Urbanización Golf Resort. Por Catalina Ortega

¡Agua para todos, sí; para «todo», NO…!

Urbanización Golf Resort.

 

Ego, consumista alienada, arruinada y atolondrada por los insistentes mensajes para poner fin a la «Crisis de Nunca Acabar» –¡Emprender, emprender! ¡Aprender inglés, aprender inglés!–; mensajes con los que los gestores de nuestras vidas pretenden arrancar del ADN del Spanish People las vocaciones de funcionarios, obreros de la construcción o cobradores del paro ad calendas graecas, me he convertido, obediente a tope, en emprendedora full time, transformando el salón de mi adosado en un coqueto acuario. (Lo de aprender inglés para una gadita-hispanohablante, además de impossible for me, no me sale del papo, ea).

Con intención de ambientar mi tienda de pececillos, he contratado a mi vecino, don Demetrio Expósito Pérez, de profesión «pintor de casas a domicilio», para dar una manita de gotelé, con pintura azul marina ornada con zócalo blanco, formando olitas. Don Demetrio, médico psiquiatra, a ratos libres, tal como se puede leer, resumido el largo nombre, en su luctuosa tarjeta de visita de color negro:

D.E.P.
Psiquiatra especialista en Síndrome del Vacío Interior,
Terapia para Jet-Set, well-off, affected de Tedium Vitae.
Dirección: C/ Secarral de Murcia S/N.

Tarjeta, lúgubre en texto y color, que inevitablemente evoca el célebre comentario de don Santiago Ramón y Cajal: Cuando el médico se aburre mata el tiempo. Descanse En Paz.

Aprovechando que somos vecinos y lo del gotelé, don Demetrio, entre pincelada y pincelada, se entretenía en analizar mi conducta emprendedora incoherente, apelando a su incoherente fama de psicoanalista.

–Resulta absurdo que siendo marino como tú, que incluso respiras por branquias, hayas decidido instalar una tienda de peces, equipos de bucear, tablas de surf y yates por encargo en el salón de un adosado ubicado en un secarral perdido por los desiertos de Murcia –me espetó mientras pasaba el rodillo esturreando pintura por toda la mercancía. Tuve que extender mi amplia falda y sentarme sobre la pecera para evitar que envenenase a los pececillos, no sin rubor, pues tal postura es la propia de mi nieto sentadito en su potty caca-pis.

–Bueno –balbuceé–, pero tengo un jardín-expositor con vistas al campo de golf y piscina comunitaria. ¿Nooo…?

–Un mini-jar-din-ci-to –corrigió con insolencia el Dr. Expósito–, y lo del campo de golf es un incordio. Antes de amanecer despiertan a todo el vecindario con el estruendo de las maquinas cortacésped. –Don Deme seguía pintando de azul el salón (contenido incluido)–. Además, tú no juegas al golf ni te dejan entrar porque no eres socia debido, principalmente, a que no sales de casa por tus problemillas de agorafobia. –El tonillo de sus palabras comenzaba a escamarme. Me aseguré de que no se escamasen los pececillos, recolocando mi falda tapa peceras.

–Bueno, pero está la piscina comunitaria, ¿no? –balbuceé sin parar de rascarme las escamas.

– Piscina comunitaria, ja-ja-ja á.

La pintura, con el temblequeo de las carcajadas de don Deme, me chorreaba melena, hombros y más… y más abajo siguiendo su curso natural, hasta impregnar mis olvidados genitales. ¡Coño, por fin el soñado príncipe azul de mis cuentos infantiles se fusionaba con mis entrañas! ¿Pariré un Pitufo? Don Demetrio Expósito me sacó de mis incoherentes ensoñaciones.

–No te bañarías en una piscina pública ni muerta; eres fóbica social. Piscina comunitaria, ja-ja-jaa. –El último «ja» me enojó un poco muchísimo, sobre todo porque hablaba sinceramente y, para mí, sinceridad non petita es sinónimo de grosería maximam. No me explico como, siendo médico, don Demetrio no distingue entre mentiras terapéuticas –que curan– y verdades que joden e incluso matan. Lo cierto es que no salgo del adosado y que, lejos de bañarme en una piscina comunitaria, me sumerjo en mi bañera con agua templadita a la que añado dos kilos de sal marina. Floto como pez en el agua.

–Demeee… –grité irritada. Antes de terminar la frase, don Demetrio, al que, con la confianza de la vecindad, terminé por llamarle Deme, me interrumpió desconcertado.

–¿Qué te puedo dar? –contestó don Deme, con gesto de asombro desde la escalera.

–No, Deme, no quiero que me des nada… –El psiquiatra de la beautiful people, en los ratos libres que le dejaba su profesión de «pintor de casas a domicilio», volvió a interrumpirme.

–¿Quéé…? Puedes tutearme, vecina. ¿Qué quieres? –Buscaba con la mirada extraviada, por el desierto techo, alguna cosa que pudiese interesarme.

