63-Abandono. Por Camino

Un niño golpea frenético el cristal, llora y quiere asirse a la superficie lisa. Pero de nada sirve, el vidrio, con su carga de gemidos y miedo, se aleja del hombre ¿O es el hombre quien se va?

Javier tantea a su lado, ella duerme. Se levanta, pasa al baño y se observa largamente en el espejo. No es sueño lo que se demora en sus ojos, sino  miedo.

Y la pregunta de siempre: ¿quién es ese niño? y el hombre, ¿quién es?

 

Trata de acompasar su respiración a la de Lola, busca los intervalos que marca el aire jugando entre la nariz y la boca. La mira, su frente lisa, sus párpados que a veces tiemblan, ¿qué soñará?, si pudiera entrar en sus sueños…La memoria le devuelve el grito airado de Rosa: ¡pero, qué dices, también me vas a vigilar dormida!  Y Gloría, ella fue más precisa, -¡puto loco! Y el portazo.

Todo vuelve una y otra vez, no importa el disfraz ni la ocasión, el sentimiento que lo recorre es el mismo y el temor, apenas esbozado ahora, va ganando terreno y se convertirá en certeza:

—Vas a dejarme, lo sé.

 Javier es un experto en atraer mujeres, en querer y hacerse querer, pero ¡ay! no consigue que se queden con él, las agobia con algo que ellas llaman celos y él, miedo. Y acaban marchándose. Lola, con la que trató inútilmente de acoplar la respiración, también se irá, por eso la observa despierta y dormida, buscando los primeros síntomas de rechazo, para adivinar cuando lo dejará solo. Porque lo sabe, su destino, como el del niño de sus pesadillas, es el abandono.

Lo de Almudena fue el primero de sus fracasos, y  el más sonado. Porque hubo de romperse todo lo que los unió y el ruido de los platos tirados a la cabeza es siempre menor que el estruendo del nosotros al hacerse añicos. Decidió que no escenificaría más una unión con regalos y testigos, toda esa parafernalia en la que buscaba seguridad y sólo fue altavoz de su fracaso. Pero a pesar de la humillación y el engaño, cuando ella se marchó por fin Javier recuperó la tranquilidad y lo recorrió una patética satisfacción: la de haberlo sospechado siempre.-Vas a dejarme, lo sé.  

Su familia, los amigos, comprendían  que una situación como la vivida dejara huella en el alma de Javi, de ahí sus eternos temores, la obsesión que le rondaba día y noche -¿vas a irte? Que tuviera paciencia, le decían  -la herida cerrará y recuperarás la fe. Pero el orden de los acontecimientos y las pulsiones que los anunciaban contradecían la teoría de los suyos. Antes de que Almudena lo dejara no lo había dejado nadie y sin embargo esa dolorosa certeza estaba grabada a fuego en su entrecejo. No fue “por lo de Almu”. Fue antes de Almu.

 Rosa lo recogió en guiñapos, ¿o fue Gloria?,  le hizo saber de su atractivo  y se invitó a una copa, que luego trajo otras, en aquel saloncito desguarnecido donde se evidenciaba el pillaje de su anterior mujer y la falta de ánimo de él para rellenar los huecos del hogar desmantelado. Salieron a comprar algún detalle para las estanterías desabrigadas, hablaron de la muerte de la fe, del temor al fracaso, de la desgana de enhebrarse de nuevo a los otros. Fue muy sencillo, simplemente Rosa se quedó a dormir alguna noche, sin compromisos ni historias, un mero darse calor y expulsar la soledad, que amenazaba con echar  raíces.

Pero la soledad es un seguro para Javier, lo resguarda de los sueños.

              Cuando al dar una vuelta en la cama roza una pierna ajena, se siente tan agradecido a la vida,  que está tentado a despertar a la dueña de la extremidad para que comparta su dicha. Pero no lo hace, no todavía. Se conforma con un beso tenue que ella recibirá dormida 

Esa es sólo la primera fase.

