En casa de mis padres había dos enormes armarios de cuatro cuerpos cada uno. Todo empezó cuando tenía seis o siete años más o menos. Me aficioné por entonces a esconderme en los armarios. Me metía allí entre abrigos y pantalones y cerraba la puerta mientras mi madre hacía las cosas de la casa. Ella sabía perfectamente en donde estaba y dejaba que me escondiera, puesto que la broma de hacerme el desaparecido la primera vez ya había ocurrido hacía tiempo y después de aquella primera vez que ni siquiera recuerdo, esto se vivía como algo normal en mi familia, ya que además estábamos acostumbrados a gastarnos bromas los unos a los otros y siempre andábamos así. Éramos muy felices. Mi madre por ejemplo, muchas veces se hacía la muerta. Se tumbaba en una alfombra con los ojos cerrados y permanecía completamente inmóvil durante un buen rato. Cuando yo llegaba a su lado ni se inmutaba. Yo empezaba a llamarla y no me contestaba. Incluso intentaba hacerle cosquillas, pero curiosamente era inmune a esto y conseguía aguantarse sin mover ni un pelo. Yo durante muchos años me he creído también inmune a las cosquillas, pero con el tiempo me he dado cuenta de que depende de la persona que me las haga. También mi padre era aficionado a las bromas y a veces se salía al descansillo de la escalera sin que nadie se enterara durante una o dos horas y entonces mi madre se ponía muy nerviosa y empezábamos a buscarle por toda la casa hasta que, cuando le dábamos por perdido, aparecía haciendo como si no hubiera pasado nada. A veces mi padre era capaz de estarse escondido hasta un día entero. Éramos así. Recuerdo cuando nos instalaron en el portal el portero eléctrico. Al principio nos pasábamos el día gastando bromas con él. Llamando y quedándonos en silencio o fingiendo la voz y cosas parecidas. Hasta que la novedad pasó estuvimos un tiempo divirtiéndonos con aquel invento.
Mi madre y yo le hacíamos muchas veces la petaca en la cama a mi padre. Le sentaba fatal y eso era lo que más gracia nos hacía. Un día, en el que conseguí algunas herramientas, como era muy habilidoso, logré desmontar el picaporte de dentro de la puerta del baño. Mi padre entró con el periódico debajo del brazo, como hacía siempre, dispuesto a pasarse media hora sentado en la taza leyendo. Cuando ya estaba dentro del baño, yo que estaba muy atento, empujé la puerta con toda mi fuerza una vez que él estuvo sentado en la taza, con lo cual la puerta quedó cerrada. Él intentó abrir pero como no había picaporte, se dio cuenta de que era imposible y empezó a gritar para que le sacáramos de allí ya que además tenía un poco de claustrofobia. Mi madre y yo en el pasillo, nos pasamos casi media hora partidos de risa diciéndole tonterías a gritos. Aún me sonrío al recordarlo. Un día, sin ninguna explicación, mi padre se fue de casa y no volví a verle nunca más. Esto, que al principio pudiera parecerlo, no fue una broma y a veces todavía hoy me pregunto como es posible que se fuera así. Pero mi especialidad era el esconderme en aquel enorme armario de cuatro cuerpos. Según fui creciendo, el armario se me iba quedando pequeño, pero desarrollé la habilidad de plegarme, poniendo las rodillas totalmente dobladas a la altura de la boca. Me gustaba aquella oscuridad desde la que escuchaba a mi madre trastear por la casa. Lo mejor era cuando venían visitas. Yo saludaba muy educado a todos y a continuación me escondía en el armario. Mi madre les decía que me había ido a mi cuarto a jugar, pero allí estaba plegado sobre mi mismo en la oscuridad. Algunas veces llegaba el momento de enseñar la casa y cuando pasaban a la habitación en donde yo estaba, el corazón se me aceleraba al máximo y parecía que se me iba a salir por la boca. Ella les decía: “esta es mi habitación”, y yo allí estaba, aguantándome la respiración para que no se dieran cuenta de nada. Luego, cuando ya se iban, salía a despedirles y algunas veces alguien me decía que tenía los ojos raros o algo parecido. Sin duda era debido a la oscuridad. También me acuerdo de que mi madre lloraba a veces. Yo no me atrevía a preguntarle el motivo, pero lloraba durante unos minutos; luego se le pasaba.
