Domingo sin despertador. Por Anita Noire

Domingo sin despertador

 

domingo sin despertador

«Desde el momento en que uno tiene vida interior, ya está llevando una doble vida»
La vida secreta de las palabras

   Tengo tanto lío pendiente que el viernes pensé que iba a morir. Intento ordenarme los días, seguir la agenda a rajatabla y al final, cuando menos lo espero todo revienta por los aires. Me sube la tensión, me resfrío con una facilidad pasmosa, los sudores menopaúsicos se ceban conmigo y duermo tan mal que eso ya no es dormir. El remedio llega el domingo, aunque sea sacrificando horas al ocio para dárselas a la obligación. Este año apuntaba ser una boñiga, la cuestión bisiesta tiene esas cosas. El refranero es claro, no engaña y si existe por algo será. Año bisiesto año siniestro. Pero quiero tumbar la semana y el mal fario que la acompaña. Detrás de las carreras y los plazos hay algo más. Y aunque todo es para ayer, el mañana no existe y la vida puede acabar hoy, con un poco de suerte alcancemos la prórroga y ganemos algo de tiempo con los penaltis.

   Salgo al patio en pijama con una chaqueta encima, refresca pero no demasiado y aunque no es la más elegantes, tiene bolas, es la que prefiero para andar por casa, con el pelo revuelto y las ganas en el bolsillo trasero. Barro, arranco hojas muertas y planto seis macetas de pensamientos que compré ayer en el chino de la esquina. Corren malos tiempos para todo lo que viene de China pero Juan, o Wuan, que sé yo, nos vende las macetas desde hace mil años y no hay virus suficiente como para dejar de comprarle las flores, las simientes, lo que tenga en cada momento. El sábado por la mañana me lleve media docena, cinco de pago y una que, en modo bonus track, me regala. Es la primera que tiene el detalle y es de agradecer, aunque creo que es él el que nos agradece que sigamos haciendo la misma ruta, entrando en su floristería pese a que la cosa está fea. Así que para mayor gloria del patio unas cuantas macetas con pensamientos chinos quedan repartidas por las cuatro esquinas. Las riego un poco, no demasiado.

   Dejo abierto para que corra el aire, es pronto y en casa duermen. Enciendo la cafetera mientras me ducho, el aroma del café me relaja siempre. Dejo que el agua, caliente en exceso, se deslice por la espalda, sin prisas, sin nada. La cabeza vacía y el cuerpo tibio. Rescato la toalla de encima del radiador donde lleva desde ayer, una mala costumbre según parece, pero de la que no pienso apearme mientras encuentre un radiador y tenga una toalla. Me bebo el café antes de que se enfríe del todo y empiezo a ordenar, poco a poco, como dijo el doctor, las cosas pendientes, lo que debo recordar, lo que debo anotar, y desalojo todo lo que ocupa pero nada aporta. Echo un vistazo a las redes sociales y todo sigue igual. Es un  alivio saber que lo que allí ocurre, lo que se escribe escupiendo veneno, es solo una exageración de la vida. Una extravagancia más de la época que nos ha tocado vivir. Coloco las carpetas sobre la mesa, los lapiceros afilados y una botella de agua que me beberé entera ante de que llegue el mediodía y lo aparque todo porque quiero preparar pescado al horno y una guarnición rica que nos haga olvidar las fiambreras de la semana.

   La reconciliación humana llega los fines de semana, aunque a veces haya que tirarle un poco de la oreja. Al fondo, se escucha el grifo del agua caliente. El altavoz me devuelve una y otra vez las notas templadas de un piano. Es domingo, y simulamos no tener prisa.

 

Anita Noire

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