Poesía completa. Por Rubén Castillo

 

Este interesante volumen donde se recopila la obra poética de Enrique Jardiel Poncela (que edita Enrique Gallud en Hiperión) arranca con un simpático «Autorretrato» en versos de arte mayor donde Jardiel va mezclando humor y seriedad («El amor a la tierra que vio nuestro bautismo / en términos ‘científicos’ se llama patriotismo»), en un texto sólido y bailarín que se puede releer varias veces sin fastidio y con sonrisas intermitentes. Luego se deja caer con unos romances en los que desliza, entre otras jocosidades, ciertas consideraciones de tipo literario («Instrumentos de tortura, / cuchillos, navajas, hoces / y una colección de libros / de ultraístas españoles») y algunos juegos de palabras («Pues si describo el palacio / con meticulosidad / vais a mandarme a la porra / y yo aborrezco el lugar»). Después, esmalta unos poemas dedicados a escritores conocidos, a los que dedica sutiles malevolencias (Jacinto Benavente, los hermanos Álvarez Quintero, etc.).

El poema «Nueva York» (pp. 76-78) ha sido reproducido algunas veces en antologías, y desde luego constituye uno de los mejores resúmenes que se han hecho sobre la ciudad. El dedicado a «Buenos Aires», en cambio, adolece de una secuencia de misoginia desagradable, que dinamita el final del texto («Mujeres en abundancia, / pues las que nacieron putas / allí prolongan su estancia / pensando en hallar las rutas / del éxito y la ganancia», p. 82).

En ocasiones, juega a trasladarnos historias casi fabulísticas, como ocurre en ese sonriente y pícaro diálogo que mantienen un smoking y unos guantes de antílope, los cuales discuten por establecer cuál de ellos ha gozado más sensualmente de la cercanía de una bella mujer, hasta que otra prenda menos suntuosa demuestra que ese honor la pertenece: el pijama de la chica (pp. 111-113). O encadena infinidad de elementos culturales, históricos, literarios o vitales que se encuentran dominados por el número tres (pp. 131-140). O se deja caer con dos poemas laudatorios sobre Mercedes Salisachs, tan serios como bien construidos. Y cómo olvidar el poema que cierra el volumen, donde los dos perros de Enrique Jardiel interceden por su amo ante Dios, explicándole que los ha tratado siempre con mimo e infinito cuidado y que, por tanto, merece la indulgencia divina para acceder al Cielo.

Otros poemas, en fin, incurren deliberadamente en el ripio, como no podía ser de otro modo dada la temática del conjunto, pero Jardiel Poncela sabe extraer siempre de ellos un manantial tumultuoso de gracia, de música juguetona, que convierten este volumen en una fabulosa cadena de sonrisas y carcajadas.

Rubén Castillo

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Un comentario:

  1. Descubrí a Enrique Jardiel Poncela por una magnífica cita de él mismo. «el salvajismo no sabe reirse». Escribir con humor está al alcance de muy pocos.

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