181-Trece meses y veinticinco días. Por Mina
Empecé a caminar por las estrechas calles, húmedas aún por la intempestiva lluvia matutina de un martes de octubre.
Empecé a caminar por las estrechas calles, húmedas aún por la intempestiva lluvia matutina de un martes de octubre.
Aquella mañana la oficina recibió a Martín con un torrente de complicaciones.
Por fin he vuelto a mi tierra. Ahora que estoy de nuevo con tía Lucrecia, aquí en el camposanto, recuerdo cuando me fui. A últimos de diciembre harán ya dos años.
–Tu manzana, imbécil ¡atájala! –¡Hop! ¡Ya taá! –¿Terminaste con ese chotacabras? –Chotacaba no. ¡Tatú carreta!
“La noche, como hacía ya antes de que algunos que no voy a juzgar (si no lo hice aún) explicasen su ejecutoria, porque es la noche petulante en su misterio, intenta robar las formas , pero no aquista su voluntad en la ciudad ataráxica, ajena a qué le baña. O es el triunfo de la ingenuidad frente a lo innecesario, o es la neutralidad o…” Rodrigo tachaba otra vez con calma lo que escribía en su cuaderno mientras miraba Madrid,
La magia se espuma en ambientes despampanantes o en estados de tiempo suspendidos de la memoria. Existen amaneceres que, más que traer la luz, acarrean una saca de ilusión, un ramillete de encantamiento; horas agarradas al alma para no morir jamás.