Después de un tiempo feliz e indeterminado, cuando el calor de quien duerme con él ya no levanta oleadas de sorprendida gratitud,  van volviendo los sueños. Unas veces la imagen queda muy clara en su retina y le apremia la necesidad de saber, de comprender; en otras ocasiones sólo tiene un recuerdo mínimo que se difumina enseguida y del que pervive un vago temor. Son los presagios.   De ahí en adelante, Javier perderá el dominio de sí mismo y se verá urgido a aquilatar de continuo el amor de ella y su firme deseo de quedarse con él. Y como las palabras  sólo lo tranquilizan mientras están siendo dichas, pedirá oírlas una y otra vez y luego querrá comprobarlas y para ello recurrirá al espionaje de sus vidas. Almudena, Rosa, Gloría intentarán ser trasparentes para él, convencerle de su amor, pero los pálpitos gozan de mayor credibilidad que ellas y la sospecha se quedará a vivir en el alma de Javier y se hará con el timón de su vida entera. Después de los sueños, que acaban despertándolo y que luego casi no recuerda, el hombre mirará a la mujer dormida, escrutará su respiración, las medias palabras que a veces pronuncia, la arruga firme del entrecejo, que quizá marque sus deseos indudables de marcharse.

Almudena gritaba a quien quisiera oírla que si había engañado a Javier era porque él la había obligado. A partir de ahí sus explicaciones eran tan confusas y  absurdas que nadie la creyó. Lo cierto es que el marido la sorprendió con otro hombre, precisamente en el tálamo que sólo con él debía haber compartido. Ante esta evidencia,  que ella se defendiera acusándolo de celos enfermizos  parecía una mala broma.

No, no son celos, es la ansiedad que le causa  la certeza del abandono. Lo que has de hacer, hazlo pronto, ese es el mensaje que Javier trasmite a sus mujeres, perseguido por lo que, está convencido, es  su destino ineludible. 

Cuando Rosa despertó asustada y lo encontró junto a la cama, mirándola dormir, tuvieron la primera bronca. Ella escuchó sus razones y sus disculpas y le abrió su corazón y su agenda. Para que comprobase que no había nadie más que él. Pero a la tercera vez, la mujer  hizo su maleta y se largó. –No puedo dormir mientras me espías. Gloria añadió algo más –Me estás dando miedo, ¡puto loco!

Ahora es Lola la que abre los ojos, da un respingo y se incorpora -¿qué haces ahí?, ¿qué miras? Javier se disculpa:

—Me gusta verte dormida, quiero disfrutar de cada momento a tu lado, tengo miedo de que te marches…es que he tenido un sueño que se repite…hay un niño que llora al otro lado del cristal…

El asombro agranda los ojos de Lola, el discurso que ya Javier ha soltado a sus otras mujeres, produce en ella el efecto de una buenísima noticia; le echa los brazos al cuello, le rodea la cintura con las piernas, le quema con el aliento de sus besos,

— ¡Has soñado con un niño!, tenía tanto miedo a decírtelo, no es maravilloso que lo hayas sabido en sueños…Y así, con palabras entrecortadas de risas y pucheros, se entera Javi de que va a ser padre, de que la futura madre no sabe como ha podido pasar…pero lo cierto es que está irremediablemente embarazada. Y se siente feliz.

De manera que esta vez los presagios han fallado, Lola no piensa irse, se ha dormido de nuevo bien aferrada a Javier que, tendido boca arriba, no se atreve a mover ni un músculo para no despertarla. Poco a poco, la breve existencia de ese hijo inesperado se impone en su conciencia y hace retroceder sus extraños temores para sacar a la superficie otros, no tan misteriosos: un niño, esto puede cambiarme la vida, la verdad es que yo no había pensado en tener hijos…todavía, pero cómo desilusionarla, está tan feliz. Esta vez le es fácil acoplar su respiración a la de ella, entra sin problemas en sus sueños y los halla poblados de pañales, biberones y nanas; mecido por una de ellas se va adormeciendo mientras piensa que tal vez el mejor camino para conservar a una mujer sea  enraizar en su vientre.

Javier quiere ver un claro paralelismo entre el niño que gime tras el cristal y el que anida en el vientre de Lola. Según su elaborado razonamiento el subconsciente se vale del asiduo visitante nocturno para familiarizarle con una criatura que no quiso engendrar, pero que va a entrar en su vida. Y como quiera que la redundante pesadilla no ha vuelto, se apresura a tener por buenas sus conclusiones. 

