Ahora estoy cansado, muy cansado. Cansado de vivir. Cansado de seguir vivo durante tantos años, y perdón por la redundancia, aunque creo que nadie va a leer esto, también sé que he de escribirlo de forma correcta, como siempre he intentado.
Exactamente no puedo calcular mi edad, pero me encuentro en el siglo XXIII y con eso puedo afirmar con algún margen de error que ya he cumplido mis 250 años de vida.
En estos momentos vivo en un lugar del planeta Tierra que desconozco totalmente. Hace bastante calor, lo cual puede dar a la sospecha de encontrarme en alguna región meridional, pero debido al incesante y en aumento sobrecalentamiento de la atmósfera, me niego a esa suposición. Sólo sé que es el amanecer de un día más, en los tantos que llevo vividos en este decadente mundo.
A pesar de mi cansancio, tengo ganas de escribir, aunque sólo sea unas pequeñas líneas que, debido a una triste y pertinaz inercia, creo que van a ser muy tristes.
La ignorancia del lugar en el que estoy no se debe a mi mala memoria, sino a que éste planeta y sus estados, países y provincias, han cambiado tanto de posición geográfica, y en la mayoría de los casos hasta han desaparecido, que a uno se le olvida qué país ocupaba este territorio antaño.
Toda la maldad que había encerrada en este mundo y que esporádicamente daba pequeños coletazos, mostró su verdadera razón de ser. Después de siglos de guerras, revoluciones y demás sinónimos de violencia, todo desembocó en el más grande de los desastres.
El ser humano confirmó que al igual que podía superar la barrera del sonido con un aparato construido por él mismo, batir marcas imposibles en los deportes, o desvelar misterios casi quiméricos en el campo de las ciencias, también se auto superaba en lo referente a la aniquilación o la destrucción.
El terrorismo a gran escala fue la espoleta de lo que ocurrió allá por 2057. El eterno conflicto de Oriente Medio, ese cáncer crónico e histórico provocó una fatal metástasis por toda la faz de la tierra, aunque hay que reconocer que ellos no fueron los únicos culpables, eso se le achacará siempre a toda la humanidad, incluyéndome a mí mismo.
Aquella mañana del 16 de Octubre de 2057, alguien sin avisar a nadie, lanzó un artefacto atómico a una gran potencia mundial, provocando la muerte de millones de personas en segundos. Lo que pasó después fue ya inevitable. El país afectado por el poder destructivo de la bomba, respondió con otra si cabe, más potente aún….y así, sin nada más, sin hacer ningún disparo con otra arma, sin ninguna palabra, la Tierra cayó en lo que es actualmente, un pobre enfermo en fase terminal, sin posibilidad alguna de cura.
Ciertamente sé que país fue el primero en lanzar la primera piedra y el aquejado que acto seguido le replicó, pero como ya he dicho, en un mundo en el que ya no existen los límites fronterizos ni los nombres de los antiguos estados, eso ya no importa; que más da, ya han pasado 200 años de aquel suceso que sumió a todo el orbe en la más profunda de la oscuridad. Las nuevas generaciones han crecido en las ruinas del conflicto atómico. Algunos de sus miembros ni siquiera saben lo que pasó, yo puedo afirmar con total seguridad que soy el único ser humano vivo actualmente que presenció tal hecho.
Aquel gran descubrimiento médico fue la causa, rejuvenecimiento celular lo llamaron, por el cual un hombre sano y fuerte conseguía vivir una media de casi doscientos años, logrado a mediados del siglo XXI, el cual es el secreto de que yo esté vivo hoy, con la apariencia física de un hombre de setenta años. Fue el último adelanto de la humanidad.