Me gusta recordar todas aquellas pequeñas cosas de mi infancia y adolescencia. De todo esto hace ya tantos años que se me debería haber olvidado, pero de vez en cuando me viene a la memoria como ha ocurrido hoy por ejemplo. Y he querido escribirlo todo, para que no se pierda en el olvido, aprovechando que aquí me recomiendan que escriba. Hace unos meses fue mi cumpleaños. He cumplido cuarenta y seis años y vinieron a casa varias personas de la familia y algunos amigos a felicitarme. Tenemos una bonita casa con un agradable jardín y como hacía buen tiempo nos salimos a merendar todos al aire libre. Yo a pesar de los años, no he cambiado en nada y sigo exactamente igual. Tengo la sensación de que soy el mismo de siempre. Da lo mismo el que pasen cuarenta años. Siempre siento que mi personalidad o mi “yo” como dicen los psicólogos, sigue siendo el mismo, inalterado a pesar del paso del tiempo. Y por eso continúo con mis mismas aficiones. En un momento en el que todos estaban distraídos charlando animadamente en el jardín, me fui al dormitorio y me escondí en el armario. Estuve allí casi una hora en silencio escuchándoles hablar, ya que tomé la precaución de dejar abierta la ventana de la habitación. Y cuando consideré que ya había pasado un tiempo prudencial, salí de allí. Me acerqué a ellos, intentando disimular que la luz me molestaba mucho. Nadie se dio cuenta de nada y la tarde terminó de forma agradable. Sólo mi mujer sabe mi secreto. Lo sabe pero jamás lo comenta conmigo ni con nadie. Nunca habla conmigo de este asunto del armario, aunque algunas veces, cuando acabo de salir, a parte de que cojeo durante unos minutos porque me duelen mucho las piernas, me dice que estoy muy pálido, aunque yo siempre digo que no pasa nada. Ella tiene toda la razón, ya que desde hace unos meses me ocurre que cuando llevo veinte o treinta minutos sentado encima de los cajones de la ropa interior con la puerta cerrada y las piernas totalmente dobladas me mareo. Al principio no le di importancia, ya que pensé que podría ser porque habíamos cambiado de marca de naftalina, pero me asusté mucho cuando una de las veces perdí el conocimiento. Estuve sin sentido unos diez minutos, luego se me pasó y salí sin mayores problemas. Pero al cabo de unos días me volvió a ocurrir, y desde entonces ya me ha pasado esto unas cinco o seis veces. Yo no quiero darle importancia ya que no soy nada hipondríaco, pero sé que no es normal el perder el conocimiento salvo en algunas iglesias. Por eso he tomado mis medidas y tengo escondido en el armario, aparte de la linterna, una botella de agua (no se pueden ni imaginar el calor que hace en el armario en verano y la sed que se puede llegar a pasar), la radio de pilas con auriculares y unos caramelos por si acaso vuelvo a sentir que me mareo y con el dulce se me pasa. Pero no es la primera vez que me ocurre algún percance dentro del armario. Un día se me salieron del bolsillo del pantalón unas monedas sueltas. Se colaron por entre las maderas de los cajones, y metí la mano para intentar recuperarlas, con tan mala suerte que, no sé como, me fracturé una falange de un dedo de la mano izquierda. Se debió a que el hueco por el que metí la mano era tan estrecho, que cuando intenté sacarla no podía, y al dar un tirón fuerte, noté como el dedo me crujía. Aquel día también me mareé del dolor, pero me repuse y salí intentando disimular. Mi mujer no se enteró de nada y la única molestia fue que tuve que pasarme casi un mes sujetando junto al dedo, a modo de escayola, un bolígrafo para disimular. Nadie se dio cuenta de que siempre iba señalando con el dedo y con un bolígrafo. Al final se curó sin ningún problema y todo pasó, porque todo termina siempre pasando. Además tampoco es tan raro el ver a personas que van por la calle con un bolígrafo en la mano.
Me molesta mucho la costumbre que tiene la gente de decir, cuando un homosexual reconoce públicamente su condición, el que “ha salido del armario”. Yo entro y salgo de los armarios a diario y sin embargo no me considero homosexual. Sé que si se lo contara a alguien, sería este el primer chiste que se le ocurriría. Por eso no se lo cuento nunca a nadie.
