Mirar con perspectiva: un pálido punto azul. Por Mar Solana

Ilustración de © Estefanía López.

Ilustración de © Estefanía López.

 

«El Amor es lo único que somos capaces de percibir que trasciende las dimensiones del tiempo y del espacio.» De la película Interestelar

 

«Comparado con la complejidad del universo, nuestro mundo parece el seso de una lombriz.» Haruki Murakami. Escucha la canción del viento.

 

El espacio, la última frontera. Estos son los viajes de la nave estelar Enterprise, que continúa su misión de exploración de mundos desconocidos, descubrimiento de nuevas vidas y de nuevas civilizaciones; hasta alcanzar lugares donde nadie ha podido llegar…

La voz en off del capitán Jean-Luc Picard, oficial comandante de la Nave USS Enterprise, se colaba por todos los resquicios de la salita donde veíamos la tele. «¡Hija, que empieza!», y la de mi padre cruzaba corriendo el pasillo hasta alcanzar la bandeja de la merienda en la cocina. Café para él, té con leche para mí, y una fuente llena de galletas maría, napolitanas y huesitos de chocolate. Todo me temblaba entre las manos hasta que llegaba a la mesa. A veces, con el baile titilante de las tazas, se derramaba un poco de líquido empapando algunas pastas que se habían salido del plato a empujones. Y nosotros, mi padre y yo, las mojábamos en el entusiasmo (ahora inimaginable e irrepetible) por un nuevo capítulo de una de nuestras series favoritas: Star Trek: La nueva generación, mito y fetiche. Nos engullíamos (casi sin respirar) la entrega e ilusión de todos los responsables de aquella Nave a la busca y captura de mundos mejores. Y soñábamos, sobre todo soñábamos, que siempre, aunque quedaran muy lejanos, existirían lugares estimulantes y personas distintas, con dos corazones, uno en el pecho y otro en la voluntad de seguir adelante.

Por aquella época, hace casi tres décadas —la serie conoció varias temporadas y duró un septenio—, aún no había aprendido yo a mirar con perspectiva o a dejar de zambullirme en todo lo que me rodeaba como un pez famélico.

Pero todo sigue su curso, lleva su tiempo y requiere de un proceso…, y no hace mucho que he descubierto una verdadera tabla de salvación en lo de «mirar con perspectiva». Cuando la tristeza tropieza con mi compuerta y la anega con su necesidad fría y azul, resquebrajándola y enredándome en sus tirabuzones de soledad y desamparo, ese pequeño refugio de cordura me mantiene a flote; aunque a mi alrededor la ciénaga se desborde con la indecencia y la rebeldía del que hace lo que le da la gana, sin pedir permiso ni siquiera para eructar. Otras veces, y no lo puedo evitar, chapoteo en el lodazal como si hubiera olvidado que sé nadar. Que existe esa tabla…

Mirar con perspectiva… alejarse, tomar la suficiente distancia para observar la magia de una nuez en lugar de un cerebro pudriéndose. Imposible ver el trasfondo de nada si nos acercamos demasiado con nuestra irrazonable miopía…

Tres años después de que comenzaran a emitir Star Trek: La nueva generación, aquellas historias que nos ayudaban a soñar con mundos mejores, una de las sondas Voyager, tras dejar atrás Neptuno, tomó la imagen más lejana de la Tierra, el 14 de febrero de 1990. Antes de abandonar el sistema solar, la sonda se giró e hizo una fotografía en la que podíamos ver nuestro planeta, a seis mil millones de kilómetros, como una mota de polvo suspendida en el espacio. Un diminuto puntito en el Universo en el que, justo aquel día, las personas celebraban su amor; quizás fue lo que quiso captar la Voyager. Fue elegida una de las diez mejores fotografías científicas de la historia del espacio.

Y cuando mi admirado Carl Sagan, creador y director de la mítica serie de televisión Cosmos y un gran especialista en lo de «mirar con perspectiva», vio la instantánea, realizó unas preciosas y certeras reflexiones acerca de ese «pálido punto azul» al que llamamos Tierra.

A continuación os transcribo las que más me gustaron, pero podéis escucharlas completas en el vídeo de más abajo.