Lola insiste en conocer a la madre de Javier, para decirle que  va a ser abuela y de paso bucear en la vida del padre de su hijo, porque en realidad sabe muy poco de él. Durante la visita, la chica se agobia un poco entre los besos y abrazos de aquella  mujer dulce y perdida, tomada a ratos por el olvido. En ese momento no sabe exactamente cual de sus hijos es el que ha venido a verla, confunde nombres y mezcla constantemente presente y pasado en un incomprensible revoltijo.

—Estoy muy contenta de que me hagáis abuela, por fin…

—Ya tienes dos nietas, mamá, las hijas de Nacho.

La mujer abre mucho los ojos, su mirada es plana -claro, sí, las niñas. Lola siente pena de la confusión de la mujer.

—Javi, tu madre quiere decir que será el primer nieto, porque va a ser un niño, tengo ese presentimiento. La futura abuela, agradecida a esa chica que tan bien la entiende, le abriga  una mano entre las suyas y empieza a recitar las recomendaciones propias de la visita, son frases trilladas que le salen sin pensar.

—…los niños dan mucho trabajo, y te hacen perder el sueño, pero son tan ricos, son la sal de la vida…tú debes tener cuidado, hija, Nacho es muy despistado, es el que más se parece a su padre.

—Soy Javier, mamá.

—Claro que eres Javi, ya lo sé y tan distraído como tu padre, fíjate si sería olvidadizo que un día te olvidó en el coche. Sí, como te lo digo… Fue a hacer una gestión rápida, un momentito, pero el caso es que se entretuvo y como aparcó de cualquier modo y molestaba a otro para salir, pues llegó la grúa; tú estabas dormido en el asiento de atrás, pero con todo el alboroto te despertaste y al verte allí solito te pusiste a llorar como un loco…  

Javier está pálido y muy próximo al llanto del niño encerrado en el coche

—Mamá, ¿por qué nunca me contaste eso?

— ¡Cómo iba a decírtelo, sólo tenias tres añitos! Y mirando la cara desencajada  del hijo  –no debes enfadarte con papá, sólo fue una distracción, además salió corriendo detrás y como los otros coches te vieron allí, llorando, aferrado a la ventanilla, adelantaron  a la grúa, avisaron con el claxon y las luces y enseguida paró; papá te recogió, te consoló y te trajo a casa. No pasó nada, Nacho, el que más se asustó fue tu padre que no sé cuantas tilas seguidas tuvo que tomar…

—Mamá, soy Javier y tú no sabes…todos estos años…las pesadillas, mamá…

Lola lo coge por los hombros, le pone un dedo en la boca, inicia  la ceremonia de la despedida, -porque es ya muy tarde- y se lleva de allí a un hombre que en esos momentos es un niño despavorido que revive el abandono de su infancia.

—No soñaste con nuestro hijo…

Pero Javier no la escucha, ni está allí, a su lado. Golpea desesperado la ventanilla de un coche que lo aleja del hombre, es un niño pequeño y está muy asustado, pero no quiere salir del sueño, tiene que vivirlo hasta el final, ha de ver como  su padre corre  tras él, lo rescata del pánico y lo abraza y lo aprieta contra su pecho.

Sólo así estará seguro de no ser de nuevo abandonado.

14 comentarios

  1. ¡Claro que todos somos Javier! Nos enfrentamos al mundo y creamos nuestro criterio con la lucidez que nos dejan libre los javieres que llevamos dentro.
    Pero al margen de la disquisición psicológica, el relato me ha encantado. No soporta una lectura lenta. La irracionalidad de Javier te va empujando para que no aflojes la velocidad, haciendo que contenido y forma avancen juntos como en una ópera. Imágenes y metáforas medidas y muy bien insertadas. Yo diría que aunque el ritmo es rápido, tú lo has escrito despacio, pensándolo bien. Te felicito.

  2. ¿Me permites un comentario irónico? Ahora va a saber Javier lo que es enfrentarse a un destino duro. Se quejaba de que lo abandonaban, pero ahora es mucho peor: ¡¡ un hijo y una mujer de por vida (o por muchos años) !! Felicidades por el relato.

  3. Pero Hoskar …¿tan duras te parecen las mujeres y los niños?
    si son la sal y pimienta de la vida. Gracias por leer y por escribir

  4. Me entantan las dos otras lecturas que he leído de esta persona… su hijo también lo hace muy bien, si señor, te mereces un 10 por mantener la intriga hasta el final.

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