Día de Reyes. Por José Fernández Belmonte

cafetera

Amaneció como otro día más. Frío como se espera de un día de enero. Con luces grisáceas y opacas por lo temprano de la hora. Abrió la marquesina plegable que separaban las cristaleras del exterior de la casa y miró al jardín con escepticismo, sin el apego necesario por saberse deudor, hipotecado y, por lo tanto, con la inseguridad de todo hijo de vecino.
Deambuló en pijama por su ficticia propiedad fijándose en los insectos que flotaban sobre la superficie del agua de su piscina. Una pareja de collalbas negras le observaban con recelo desde lo alto de la valla que separaba su finca de la de al lado. Recogió algunas hojas secas del suelo. Regó unas caléndulas -unas amarillas y otras de color naranja- que hace unos pocos días compró en un vivero cercano, con el intento de poner un poco de color en su jardín o quién sabe si en su propia vida.
El frío le hizo buscar cobijo dentro de la casa. Enchufó su vieja cafetera Saeco -que no cambiaría por nada del mundo- y partió una torta de pascua que había comprado en una vieja confitería que le traía miles de recuerdos de su infancia.
Los primeros rayos de sol ya comenzaban a clarear el ambiente. El café con leche, como cada mañana, era la pócima mágica que le aferraba a sus sueños. Su Saeco siempre había sido -al menos el lo sentía así- como su lámpara maravillosa, de la que cada mañana, sin que nadie lo haya sabido nunca, junto al exquisito café de Intermon Oxfam, surge un duendecillo que le concede un deseo.
– Hola amo -dijo el duende de la cafetera.
Pero Juan aquella mañana se mostraba impasible. Sin saber ni cómo ni por qué le ignoraba por completo.
– ¿Qué te ocurre hoy, Juan? A ver, cuéntame… -le exigió el duende.
– ¿Sabes qué día es hoy? -le preguntó Juan al duendecillo.
– Sí, día de reyes, ¿No es así? -respondió el de la cafetera.
– Amigo, no tengo ilusión por nada. Me acuerdo de pequeño cuando me levantaba a buscar mis regalos, un tren eléctrico, un balón de reglamento, unos juegos reunidos, un madelman…
Esta mañana no había nada. Tan sólo un halo de tristeza, nostalgia e inseguridad que lo inundaba todo. Por eso decidí salir afuera a respirar, pero esa sensación se vino detrás de mí. Es inútil huir de ella, está impregnada en nuestros huesos y nos persigue como una maléfica segunda sombra. Hoy es un día de reyes horrible, duendecillo – exclamó con desesperación.
– Jajaja, Estas de coña, ¿verdad?: Vamos a ver mi amo: Tienes salud, tienes una linda esposa, una hija preciosa, un trabajo por el que luchar, toda una vida de posibilidades por delante, tienes la cafetera en la que yo vivo…¿Qué más quieres Juan? ¡Eres el hombre más afortunado del mundo! ¡Lo tienes todo, cabrón!
– ¿Pero, y sí mañana….? -intento preguntar Juan.
– ¡Qué mañana ni que niño muerto! La vida es hoy: luchala hoy, vivela hoy, disfrutalá hoy, trabajala hoy, bueno hoy no porque es fiesta. Juan, que tonto eres, todos los que piensan que la vida comienza mañana nunca disfrutan y viven siempre amargados. La vida empieza hoy, ¡ahora!. Idiota, más que idiota.
Ve a la cama, dale un beso a tu mujer, dile cuánto la quieres, dile que se levante, salir a caminar, recoge a tu hija y disfruta. ¿Sabes cuánta gente no puede hacer nada de eso? Ni te lo imaginas Juan. ¡Qué hombre tan afortunado eres! Me voy a mi cafetera. Adiós -dijo el duendecillo, mientras se convertía de nuevo en una forma gaseosa y se metía por los agujeros por los que sale el café.
-¡Oye, oye! ¿y mi deseo del día? -le reclamó Juan.
– ¡Ah, sí! ¿Aún quieres más? Eres un egoísta. Por hoy ya tienes bastante.
Y diciendo esto se adentro completamente en las tripas de la vieja Saeco y desapareció.
Así amaneció hoy para Juan el día de los Reyes Magos, un poco raro, pero, gracias al duendecillo de la cafetera, medio se arregló.

José Fernández Belmonte

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5 comentarios:

  1. Los duendes, sean de lámpara o cafetera, nos hacen ver lo que no sabemos ver. Desde los tiempos de las «Mil y una noches» nunca se equivocan. Sabios, ellos.
    Una fábula muy bien llevada. Enhorabuena, José.

  2. Como solemos decir los colombianos y en los mejores términos: ¡Que viva la vida carajo! Pues por alguna maravillosa razón nos fue dada con todos sus altibajos,sonriendo a un en la situación màs compleja esta parece menos critica por eso digo ¡QUE VIVA LA VIDA CARAJO!

  3. Cada día es más difícil escribir sin transmitir la angustia y la desazón con la que vivimos. Tiempos duros estos que nos han tocado. Como decía la canción: malos tiempos para la lírica.

  4. Estupenda reflexión, y es que la vida pasa sin que nos demos cuenta de que en realidad somos felices.
    ¡Qué suerte tienes en tener una cafetera con duende que te lo recuerde!
    Permíteme que te felicite por el duende y por tu manera de contárnoslo.
    Gracias.

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