«(…) Cada héroe y cobarde, cada creador y destructor de la civilizaciones, cada rey y cada campesino. Cada joven pareja de enamorados, cada madre y padre, cada esperanzado niño. Inventor y explorador, cada maestro de moral, cada político corrupto, cada “superestrella”, cada “líder supremo”. Cada santo y pecador en la historia de nuestra especie vivió ahí: en una mota de polvo suspendida en un rayo de Sol… La Tierra es un diminuto escalón en una vasta arena cósmica. Piensa en los ríos de sangre derramados por todos esos generales y emperadores, para que, en gloria y triunfo, pudieran convertirse en amos momentáneos de una fracción de un punto. Piensa en las generaciones de fervientes odios. Nuestras posturas, nuestra imaginada auto-importancia, la falsa ilusión de tener una posición privilegiada en el Universo…, todo ello es desafiado por este pálido punto de luz… Nuestro planeta es una mota solitaria en la inmensa oscuridad cósmica, en nuestra oscuridad. Y en toda esta vastedad, no existe ni un solo indicio de que la ayuda llegará desde algún otro lugar para salvarnos de nosotros mismos… Quizá no hay mejor demostración de la tontería de la soberbia humana que esta imagen distante de nuestro minúsculo mundo. Para mí, subraya nuestra responsabilidad de tratarnos los unos a los otros más amablemente, y de preservar y cuidar el pálido punto azul, el único hogar que jamás hemos conocido.» Carl Sagan

Alguien a quien amo profundamente me enseñó este vídeo en plena crisis navideña. Porque las navidades habían llegado otra vez, así, como quien no quiere la cosa. Igual que esa visita inoportuna de la que no te puedes zafar y a la que encima tienes que sonreír, y para la que siempre te repites el mismo propósito: voy a mirarla a los ojos y le voy a decir que quiero hacer las cosas a mi manera, no a la suya. Que estoy hasta las narices de sus falsas guirnaldas y del té con pastas obligado. Que mi deseo es patearle el trasero y echarla a escobazos de mi casa para llamar a doña Navidad, esa gran señora que se merma ante el ruido de panderetas oxidadas y que acabó diluida entre tanto griterío obsceno… Esa gran señora que nos ofreció su abrigo durante algún tiempo y que quizás ahora, en el devenir de esta época tan compleja, nos aconseje de nuevo volver a «mirarla con perspectiva», salir de nuestra importancia personal, porque en la vastedad del cosmos no existe cinismo o sonrisa afectada que valga.

Y en medio de ese siniestro bucle al que llamamos navidades, volví a necesitar la urgencia de alejarme y tomar distancia. Encontré mi tabla, me subí e intenté aparcar ahí fuera todo el fango emocional, esos fluidos y residuos que enloquecen a cualquiera.

Entonces me percaté (fui consciente) de que, en realidad, también soy otra motita de polvo. Pero no de cualquier polvo, no. Una diminuta partícula de polvo cósmico —que aporta más categoría, como un apellido ilustre— encarnado en un buen racimo de huesos, carne y piel. O como decía aquel spot televisivo, una ciudadana más de un lugar llamado mundo, una liliputiense de un sistema multigaláctico al que se adscribe nuestro planeta de humanos: ese pálido, denso y quebradizo punto azul. Un «pequeñito ser vivo» (como canturreaba Data, el simpático Androide de Star Trek) que aborrece encaramarse todos los santos años a la misma noria de otros pequeñitos seres vivos con deseos de hojaldre caducado. Una insignificancia sideral que, en la distancia y plenitud de la perspectiva, se pregunta por el ingrediente esencial que hace bullir a nuestro pálido punto azul. Esa cosa, emoción o sentimiento que hemos denominado amor y que, desde tan lejos, uno lo ve aún crudo, empaquetado; una poderosa vibración, una energía excepcional que todavía no hemos incorporado a la cocción de nuestra particular olla cósmica.

Y sin abandonar mi tabla y la distancia para observar los aconteceres humanos the last christmas, por primera vez valoré, como nunca antes había hecho, los infinitesimales utensilios de dar placer a toda la pequeñez de mis átomos: mis libros, mi ordenador portátil y mi kindle sorpresa. Y pensé, sentí, que la comunicación y las palabras constituyen, quizás, la más hermosa conquista humana dentro de esta mota de polvo suspendida en un rayo de Sol.