Como yo sobrevivieron muchísimos más afortunados que, tiempo después, se demostró que no lo eran tanto. Mi caso es especial. En aquellos días yo era corresponsal de la NASA en el recién pisado por el hombre planeta Marte. Cuando aconteció la tragedia yo y mis compañeros, estupefactos todos, e inquietos, después de seguir día a día las noticias que nos llegaban desde Houston, perdimos la comunicación, asumiendo que teníamos que preparar el viaje de vuelta nosotros solos, sin ningún tipo de ayuda externa. Fueron los peores momentos de mi vida. Ver a 12 hombres en un trasbordador inmersos en el espacio, sin saber si podíamos llegar vivos a casa. Al final lo conseguimos, pero sólo Dios sabe que de haber sabido lo que nos íbamos a encontrar, más de uno hubiese deseado no volver jamás. Ocho del grupo, yo entre ellos, perdieron a su familia entera; mujer, hijos, madre, padre, etc, etc….
Nuestro planeta era una enorme sandía con 2 impresionantes socavones, en el que uno de ellos abarcaba desde el norte de Oceanía hasta el este del mar Mediterráneo, siendo el otro el más espeluznante; desde el este de los EEUU y el mar Caribe, llegando hasta las costas Occidentales de África. Siempre me he preguntado, que cómo es posible que un elemento,(el hombre), mucho más insignificante que todos los demás que pueblan la Tierra, incluso sin ser tan antiguo, sin ser partícipe en su creación, pudiera ser capaz de su destrucción con sus propios medios.
Mi vida posterior a la catástrofe fue un deambular de acá para allá, intentando salvar una vida aquí, dar de comer a un niño allí; viendo como miles de criaturas perecían de hambre o de frío en el mejor de los casos; el peor era morir por las radiaciones venenosas tras las bombas.
Yo había sido un escritor y un periodista muy popular en el campo de las ciencias y la investigación, de ahí mi traslado al planeta rojo. Conocí el éxito. Fui amigo de hombres poderosos, de magnates que ya no sabían donde guardar su fortuna. De grandes y buenos hombres, así como de mendigos, viciosos de todo tipo, asesinos, estafadores… Mi gran afición a la escritura, a escribir cualquier cosa que estuviese relacionada con el mundo que me rodeaba, me obligaban a amistar con gente de toda índole y condición, fuente inagotable de inspiración para un novelista, como era yo, además de columnista en los más prestigiosos periódicos del planeta y en la mayoría de las revistas de divulgación científica.
Experimenté el amor. Se llamaba Ludmila. Era de la antigua república checa. Violinista de profesión, vocación y sacrificio. Su cuerpo era del mismo color de las nubes en invierno. Su pelo casi interminable y cada vez que se lo soltaba, -lo cual era casi siempre-, parecía que una hermosa noche había llegado.
Su escultural figura sólo era comparable a su forma de tocar el violín, las dos cosas rozaban la perfección. Con ella conviví durante 15 años. Su carácter era de lo más frágil y delicado que he conocido; a veces creo que fue mejor que ella entrara en el espantoso número de victimas de aquel fatídico día, ya que estoy seguro de que no habría soportado el ver tanta miseria y desolación juntas como hay ahora.
En numerosas ocasiones me increpaba mis muestras de lujo y derroche. Yo ganaba mucho dinero, gustaba de dar fastuosas fiestas a mis amigos y colaboradores, algo a lo que ella se sentía indignada….’’habiendo tanta hambre en el mundo’’….me decía; infeliz, si viera lo que hay ahora; si supiera que hoy en día en más de un lugar mucha gente espera a que el ‘’vecino’’ se muera para comérselo. Ludmila sólo era feliz con dos cosas: un violín y un grupo de niños escuchándola tocar.
La recuerdo cada día y cada noche, a pesar de su increíble frialdad para con todo lo que la rodeaba. Pero no era ese tipo de frialdad temeraria e insensible, al revés, es que era de carácter frío, hasta en la cama mostraba ese rasgo tan suyo, aunque yo sólo me conformaba con sus caricias y cuánto daría hoy por una sola de ellas.
Sueño con volver a estar a su lado. Con bailar al son de uno de sus cálidos solos de su inseparable instrumento. Ahora sin poder disfrutar nada de eso, mi vida sólo transcurre en torno a dos objetivos; sobrevivir en este ambiente tan misérrimo el mayor número de días posibles y que mi memoria permanezca intacta durante ese tiempo, pese a mi eterno cansancio psíquico.
