Querida Valeria: seguramente pensarás que todo fue un cuento para llevarte a la cama, ya que si realmente viviera en otro planeta no recibirías esta carta por correo ordinario. Y sí, la verdad es que así es, pero no debes enfadarte, y si tienes buen corazón seguro que entenderás las razones que me llevaron a actuar de aquella manera, y podrás perdonarme.
Me enamoré locamente de ti el día que vi un reportaje tuyo en Fashion TV. Me fascinó tanto tu mirada indefensa, tan delicada y sensual, que desde aquel día he seguido fielmente todos los desfiles y anuncios en que participabas, sin importarme que fueran repeticiones.
Te convertiste en un sueño erótico y divino que no podía quitarme de la cabeza; te admiré en vestidos de noche, con lencería, con la faldita roja, corriendo por playas caribeñas o posando casi desnuda sobre la arena.
Un día supe que venías a desfilar a Logroño. Nunca había odiado tanto mi físico como aquel día. ¡Cómo podía pretender dirigirte la palabra un esperpento como yo! ¡A ti, lo más bello del mundo! Pese a todo, moví cielo y tierra buscando la forma de estar cerca de ti. Simplemente para verte al natural, y, por supuesto, sin que tú me vieras; que no tuvieras que fijarte en esa piltrafa humana.
El caso, querida Valeria, es que conseguí trabajar en el equipo que iluminaría el desfile. La tarde de los ensayos creí volverme loco cuando pasaste tan cerca de mí que pude percibir la fragancia cosmética que te envolvía y con ella, creo, pude inhalar alguna de tus feromonas. Entonces, en un arrebato de celos, subí al hotel amparado en mi caja de herramientas, robé una copia de la llave de tu habitación y allí permanecí escondido durante cinco largas horas pensando en cómo podía observarte sin riesgo de asustarte.
Viéndome reflejado en el espejo del tocador se me ocurrió esa idea de hacerme pasar por extraterrestre. Fue una idea genial, no dirás que no. Así pude justificar las protuberancias de mi frente, la desproporción de mis extremidades, el gancho que tengo por nariz, las orejas parabólicas… Trabajé con el entusiasmo de un hombre enamorado; manipulé las lámparas hasta conseguir aquella luz cegadora y te esperé embutido en la funda plateada de la tabla de planchar.
Cuando entraste debía parecer todo tan irreal que hasta el más listo habría creído que era de otro mundo. Y es que todo lo que la naturaleza me escamoteó en hermosura me lo dio en talento para la farsa, y, siendo tan solidaria como eres, no podías negarte a colaborar en una causa interplanetaria tan importante.
Cuánto te agradecí que aceptaras hacerlo al estilo de mi planeta. Así pude embriagarme durante más de una hora en el mimo de tu cuerpo repantigado. Estabas fascinada, seguías con los ojos cerrados el movimiento de mis dedos por tus curvas prodigiosas y, con tu expresión, me transmitías el entusiasmo de ser la protagonista del hecho más importante de la humanidad desde Adán y Eva y la Virgen María.
No, querida Valeria, lo siento, no soy extraterrestre. Además, soy estéril (la naturaleza es sabia). Pero, a pesar de mi monstruosidad física, logré hacerte vibrar de emoción y esto me restituye parte de mi desgracia. Espero que puedas perdonarme algún día. Nunca volveré a molestarte; viviré muriéndome de amor por ti, y sobrellevaré el tormento de mi desgracia con el recuerdo de aquella hora.
El amante interplanetario.
Publicado en FAK (una revistilla sabadellense)
Mi nombre es RODOLFO PUIG BARBER, vivo en Vilassar de Mar (Barcelona) y los veinte los he cumplido ya tres veces.