Palabras desde mi luna

Mar SolanaMar Solana

Blog de la autora
Colaboradora de Canal Literatura en la sección «Palabras desde mi luna»
marsolana@canal-literatura.com

7 comentarios:

  1. De esta motita de polvo en el universo, te envío palabras como abrazo y afecto y espero que lleguen a su destino.
    Comparto la perspectiva y desdeluego las palabras de Carl Sagan. Bonita reflexión Mar.
    Luisa

    • Es en la distancia «sideral» cuando uno es capaz de percibir el Brillo intenso y especial de otras motitas de polvo que hacen el camino más agradable a muchos liliputienses 🙂

  2. Y es que amiga, desde esa luna donde nos escribes, tendrás que observar tantas cosas del Universo y de su enigma…
    Sí, el profundo misterio estelar y el del ser humano, tan cercanos y unidos en el pensamiento como distantes en conocimiento, será por siempre nuestra asignatura pendiente.
    Y porque somos todos tan distintos como frágiles, solo nos queda que mirar con perspectiva hacia arriba pero intentando sobrevivir aquí abajo.

    Que ese mágico cosmos te siga inspirando chavalota. Un beso grande.

    • Sí, mi querido Chavalote, mirar el dolor con perspectiva cuando te atenaza es una tabla de salvación poderosa pero solo momentánea. Es cierto lo que dices: lo más importante es que todas las «motitas», sin distinción, nos dejemos de pendejadas (como diría un mexicano) y aprendamos a sobrevivir en el único hogar que conocemos, aunque a veces nos parezca una ciénaga.
      Un beso enorme para Espe y para ti.

  3. Elena Marqués

    Parece mentira que, siendo tan pequeños, consigamos cosas tan verdaderamente grandes. Ayer, precisamente, en una tertulia literaria, descubrimos varias frases del autor del libro que comentábamos (Pablo Fernández Barba, con su «El corazón en la pupila y otros cuentos») que me gustaría traeros, pues una descubre con relativa sencillez lo que es la poesía, ese «aliento poético inaprensible que dota de vida a un simple conjunto de palabras»; o el sentido de la vida («Vivirla. […] El sentido de la vida es no plantearse cuál es el sentido de la vida»); o el camino del poeta («… el niño […] se decía que en ese pueblo nunca vería el mar, ni conseguiría sus sueños, por lo que decidió hacerse poeta […] y marcharse para siempre.
    »-Cada vez que escribo, descubro algo nuevo. Mis versos me llevarán hasta el mar.
    Ese cuento termina con la frase «Israel siempre dice que su viaje nunca ha terminado».
    Disfrutemos, pues, de ese viaje de las palabras; flotemos como ninúsculas motas de polvo en el planeta azul con todas sus pequeñas maravillas.
    Besos.

    • Querida Elena:
      ¡Vaya lujo de comentario nos regalas! Yo también lo siento como tú: el viaje nunca termina, y los finales no son más que otros principios, el alfa y el omega cerrando el círculo perfecto de la eternidad, del Puente Infinito de las Palabras. Leyéndote he recordado una frase que me gusta mucho, de la peli «El manantial de la eterna juventud»:

      «No temas a la muerte, sino a la Vida no Vivida… No tienes que vivir eternamente, sólo vivir.»

      Y este pequeño poemita de mi cosecha 😉 :

      «Cabalga hacia el ocaso,
      ese es tu destino…
      ¡Oh, ser humano errante!
      con cadenas de pasado
      y alas de futuro…
      de jaulas de otros tiempos
      y ventanas de eternidad.»

      Un abrazo de los Grandes.

  4. Pero naturalmente, lo que nos atrae del punto azul pálido es la toma de conciencia de que todos estamos ahí, de que ese es nuestro único hogar. La vida exuberante que se manifiesta por doquier en nuestro planeta nos aparece desde esa perspectiva como una característica extremadamente delicada . Es por ello que ésta, junto con otras imágenes de nuestro planeta tomadas desde el espacio, ha contribuido enormemente a construir una conciencia ecológica en el hombre.

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