coches y sus buenos sueldos. Pero como todo, el éxito, siempre relativo, es del color del cristal con el que se mire. Ahora tengo suerte si no me sangra la vena de mi brazo, si no me dan calambres en las piernas mientras duermo y si tengo a mi lado a mi compañera de fatiga que es la que me cura y me coloca los apósitos de turno.
Me asombra que Estela no mire a otros hombres. Desde hace años no mantenemos relaciones sexuales y yo, como hombre, siento que no le hago feliz. Pero ella me contesta que no me preocupe, que no sufra más de lo necesario y que le crea. Que es feliz conmigo. A ella no le gusta alternar y yo no puedo beber. Ella come todo sin sal y yo la tengo prohibida. Casi un tándem perfecto. Hemos aprendido a vivir los dos la enfermedad con normalidad y en verdad, hacemos una pareja perfecta dentro de lo que es obvio en nuestras vidas. Esta tarde nos quedamos en casa viendo una película. A mí me gustan las comedias. Mientras me parto de risa con una escena de esas que te evaden de casi todo, desvío la mirada hacia el teléfono del aparador. No suena y si lo hace no es del hospital. Mierda. Vuelvo a reír a carcajada limpia al ver la cómica escena donde el bajito y patoso actor de reparto le pide matrimonio a la atractiva protagonista.
Mi mujer, que es siempre quien coge el teléfono en casa, está en la ducha. Le pregunto si le queda mucho, pero me responde que sí, que todavía está probando la temperatura del agua. Suspiro hondo, veo un número largo y cojo el auricular tembloroso. Cuando escucho a mi interlocutor, enmudezco de inmediato. “¿Quién es?” me grita mi esposa varias veces desde el baño. Primero dudo, luego balbuceo y un segundo más tarde le espeto con un grito entremezclado de rubor, miedo, alegría y sorpresa: “Del Hospital. ¡¡Es del Hospital!!”. Y entonces ella se acerca a mí con la toalla mojada y me abraza fuertemente: “Por fin, corazón, por fin. Ya verás que esta vez sí!!.”
Hace tres meses de mi operación y ya hemos vuelto ambos a casa. Ahora me quedan mil cosas por hacer. A veces sueño que vuelo en un avión con alas de cera, que se acerca de una manera tan peligrosa al sol, que cae al mar. Aunque la mayoría de las veces, sueño que alguien me adorna con una laurea de postín, como Atenea, para presidir la ceremonia de mi coronamiento donde doy las gracias a todas y cada una de las personas que han hecho posible que sea, en realidad, un hombre nuevo.
USUE MENDAZA