Siempre en tu mirada me detengo al pasar. Siempre tus ojos verdes observo cuando me consideras ausente. He aprendido a ver en ellos tantas cosas que de repente me echaría a temblar. Y apenas te conozco. Para mí eres casi una extraña. Una extraña a la que veo a diario. Con la que comparto todo y a la vez nada.
Estamos en los mismos lugares, con las mismas personas y, sin embargo, no consigo contactar contigo. Por más que te busco jamás te encuentro. Podría tenerte a mi lado y aún así nada me dirías.
No sé por qué lo haces. No sé por qué pareces rehuir mi mirada, mis palabras. Tu rostro luce feliz cuando hablas con todos. Tu sonrisa aflora y de ella bebo, sin que nadie, ni siquiera tú, sea consciente. Pero si en alguna ocasión pareces dirigirte hacia mí, la expresión cambia, los ojos verdes se oscurecen, los silencios crecen desde la nada… y yo desfallezco presa del desaliento, de las dudas… y quizá también de mi propia juventud. Puede que ella sea la culpable de mi no saber hacer, de mi actitud torpe y desgarbada.
No soy un niño, pero tampoco un hombre; y bien sé que la experiencia siempre gana. Los años te dan sabiduría y seguridad; la juventud muchas ganas y la creencia, a veces loca, de que a quien quieres a ti te aguarda.
De nuevo alzo mis ojos castaños para encontrar tu figura. Tus labios se mueven al compás de tus palabras. Tu voz fluye como la brisa en la noche, suave y acompasada. Y sé que soy preso de tu embrujo. Que por más que quiera huir, seguiré pendiente de todo cuanto haces.
Quizá algún día coincidamos de veras. Puede que algún día me obsequies con una mirada. Pero esto no es más que una ilusión y me percato de que el tiempo corre; de que los minutos deprisa pasan.
Nueva mañana, nuevo día. Con él camino hacia mi destino. Hacia el lugar donde sé que te veré, aunque tú no a mí. Me detendré a tu lado y fingiré que me eres indiferente. Que hay otras personas con las que compartir banalidades. Pero cuando te alejes, con tus andares seguros, mis ojos seguirán tu estela, mi mente viajará contigo y mi alma una vez más me dirá que eres tú, que eres lo que siempre quise, desde niño.
¿Por qué tengo que vivir así? ¿Por qué he de soportar esta tortura? Quisiera olvidarlo todo; quisiera olvidarte… Y no sé cómo hacerlo. Porque con el tiempo mi mirada busca la tuya con más insistencia, y mi cuerpo se aproxima al tuyo con la esperanza de absorber la calidez que emanas, la dulzura que pareces compartir con todos, excepto conmigo.
Tan sumido estoy en mis pensamientos que no me percato de que nos hemos quedado a solas. Todos cuantos nos rodeaban se han marchado. Tan sólo tú y yo quedamos en esta plaza soleada, rodeada de árboles y de los susurros que la brisa decide regalarnos.
Antes de que me decida a hablar, tú me esquivas una vez más. Y en tu precipitación por marchar tu cuerpo se tambalea. Por una vez no dudo y agarro tu brazo con suavidad. Tu piel es aún más suave de lo que siempre había pensado y el contacto se me antoja imposible; pero está sucediendo de veras. Y tú permaneces a mi lado, con el cabello largo enmarcándote el bello rostro y una expresión de incredulidad dibujada en los labios.
Y al fin nuestras miradas se encuentran. Contemplo cómo tu pupila se dilata al sentirte por mí observada y no puedo evitar acercarme un poco más.
No retrocedes y eso me inquieta. No sé cómo está sucediendo, por qué precisamente ahora me permites estar junto a ti; pero mi cuerpo no tiene dudas y desea que no te vayas.
« ¿Es posible que te importe?», me pregunto sin soltarte.
Y tus ojos verdes me responden. De repente lo veo claro y envuelvo tu cintura.
Sé que no me has dado permiso, que mi atrevimiento puede acarrearme un rechazo por tu parte, pero estás demasiado cerca y llevo tanto tiempo aguardando este momento que apenas si puedo pensar.
Tus ojos verdes brillan cada vez más; me envuelven y me atrapan. El tiempo se detiene a nuestro alrededor y nada existe. Nada, salvo tú y yo.
Tus dedos de repente acarician mi mejilla, con suavidad, con vacilación. El mundo sigue sin existir para mí. Poco importa lo que pueda estar sucediendo. No siento más que tu mano en mi cara y mi propio corazón, cuyo latido se dispara sin remedio.
Tengo miedo de pedirte lo que más deseo. Puede que si hablo se rompa esta magia y me de cuenta de que no estás conmigo, de que sigo soñando con momentos imposibles.
Pero tus labios se han posado sobre los míos, y su sabor me ha dejado sin aliento. No es más que una suave caricia, no más que un mero roce; y, sin embargo despierta todos mis sentidos. Me hace abrazarte con más fuerza y respirar hondo, en busca del aire que parece llegar con dificultad.
Sólo sé que pareces quererme. Sólo sé que me estás ofreciendo el mundo… y no puedo hacer más que besarte.
Si esto es un sueño, soñaré. Si es la realidad, me abrazaré a ella por siempre.
Tan romántico y ligero como los ‘ojos verdes’ de Becquer. Yo también he visto unos ojos como esos…. Suerte
Me encantó aquello de: Si esto es un sueño, soñaré. Si es la realidad, me abrazaré a ella por siempre.
Muy romántico y bien escrito tu cuento. felicidades Lina Marie
Me ha traido recuerdos de mi adolescencia,cuando la timidez te atenaza y los sentimientos bullen como el agua hirviendo.
Saludos y suerte:)