Cedo un poco en este breve pero estimulante ejercicio de recuerdos de mi pasado y observando por la única ventana que poseo en este habitáculo prefabricado en el cual vivo, veo a varios niños jugar en un triste descampado, sin un árbol en el que apoyarse o subirse.
No sé muy bien a qué juegan, sencillamente corren de un lado a otro, y me digo a mi mismo una especie de rima que me viene a la mente de forma espontánea: ‘’Oh, Dios mío; observa a tus hijos, porque tuyos ya no lo son, ahora son hijos de la destrucción’’….
Podría sacar de mi fiel mochila esa pelota tan antigua, buscarles el modo de inflarla,- lo que resultaría un tanto difícil – y enseñarles a jugar al fútbol, aquel deporte del que no oí hablar más desde el cataclismo, que fue duramente criticado por algún que otro erudito o que defenestró a muchos humanos por violencia o por un mal uso de alguna que otra sustancia nociva tiempo antes de la hecatombe mundial.
Nunca podré negar que fue mi deporte favorito y que se las basto él solo durante muchos años para mover masas de personas y toneladas de dinero. Pero creo que no voy a hacer eso, si lo hiciera, como humanos que son esos chiquillos, podría sembrar más de una semilla de enemistad y vehemencia, y esos es lo que menos falta les hace.
Mejor dejarlos así, tal y como están, con su desconocido, para mí, juego y sus pequeños ratos de felicidad dentro de su dolor.
Alguien dijo una vez, que no existen épocas malas y épocas buenas, existen hombres malos y hombres buenos. Yo, viendo lo que hoy día acontece, creo que existen las dos cosas.
Los hombres que han sido malignos nos han traído una época maligna, pero también es viceversa, las épocas malignas forman hombres malignos y si uno de esos niños que está creciendo en una era nefasta, llega a mayor, ése día será un mal hombre por culpa de esta crianza y debido a su total desconfianza y a su instinto de supervivencia, se comportará mal con su sociedad y hasta consigo mismo.
No es igual que un niño se desarrolle en un entorno lleno de felicidad y alegría, a uno como los que ahí hay, que lo está haciendo en un sitio tan hostil y deprimente; salvo excepciones de un lado u otro siempre ha sido así, en este planeta al que llamamos Tierra.
Podría escribir un poco más acerca de las penurias actuales. Por ejemplo, que nada de lo mucho que el humano conocía existe ya…ni las religiones, ni los gobiernos, ni la economía, ya que todo cayó en el olvido. ¿De qué serviría hoy todo eso?.
La religión actual es creer en la supervivencia de cada uno; el gobierno es el que ejercen algunos,(la inmensa minoría), padres sobre sus hijos, hasta que unos u otros se quedan en el camino; y la economía es la de…’’si tú quieres algo de comida que a mí me sobra, te la cambio por algo de ropa o por alguna máquina o artefacto antiguo’’…(coche, moto, lancha o arma de fuego)…que en la mayoría de las veces, o no funciona, o está algo oxidado y la comida deja muchas dudas acerca de su salubridad e higiene.
Así que éste es el mundo en el que ahora subsisto y por el que me siento obligado a seguir haciéndolo. Permanezco aquí y no sé por cuanto tiempo más continuaré en ello.
Dicho ya todo esto, voy a abandonar esta pequeña muestra autobiográfica, ya que si alguien en el futuro lo lee, le bastará con lo poco que he escrito para saber que hubo un tiempo en el que el ser humano creía y buscaba otras cosas, buenas y malas, aunque más malas que buenas.
Voy a dormir un poco, a ver si logro soñar con una vida mejor que esta. Mi sueño preferido es el de que nos visita una súper civilización galáctica que, en son de paz, buena voluntad y una poderosa tecnología cambia todo esto en un abrir y cerrar de ojos. O mejor soñaré contigo, Ludmila, con tu violín, con tus caricias, con tu sedoso pelo negro, con tus ojos, con tu…..
