Efecto smog.Por José Fernández Belmonte

No sé si alguno de ustedes habrá sufrido, en alguna ocasión, los efectos alucinógenos del smog. Yo sí. Fue ayer en el taxi. Iba desde el Holiday Inn Suites al Centro de Convenciones Banamex. La Ciudad de México se había despertado como siempre, caótica. El tráfico estaba como todos los días, imposible. Un olor a tubo de escape inundaba el aire hasta el punto de sentir su sabor. Como diría un sumiller: «entra fácil y dulzón por la nariz, pica en lengua y deja un fuerte y característico regusto carbónico en boca».

Mis intestinos se retorcían incontrolados. Me sentí mareado. Pensé que era el desayuno. Bajé la ventanilla en busca de aire fresco y lo único que conseguí fue tragarme una colosal bocanada de humo procedente de un camión de los años sesenta que transportaba basura contemporánea de redomado estilo hiperrealista. Ahí fue donde, al parecer, perdí el control de mi conciencia, si es que alguna vez la tuve.

-Oiga jovenazo -le dije al taxista que debería contar con más de setenta años ¿Usted cree que el smog es tan alucinógeno como la marihuana?

-Claro que sí. Yo ando drogado todo el día, pero no me parece mal. Creo que eso nos hace aguantar mejor la chambeada, mi jefe -dijo el chófer.

-Pues no sé si será el smog, o la altura a la que está esta ciudad, lo que no me deja dormir. Todos los días a las cinco de la mañana me despierto y luego paso todo el día hecho un perro -le comenté al taxista, sin poder contener mi compulsiva conversación con aquel septuagenario al que acababa de conocer.

-¿Y qué hace despierto a esas horas? -me preguntó el taxista.

-Primero respondo todos los correos que llegan a mi BlackBerry. Cuando termino de agilizar el trabajo, siento la horrible duda entre si avanzar con mi novela, escribir un relato o ponerme a leer -le expliqué al señor.

-Eso no es un problema, mi jefecito. El problema lo tengo yo. Me despierto a las cinco de la mañana, veo a mi esposa en la cama de ladito y me dan unas ganas locas de levantar el camisón, hacerle el amor y no puedo mi cuate -me confesó apesadumbrado el taxista.

-¿Por qué no? Si no es mucha indiscreción -le pregunté, profundizando en aquella reveladora conversación.

-¡Ay mi patrón! Si me arrimo no más un tantito mi vieja me mata. Desde que descubrió que andaba con una chamaca jovencita no me deja ni que la toque wey -exclamó el taxista visiblemente afectado.

-Es normal, su señora debe estar bien enojada. Tiene suerte si aún le deja dormir en la misma cama -le contesté.

-Claro que es normal, por eso, cuando salgo de la casa, antes de ponerme a manejar todo el día, paso por mi capillita mientras que anda clausurada mi catedral. ¿Usted no haría lo mismo? -preguntó el señor a la espera de mi conformidad.

-Sin duda joven. Eso no hay santo varón que lo aguante -le respondí demostrándole mi apoyo incondicional. Debe estar usted sufriendo mucho.

-Mucho mijo, ni se imagina. ¡Llegamos al Banamex, señor! Por cierto ¿De qué va la expo? -preguntó el buen señor.

-De belleza, caballero. Trabajo para una compañía española de cosméticos -le expliqué.

-¡Orale! Usted se la debe pasar siempre rodeado de lindas chamaconas. Pues deje usted la escritura, mi jefe. Total si ya nadie lee. Aproveche el tiempo, que la vida son dos días. Si yo estuviera en su lugar no abriría ni un libro -comentó el taxista mientras me sacaba mis pertrechos del maletero.

-Ya quisiera yo llegar a su edad con la vitalidad que tiene usted -le dije por agradar, mientras le pagaba ciento ochenta pesos por el transporte más veinte de propina.

-Muchas gracias. Si tiene un minuto le contaré mi secreto -me dijo al oído agarrándome por el brazo.

-Si es sólo uno sí, tengo algo de prisa -le respondí.

-El secreto es familiar. Mi abuelo, que era de Tabasco, se lo confió a mi padre y mi padre a mí. Ojalá y los tenga diosito en la gloria a los dos. La cuestión es que me bebo un vasito de mi propia orina todas las mañanas en ayunas. ¡Mano de santo! Pruebe usted y verá como llega a mi edad hecho un chamaquito. Se acordará de mí toda su vida -me aseguró mientras se despedía.

Después, mientras subía por unas interminables escaleras mecánicas rumbo a mi stand, no dejé de preguntarme si todo esto no habría sido, tan sólo, una alucinación por golpe de smog.

Tengo mis serias dudas.

José Fernández Belmonte

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3 comentarios:

  1. Es el sentir de un pueblo, sus costumbres su gente. Vivió un día normal de un pueblo trabajador que cada día tiene que enfrentarse con miles de dificultades. Eso es lo que hace diferente a los latinoamericanos, ahí está su esencia. José felicidades, por su manera de enfocar tus artículos no hay duda que este es genial y con mucho humor.

  2. Sigo afirmándolo y cada dia con mas convicción este es caballero, el señor belmont es un genio escribiendo

  3. En verdad, gracias, pero tampoco hay que pasarse.

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