En el trabajo siempre me ha ido muy bien. Soy delineante y junto con un arquitecto y dos ingenieros, montamos una empresa dedicada a la fabricación de refugios atómicos. Vendíamos uno, capaz de mantener totalmente aisladas a cinco personas durante un mes, con generador eléctrico, calefacción, y hasta televisión. Ganamos mucho dinero en los años en los que este tipo de construcciones, parecían imprescindibles, pero poco a poco el trabajo fue decayendo, hasta que un día, hace cinco o seis años, decidimos cerrar la empresa. Fue una pena, ya que a los pocos meses de cerrar, ocurrió un grave atentado que convulsionó al mundo, y me pareció que se podría haber reavivado el mercado. Gané mucho dinero construyendo refugios y ahora puedo vivir holgadamente con los ahorros de aquellos años. Me preocupé por guardar el dinero en lugares muy seguros y rentables. Después monté una pequeña fábrica de casetas de madera para perros, pero por falta de trabajo, tuve que cerrarla.
Estoy contento porque a pesar de que me han ingresado en este hospital desde donde escribo, ya que se lo pregunté al médico y me dijo que me iría muy bien el escribir, he encontrado un lugar en el que esconderme algunos ratos. Se trata de la taquilla en donde guardo la ropa y mis cosas de aseo. Está en la habitación junto a la cama pero, a pesar de ser algo estrecha, es ideal. Me meto en ella, y cuando entra la enfermera siempre se queda sorprendida de que no esté en mi cama. Entonces abre la puerta del cuarto de baño, y como tampoco estoy allí se va. Esta mañana cuando ha vuelto a mi cuarto me ha dicho: “que raro es usted, he venido antes a tomarle la tensión y no estaba aquí. ¿Dónde se ha metido? Porque nadie le ha visto ni salir ni entrar”. Yo me he encogido de hombros haciéndome el despistado, y ella prudentemente se ha callado. No tengo ni idea de cuando me darán el alta, pero yo me encuentro perfectamente. Se lo digo todos los días al médico que me visita, pero siempre me dice que espere unos días más y que siga escribiendo. Así es que aquí estoy. Al menos desde la ventana hay una buena vista y la gente es muy agradable. Mi mujer cuando viene a verme a veces llora porque dice que en cuanto hablo se me nota que estoy igual, pero yo me encuentro perfectamente. La verdad es que es una lata la manía de los médicos de etiquetar a todo el mundo. Yo soy una persona completamente normal. Qué le vamos a hacer.
Tu relato tiene un comienzo prometedor, pero se va desinflando a medida que transcurre. Quizá cabría esperar algo menos obvio, o algún acontecimiento verdaderamente excepcional. No sé, repito que parece como si le faltase algo.
Por lo demás, me resultó amena y agradable su lectura.
Suerte en el certamen.
Coincido con la opinión de Rafa. Este es uno de esos relatos que merece una segunda oportunidad por parte de su autor, para que consigan dar ambos el máximo de su potencialidad.
Suerte en el certamen.
El relato me ha ido envolviendo, casi sin darme cuenta. Coincido con el anterior. Parece obvio, pero según va avanzando, te das cuenta de lo enorme que es la obviedad, y lo extraña que es la normalidad.
Enhorabuena por el relato y suerte en el concurso.
Me ha resultado agradable la lectura. He disfrutado. Un argumento original al que se le puede sacar más punta.
Suerte.
Un relato que narra el drama de un trastorno de la conducta. A la vez, es el relato de un hombre que trata de probar que es normal, a pesar del trastorno. Muy bien escrito y agradable de leer. Muchas suerte
Me parece que deberías corregir el «a parte de que cojeo durante unos minutos» por «aparte de que etc…» . Me ha gustado el relato e inquietado también. Yo también he sido muy aficionada a representar la escena mortuoria delante de mi familia, para ir «haciéndoles el cuerpo» y comprobar el grado de preocupación que experimentaban ante mi posible óbito. Es una pena que nos perdamos esa escena final en la realidad. Por lo demás, me considero una persona perfectamente normal. 😛
mas resumido por favor
pero me facilitan el trabajo muchas gracias
Gracias por salir del armario a ratitos para poder escribir este relato. Los que viven fuera de forma permanente es posible que no acaben de comprenderlo. Suerte.
El personaje dice que salir del closet no tiene implicaciones sexuales, creo que si los tiene y que esa es la idea del cuento, lo cual me parece legítimo. El relato es muy bueno, pero ganaría si se recortara un poco y fuera menos reiterativo. Felicidades Voltaire