El pobre hombre se quedó dormido con su más bonito sueño. Cuando despertó, se encontraba en una lujosa habitación, en una enorme cama, con una ventana que mostraba un idílico jardín, lleno de árboles y con un canto de pájaros muy placentero.
‘’La mañana es hermosísima’’, dijo entre dientes. Se levantó sin pereza alguna, tomó una reconfortante ducha y un suculento desayuno.
Mientras daba cuenta de las tostadas y del zumo de naranja, pensó en el punto más importante del día, la decisión que iba a cambiar su vida, la de toda su familia, la de el mundo entero, y es que el presidente de una de las naciones más poderosas de la Tierra, tenía ante sí la elección de dar un giro de 180º a toda la historia de la humanidad.
Después de vestirse y de hacer una llamada a su hombre de confianza, se dirigió al sitio donde se iba a tomar la resolución. Concienzudamente caviló sobre ello en el camino, hasta que dio con la solución al dilema que le tan indeciso le tenía en los últimas semanas.
– No se aprobará esa decisión.
Fue lo que sus labios pronunciaron. Su secretario lo miró, pero sin hacer ningún tipo de comentario. Llegaron al lugar, una sencilla sala de convenciones y conferencias, ubicada en un lujoso palacio propiedad de algún millonario. Tras adentrarse primero la escolta, llegó su vehículo. Después de que el chofer le abriera la puerta educadamente y rodeado de guardaespaldas, salió del mismo.
– Buenos días caballeros.
Saludó al entrar en la sala. Allí había ministros, generales con su reglamentario y más condecorado uniforme….los máximos mandatarios de la nación.
Seguidamente de un breve diálogo, se pasó al tema del día….
– Presidente, esperamos su aprobación al proyecto. Habló uno de los más importantes mandos militares, con cara de estar deseando una afirmación.
– Caballeros, he sopesado, evaluado, calculado, o todos los verbos que Uds. quieran añadir, sobre la respuesta que iba a darles en este día.
En primer lugar les diré lo que todos Uds. ya saben, que si hemos llegado hasta aquí, no ha sido por algo que hayamos cometido nosotros.
Cierto es, que la tremenda agresión que ha sufrido el país y las demás naciones afines a nuestros intereses, merecen una respuesta contundente y no dudo que se la vayamos a dar, pero no de esa forma.
El terrorismo que nos invade es muy difícil de combatir, nos va a costar mucho, años tal vez, por eso, bajo sus consentimientos, les digo que no, que no se va a aprobar el lanzamiento de ningún explosivo atómico, en el que tanto hemos pensado y creído que era lo mejor.
Si lo desean, pongo mi cargo a su disposición y que otro hombre lo apruebe, pero no bajo mi mandato. No quiero responder con la misma moneda. No deseo ser el presidente que sumió al mundo en el caos y que redujo a la humanidad a cenizas.
Los que estaban a favor del proyecto de ataque nuclear no salían de su asombro mas los que estaban en contra miraban al presidente con admiración y respeto.
El mismo habló de nuevo haciéndoles a los presentes una proposición, hacer una votación allí mismo, solemne y secreta. Así se hizo y, sorprendentemente, ganaron los que no estaban de acuerdo con el programa de guerra atómica, debido a que el presidente cambió de decisión y los que todavía dudaban no lo hicieron al verlo a él, al principal, tan seguro y optaron por votar a su favor.
Después de ese día tan beneficioso para la especie humana y aunque el terrorismo siguió dando problemas, el presidente se sintió más feliz de haber tenido aquel sueño, el sueño que le dio la vuelta a su, días antes tajante, veredicto, el sueño que trastocó la negra senda por la que se estaba adentrando el mundo.
Aquel hombre miró al cielo, cerró los ojos con satisfacción, pero con resignación pensó: ¿ por qué los humanos no han tenido mi sueño en tiempos pasados?, aunque en otra escala, más de un desastre se habría evitado….ojalá lo tengan en el futuro y más de una desgracia se evitará……ojalá……
Finalista del Certamen de relato corto»Villa de Cuentos» en Mijas (Málaga)
Publicado en: 2004-12-21