–Nada, nada, Deme… –Vacilé un poco y decidí terminar el dialogo de pagellus bogaraveo con la lucidez que me caracteriza–. Dame el rodillo, Deme. Ya termino yo. Gracias.

–Son trescientos euros. –Don Demetrio Expósito me extendió la factura sin bajar de la escalera–. Precio de vecino –añadió y… siguió–: Si quieres que te dé mi opinión, me parece incoherente instalar un negocio de peces y efectos navales en un monte de secano, abancalado para sembrar edificios de pésima calidad, en cada bancal, alrededor de un campo de golf al que los vecinos no pueden ni asomarse a riesgo de recibir un pelotazo letal, además del ruido y los mosquitos que, claro, como fumigan el recinto para evitar picaduras a los clientes, ¿adónde se refugian los mosqui-tigres? Pues en los casas de los santos hipotecados vitae.

Don Demetrio se había venido arriba y empuñando el rodillo a modo de bandera vomitaba todas sus quejas sobre la urbanización, ayer elitista, hoy en crisis, y forrada de carteles de «Se vende», «Se alquila», «Se cambia», «Se regala…». El famoso pintor aficionado a psicoanalizar continuó con su interminable arenga.

–Pasear por la urbanización es un atentado contra la salud; de las aceras se han adueñado los chuchos con sus residuos y nubes de moscas adjuntas; los gatos son más pudorosos y buscan la intimidad de los jardincitos particulares. Y, claro, al final todos los vecinos escondidos, con las ventanas cerradas para mitigar el ruido de las máquinas cortahierbas e impedir que los efluvios de excrementos gatunos se conviertan en «el aroma de su hogar» Las cuestas son idóneas para sufrir una angina de pecho, si osas subirlas a pie. Bajarlas se convierte en una temeridad, especialmente con un cochecito de bebé; ninguna madre se arriesgaría a rodar kilómetros, uniformemente acelerados, y encontrar al zagal en Abanilla o, o…

Urbanización Golf Resort.

En eso tenía razón, don Demetrio; demasiada pendiente. A mi nieto se le escapó una pelota de Bob Esponja, hace dos años, y sospecho que sigue rodando alrededor del Planeta. Mucha velocidad…

–Esa perorata me la has repetido «X» N.º infinito –contesté masticando las palabras mezcladas con pintura. Me sentía como una ballena azul a punto de resoplar chorros de Bruguer Acrilic por las fosas nasales, a pesar de mi sentido de pertenencia a la familia de los Pagellus bogaraveo, vulgarmente llamados besugos.

–Te doy mi opinión, gratuita, como doctor en Psiquiatría por hobby, no como profesional de «pintor de casas a domicilio».

–¡Ah! –exclamé cada vez más escamada.

–Sufres Desorientación Espacio-Temporal, lo que explica que, siendo una criatura marina de respiración branquial, has terminado viviendo en la calle Secarral de Alto Real; un pecado urbanístico propio de la burbuja del ladrillo que, tras asfaltar la Huerta, tiró p’al monte y camino llevaba de asfaltar las nubes, el cielo y la mar océana, antes del ¡bluff! y del ¡catacrack! del pinchazo de la burbuja del ladrillo como monocultivo súpermegarrentable de la Huerta. ¡Mucho más que tomates!

–¡Qué guay! Me describes como una sirena, lo cual resulta un marketing ideal para mi negocio de «peces de primera edición». Será todo un éxito de emprendimiento –comenté sin mirar al doctor Expósito, mientras me rascaba las escamas.

–¿Peces de primera edición?

–Sí, y firmados –contesté atusándome la melena azul con arrogancia impostada–. Cosas de la burocracia; no me dejaban instalar un acuario en el adosado y, al ser yo una tenaz emprendedora trilingüe «spanglish-panocho-gaditahablante», he tenido que registrar mi acuario como «Librería de Libros» añadiendo el plus de «firmados».

–¡Genial, vecina, genial! –exclamó el pintor de casas a domicilio y psiquiatra por hobby–. Te compro este pececillo de colores –añadió señalando una damisela–, dedicado, naturalmente –concluyó.

Empuñé mi lápiz de labios resistente al agua y me dispuse a dedicarle la pececilla electa.

–¿Alguna dedicatoria en especial? –Se llevó la mano a la barbilla y, tras unos momentos de concienzuda reflexión, me comunicó la dedicatoria elegida:

–Para Demetrio Expósito Pérez con gratitud y afecto de su vecina María Inmaculada Concepción Colmenajero y Martínez de Barrameda.

Por un instante entré en shock con las branquias colapsadas. Mi damisela mide cuatro o cinco centímetros. Reaccioné, con la agilidad que me caracteriza, y resumí, un poquitito, la dedicatoria:

«Kiss for DEP»

–Son trescientos euros; precio de vecina.

Catalina Ortega

Catalina Ortega Diaz

Fracasadora de gran Éxito

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *