Ediciones COMOARTES, Colección Contemporáneos del Mundo 29, Serie Indagación sobre la memoria y el juicio, Madrid/México D. F., 2013.
El pintor valenciano Alejandro Cabeza, inmerso desde hace algún tiempo en un monumental proyecto pictórico que le ha llevado a retratar ya casi treinta hombres y mujeres de la cultura, en especial escritores consagrados, generalmente de las Letras Hispánicas (tanto españoles como de diversos países de Centro y Suramérica), es ahora entrevistado largamente en el marco de la prestigiosa colección Contemporáneos del mundo, de la cual es artífice y responsable Francisco Garzón Céspedes, y en la que han sido entrevistadas con anterioridad reconocidas personalidades del mundo de la literatura: María Teresa Andruetto y Fernando Sorrentino (Argentina), Froilán Escobar (Cuba/Costa Rica) y Armando José Sequera (Venezuela), entre otros. Así como, recientemente, la reputada bailarina Alicia Alonso. En el pasado Francisco Garzón Céspedes ya entrevistó extensamente, para su «Indagación sobre la memoria y el juicio», al pintor cubano Mariano Rodríguez, y se ocupó de pintores como Oswaldo Guayasamin (Ecuador, en el Palacio de Bellas Artes de La Habana) y César Rengifo (Venezuela, en el Ateneo de Caracas).
Sobre “La pintura es memoria humana y fruto”: la escritora Salomé Guadalupe Ingelmo profundiza en algunos aspectos de la entrevista así como en la personalidad del artista
“La pintura es memoria humana y fruto” se revela una entrevista sobrecogedoramente sincera. Un testimonio que, como el gran Garzón Céspedes pone de manifiesto, combina magistralmente aspectos conceptuales y vivenciales: contenidos técnicos, dirigidos fundamentalmente a los especialistas en la materia, y otros entrañablemente humanos, anecdóticos y aptos para ser disfrutados por todo género de lectores.
El pintor Alejandro Cabeza es un profesional poco dispuesto a renunciar a sus convicciones, un artista que no se ha dejado seducir por las modas ni las exigencias del momento. Que se ha negado sistemáticamente a adoptar una visión comercial del arte. Su técnica se ha mantenido personal y ha evolucionado al margen de las corrientes imperantes; de esas normas impuestas que, como dice él, valen hoy pero ya no valen mañana. Cabeza huye manifiestamente de esquemas, y más si éstos son arbitrariamente impuestos. Porque, según sus propias palabras, “cada cuadro debería tener el derecho de ser una obra original y singular”.
Cautivado por esa fuerte personalidad creadora, Garzón Céspedes ha escrito sobre el pintor: “Lo determinante es la dimensión humana de la obra de arte. Y la calidad de la obra como excelsitud que permite la entrega de lo humano en sus más profundas significaciones. La belleza como totalidad, como marco, como cauce. No ceder a lo predominante, a lo último llegado, cuando se tiene un modo de hacer singular, sobresaliente, es un valor, y más si se sigue indagando, profundizando, sumando de continuo. Alejandro Cabeza es un pintor de lo humano en fascinantes retratos y en miradas reveladoras a los paisajes, es del todo un hacedor de rotundidades siempre en cuanto a realización y brillantez. […] A lo largo de meses, en silencio, he vuelto a las imágenes de las pinturas y bocetos de Alejandro Cabeza como quien regresa a un universo de certezas y sorpresas, a nuevos descubrimientos y emociones, a nuevas sensaciones y estímulos; torrente su pintura para reflexiones y asombros, tanto que, alguna vez he adelantado la mano sin percibirlo en el impulso imposible de tocar la tanta preciosa vida concentrada” (Francisco Garzón Céspedes, Alejandro Cabeza, tanto de lo humano y de lo pictórico).
Y lo cierto es que, a pesar de poseer un carácter artístico tan marcado, Cabeza desconfía de los estilos. Como si temiera anquilosarse con una mera repetición de esquemas en los que refugiarse para sentirse cómodo: “Lo que actualmente a menudo se denomina el estilo de un pintor no deja de ser, en realidad, un cúmulo de sus defectos y carencias. La evolución constante, en la que influye la emoción y el sentimiento, lo inesperado, es lo que en realidad caracteriza al estilo. Y no un sistema reiterado y convertido en un estereotipo. Muchas veces confundimos voluntariamente estilo con ismo para justificarnos. […] Malo es cuando el artista se ampara en la originalidad para justificar lo que en realidad son carencias en la profesión –cuántas veces he escuchado decir a un mal pintor “este es mi estilo” si un colega, con su mejor intención, le hacía notar que quizá su trabajo podría mejorarse–; cuando la novedad prima sobre la calidad y acaba suplantándola. […] Aun a riesgo de discrepar de la mayoría, para mí la originalidad no sirve de nada si no está respaldada por una sólida formación. La originalidad es, sí, un valor añadido para una obra de arte. Un valor cuya presencia yo mismo aprecio mucho cuando el cuadro cuenta también con todos los demás requisitos que hacen de una obra una buena o una excelente obra. La profesionalidad de un pintor no puede estar avalada por apreciaciones puramente subjetivas y aisladas. Y volvemos de nuevo a esa pueril justificación que mencionábamos antes: “es que éste es mi estilo”. Pues si tu estilo presenta serias deficiencias de formación, es que tu estilo es un mal estilo. Eso no es originalidad sino otra cosa. Pero actualmente a menudo se confunden los términos. […] No existe libertad sin formación previa. […] La formación siempre está presente o habría de estarlo; nos acompaña en todo momento. No se deja de asimilar y de aprender. El intercambio de opiniones nos enriquece. La observación nos enseña. La experiencia nos hace más sabios. El oficio nos da más seguridad. Todas estas cualidades, y la capacidad de estudio e investigación personal, nos ilustran como individuos profesionales de una disciplina. Pero luego hemos de concedernos ese margen de libertad y creatividad que los pintores siempre intentamos salvaguardar. Se pasa por innumerables etapas; no acaban nunca a no ser que uno se hunda en el conformismo más radical, cosa muy frecuente en los tiempos actuales […]”.
Para Alejandro Cabeza imponerse retos parece una forma de evitar encasillarse, de huir del conformismo que tanto le asusta. Quizá por eso, a pesar de ser especialmente conocido por sus elegantes retratos, ha tocado todos los géneros y argumentos, siendo muy apreciados también sus paisajes y sus marinas. Por eso y porque, según él, “el conocimiento de los géneros es importante; la práctica y estudio de cada uno de ellos, de todos. Unos géneros enseñan lo que otros no pueden. Cada uno tiene sus propias virtudes, y de esta forma se complementan. Así, mediante el aprendizaje en todos ellos, un creador se perfecciona y ahonda en el estudio pictórico. Un pintor es más valioso, más completo, cuanto más consigue abarcar. La excesiva especialización, la anulación sistemática de determinados géneros, nos carga de carencias; nos hace menos ricos en recursos. Y entonces nos convertimos en autores pobres […]”.
El secreto de su éxito entre público y crítica, que lo llevó a destacar desde muy joven y a ser incluido con sólo veintiocho años –si bien Lorenzo Berenguer ya lo había incluido precedentemente, con tan sólo veintiséis, en Artistas Valencianos Contemporáneos (Archival, 1997)– en el Diccionario de Artistas Valencianos del siglo XX (Albatros, 1999) realizado por el crítico de arte Francisco Agramunt, que también decidió incorporarlo en su obra Artistas Valencianos del Siglo XX (Diputación de Valencia, 2000), reside en: una sólida formación, una dedicación plena, una capacidad de trabajo casi sobrehumana y una insaciable sed de aprender, de mejorar cada día. “Dedicación, oficio y pasión han de ir de la mano. La cantidad no hace la calidad, pero la escasez tampoco hace el oficio. En la pintura la dedicación ha de estar por encima de muchas cosas, no ha de someterse a caprichos o imposiciones exteriores. La dedicación es un precio caro que muy pocos están dispuestos a pagar. […] Vivo de la pintura, para la pintura, con la pintura y por la pintura. Y a veces he soñado con el cuadro de mi vida. Cosa que me motiva día tras día porque creo que aún no lo he conseguido. Los cuadros se tienen que mimar, como el padre que cuida a su hijo […]”.
El arte enseña a vivir: a ser tolerantes y a valorar y admirar el trabajo de nuestros semejantes.
Y es que, tras sus casi treinta años de profesión, no ha perdido la pasión ni la curiosidad. Sigue siendo un investigador infatigable dentro de su disciplina; un gran conocedor de escuelas que, por tradición, en España han pasado desapercibidas. Cabeza se muestra siempre dispuesto a analizar en profundidad las obras de los grandes maestros. Así afirma: “La formación de un pintor es producto de la experiencia y la trayectoria personal; pero también, y mucho, de las lecturas sobre arte que se hayan realizado y de cuánta pintura se haya visto. Muchas de las cosas que he aprendido en mi carrera como pintor, las he aprendido en los libros. Sobre todo porque quienes escribieron esos libros pasaron antes que nosotros por nuestras mismas vicisitudes u otras muy similares. […] Los grandes maestros siempre me han impresionado. Y de ellos, sus obras más significativas o singulares se me antojan inalcanzables. Colocan el listón muy alto; se convierten en una utopía pictórica que muy lejos queda de la mayoría de trabajos ejecutados en la actualidad. Sus obras son atemporales; no pierden valor ni vigencia. Éste es uno de los mejores estímulos a los que podemos enfrentarnos los artistas: sentirnos minúsculo ante el talento de nuestros predecesores. Es de ahí de donde yo obtengo el mayor impulso para querer mejorar. Cada vez –muy a menudo– que reviso determinados libros monográficos dedicados a grandes pintores, al cerrar sus tapas, un deseo irreprimible de correr hacia el lienzo me atrapa. Es una sensación muy extraña, un doble sentimiento de signo contrario: por un lado un tremendo baño de humildad, un amargo desconsuelo por no sentirme aún a su altura; pero en un segundo momento, y mucho más importante, una voluntad férrea de seguir adelante, un invulnerable afán de superación […]”.
El propio pintor defiende en su entrevista la necesidad de hacer convivir en armonía la ambición con la humildad: “El artista ha de saber ser también ambicioso; ha de estar hambriento de conocimiento y sabiduría. Entonces, esa humildad resulta relativa. La humildad ha de ser la justa. Un exceso de humildad es tan perjudicial como su carencia. Nos convertiría en seres sin entusiasmo, faltos de brillantez e instalados en la penuria. Demasiada humildad podría incluso acercarnos a la miseria. A veces tengo la sensación de que los que se pronuncian a favor de una humildad incondicional y absoluta son, en realidad, autocomplacientes conformistas y pecan, quizá, de falsa modestia. Probablemente el artista debería hacer más uso de su humildad a la hora de ostentar su creatividad y originalidad. El pintor debería ser lo suficientemente humilde como para aprender a encontrar y apreciar esa originalidad en las pequeñas cosas que la realidad le ofrece. Porque es precisamente ahí donde puede radicar la creación buscada. Para entender lo que quiero decir basta observar las actitudes ante la pintura. Hoy nos empeñamos, ante todo, en sorprender y llamar la atención a toda costa. Incluso si esto implica encerrarse obstinadamente en estilos individualistas sustentados por razonamientos muy subjetivos. O si nos exige dejarnos arrastrar sin rumbo fijo según las circunstancias. A veces la pintura se convierte en un juguete para una feria, al servicio de una visión mercantilista del arte o más bien de la decoración. Entrar en esta dinámica puede hacernos perder mucho tiempo y talento. […] Una buena obra de arte mejora con el paso del tiempo: se hace atemporal, se revela eterna. No sufre ni siquiera las consecuencias del gusto. Es vista y disfrutada generación tras generación. Y siempre que se vuelve a ella ofrece nuevas perspectivas. Ésa es su virtud y su esencia. La obra de arte que no tiene esa cualidad se desmorona. Arrastrando consigo a su autor. Si el creador de la mala obra no posee conciencia ni aspiraciones, el revés no tiene consecuencias. El pintor sigue siendo lo que siempre ha sido sin remordimiento ni pesar alguno. Nada distinto ambiciona, puesto que su propia mediocridad le impide ver más allá de su estrecho horizonte. […]”.
Descubrimos entre las páginas de esta entrevista a un pintor realizado en el que sin embargo algún pesar, compartido por otros muchos artistas de diversas disciplinas, queda: “Muchos países, como el nuestro, nada han hecho por reconocer a sus propios artistas. Mientras otros, como Francia, sí han sabido comprender que el arte, igual que otras disciplinas, ofrece un elemento de prestigio para un Estado. Y que, por tanto, protegerlo y promoverlo, aunque a veces pueda suponer un gasto inicial –y en ocasiones ni eso–, repercute positivamente en la reputación que ese país tiene en el exterior de sus fronteras […]”.
“Creo que cada uno, su forma de actuar y de expresarse, de dirigirse a los demás o hablar de ellos, acaba retratándose a sí mismo”, afirma Alejandro Cabeza.
De ser eso cierto, el retrato que nos deja esta entrevista es el de un profesional maduro, con unas ideas muy claras sobre la ejecución y capaz de ofrecer las claves sobre una técnica personal depurada a lo largo de los años; pero que, contemporáneamente, no ha renunciado a derrochar pasión en sus obras, sugiriendo con ello todo género de emociones en el público. Sin embargo también describen sus palabras a un individuo sereno y tolerante, que ha crecido como ser humano al tiempo que crecía su pintura. En buena medida, gracias precisamente a la introspección a la que le ha empujado la práctica artística, sobre la que se ha volcado con total honestidad en cuerpo y alma. Retratan sus declaraciones a alguien que ama profundamente su profesión. Que alberga la certeza de que ésta ha de ponerse al servicio del ser humano; de que el arte ayuda a forjar mejores personas. Muestra de ello son las palabras con las que cierra su entrevista y que, en humilde reconocimiento a la lucidez alcanzada, me limitaré a reproducir fielmente para poner punto y final a este breve comentario.
La pintura es memoria humana y fruto, al tiempo, de nuestra natural inclinación a expresar aquello que nos inquieta o nos conforta, lo que nos conmueve o alegra. […] El arte es una de las fórmulas indispensables por medio de las cuales los seres humanos se orientan en el mundo y llegan a comprender su propia naturaleza. Ese esfuerzo que el arte exige por entender lo humano, sensibiliza y hace a las personas más flexibles. Nos vuelve más receptivos a los sentimientos e ideas de los otros. El arte, que requiere reflexión y sensibilidad, es enemigo de los estereotipos y de las soluciones fáciles. El arte es contrario al salvajismo, la indiferencia y el conformismo. Saca a la luz las inquietudes universales y abate las fronteras nacionales y las diferencias raciales. El verdadero arte es incompatible con el chauvinismo, con el odio racista y con los prejuicios de cualquier tipo.
Las imágenes mediante las cuales lucha por comprender e interpretar el mundo que le rodea son tan legítimas como las leyes y las hipótesis de la ciencia, y su impacto en la evolución del ser humano no se revela menor. Esas imágenes se convierten en propiedad de toda la humanidad, e influyen sobre sus miembros y sobre las relaciones que se establecen entre ellos. Por lo general, de manera furtiva. Pero a veces, también, abiertamente. Tras su aparición, el mundo nunca vuelve a ser el mismo.
El arte enseña a vivir: a ser tolerantes y a valorar y admirar el trabajo de nuestros semejantes. Enseña, como Ortega manifiesta en El Espectador, en “Verdad y perspectiva”, que “cada hombre tiene una misión de verdad. Donde está mí pupila no está otra: lo que de la realidad ve mi pupila no lo ve otra. Somos insustituibles, somos necesarios.”
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Alejandro Cabeza (Barcelona, Cataluña, España, 1971) comenzó a recibir lecciones de dibujo y pintura a los doce años. Se licenció en 1993 en la Facultad de Bellas Artes de San Carlos de la Universidad Politécnica de Valencia. Obtuvo sus primeros premios de pintura con apenas diecisiete años. Entre sus más importantes galardones: los conseguidos en el Premio “Alex Alemany” del Ayuntamiento de Valencia (1994 y 1995), el del Centro Cultural de los Ejércitos de Valencia (1995) y el obtenido en el Primer Certamen Bienal de Pintura y Escultura “DIMENS ARTS” de Valencia (2003).
Más información y obra en su página web. https://www.alejandrocabeza.net
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Salomé Guadalupe Ingelmo (Madrid, 1973). Se doctoró en Filosofía y Letras por la Universidad Autónoma de Madrid (Tesis en régimen de cotutela con la Università degli Studi de Pisa). Es miembro del Instituto para el Estudio del Oriente Próximo, con sede en la UAM, y desarrolla desde 2006 actividades docentes como profesor honorífico en dicha Universidad impartiendo cursos relacionados con las lenguas y culturas del Oriente Próximo.
Se forma en la Universidad Complutense de Madrid, Universidad Autónoma de Madrid, Università degli Studi di Pisa, Universita della Sapienza di Roma y Pontificio Istituto Biblico de Roma. Durante los diez años vividos en Italia desarrolló actividades como traductora de italiano y como docente de lengua castellana para extranjeros.
Salomé Guadalupe Ingelmo
Un texto muy instructivo, del que podemos aprender, y mucho.
Para empezar, me quedo con varias frases que reproduzco literalmente:
«Aun a riesgo de discrepar de la mayoría, para mí la originalidad no sirve de nada si no está respaldada por una sólida formación. […] No existe libertad sin formación previa. […] La formación siempre está presente o habría de estarlo; nos acompaña en todo momento. No se deja de asimilar y de aprender. El intercambio de opiniones nos enriquece. La observación nos enseña. La experiencia nos hace más sabios. El oficio nos da más seguridad. Todas estas cualidades, y la capacidad de estudio e investigación personal, nos ilustran como individuos profesionales de una disciplina.»
Lo digo porque he escuchado con frecuencia a algunos (no voy a calificarlos) que intentan abrise paso en el mundo de la literatura justificar sus pocas lecturas en un deseo de no contaminar su estilo (que igual es, como aquí se dice, «un cúmulo de sus defectos y carencias»).
Y, por supuesto (y tiene mucho que ver con lo anterior), estoy absolutamente de acuerdo con que la humildad es una cualidad imprescindible para un artista. Solo se puede aprender y progresar desde esa actitud.
Aprendamos a recibir las críticas como algo muy necesario si queremos seguir avanzando. Y con eso no me refiero solo a las que se hacen a nuestros conatos de obras artísticas, sino a la vida en general.
Un abrazo.
Demasiada susceptibilidad actualmente, Elena. Y por momentos, más. Pero no creo que se trate de un fenómeno gratuito e inexplicable: si observas, cada día nos preocupan menos las formas. Ya pocas personas se plantean el modo correcto de dirigirse a los demás. Cómo decir las cosas sin ofender o herir. Normalmente se habla o actúa y después, si acaso, se reflexiona sobre lo dicho o hecho. Siempre he sostenido que me importaba el fondo más que la forma (obviamente solía referirme a la literatura, pero podría resultar extrapolable queriendo), y sin embargo empiezo a dudar… Abrazos.