22-Virginia y el coche azul. Por Leannan

Virginia levantó la sábana tapándose hasta casi la nariz y se puso una de las almohadas que la rodeaban encima de la frente. Sólo sus redondos ojos negros quedaron al descubierto.

Había creado una muralla a su alrededor con todos los cojines del sofá del piso inferior en su cama, antes lugar de maravillosos ensueños de colegiala y, ahora, un pozo insomne en el que cada vez caía más.

Y, así rodeada, se creía más segura e intentaba conciliar un bonito sueño de princesas encantadas. Pero no podía. Hacía días que Morfeo la había olvidado dejándola en manos de una pesadilla teñida de azul.

Un coche azul.

Que la seguía de día y la atormentaba de noche.

Seguro que si, en ese momento, miraba por la ventana de su habitación, lo vería allí, parado, acechando bajo la tenue luz de las farolas de la calle residencial en la que vivía.

La noche anterior, movida por esa cruel curiosidad que tienen todos los niños, se había acercado sigilosamente hacia la ventana y, creyéndose oculta tras los visillos, miró hacia aquella sombra azul intentando traspasar el cristal tintado y el metal de la carrocería para poder atisbar un momento la figura encorvada en el asiento delantero.

Pero fue grande su sorpresa, cuando los felinos ojos del coche parpadearon en un destello fugaz, como si realmente supiera que ella estaba mirándolo.

Su pequeño corazón dejó de latir por un instante y, al momento, retumbó en sus oídos haciéndola correr hacia la seguridad de su cama.

Y, ahora, en un mar de indecisión, volvía a preguntarse si debía mirar otra vez hacia la calle o acurrucarse en su segura fortaleza de almohadones e intentar dormir.

Lo que no sabía es, que otra figura, también luchaba contra la misma indecisión desde otra habitación de su casa.

 

Hacía días que se había fijado en él por su color. El azul era su favorito y, el coche, tenía ese tono centelleante propio del agua de una piscina en verano. Azul eléctrico.

Fue a la salida del colegio; de la mano de sus amiguitas, llamó su atención al instante.

Una suerte de sensación real se abrió paso en su pecho y el corazón le dio un vuelco: la esperaba a ella. Estaba allí por y para ella.

Mientras caminaba hacia su casa, lo sentía en la nuca sabiendo que, si se daba la vuelta, lo vería siguiéndola.

Los últimos metros hasta su casa volvieron la sensación aún más apremiante y Virginia, prácticamente, voló con sus pequeñas piernas para poder alcanzar la seguridad de su hogar antes de que aquella terrible sensación la atrapara.

Entró como una tromba directamente a la cocina donde esperaba encontrar a su madre. Y allí estaba, sentada en un taburete, bebiendo de un líquido oscuro que olía muy mal y perdida en sus propios pensamientos.

 

Por un instante, la miró parpadeando en señal de reconocimiento y volvió a sumirse en ese silencio cansado que Virginia le notaba desde hacía días. La verdad es que su madre estaba muy desmejorada; parecía que su anterior alegría vital se hubiera desvanecido de su rostro y su capacidad para crear palabras hubiera menguado hasta reducirse drásticamente a un mero murmullo de monosílabos. Quizás echaba de menos a papá, pues desde que había salido en viaje de negocios, su madre había languidecido cual margarita en un jarrón sin agua.

-¿Cuándo vuelve papá?- preguntaba Virginia muy a menudo, y la respuesta siempre era la misma: -Pronto, cariño, pronto…- y dejaba las palabras en suspenso volviendo a su actual mutismo anterior.

No le contó a su madre lo del coche ese día ni ningún otro. No quería preocuparla pues tenía la sensación de que ya acarreaba una pesada losa sobre su espalda. Aún así, esperaba que papá volviera lo antes posible para ayudarla en su problema. Seguro que él sabría que hacer.

Pero pasaron los días sin que volviera y su terror fue en aumento hasta el punto de perder no sólo el sueño, sino también esa agradable sensación de seguridad que únicamente se tiene en la niñez.

Cada vez que cerraba los ojos lo veía intuyéndola, acosándola, en un peligroso shock eléctrico de color azul.

Siempre allí donde mirara.

Espiándola.

Acechándola.

 

Esa mañana había estado muy cerca. Tanto, que el calor pegajoso del radiador del coche le había envuelto la mano al doblar una esquina. Sin darse cuenta, sus dedos habían rozado la carrocería en su apresurada carrera por llegar cuanto antes a casa. Creyendo que se había librado de él, al salir del colegio, corrió como una poseída dejando pasmadas a sus amiguitas justo cuando sus ojos corroboraron que esa maldición azul no se encontraba, como siempre, aparcada frente a la escuela.

Su pequeño corazón bombeaba a mil por hora mientras las piernas se movían raudas a su compás.

En la última curva antes de llegar a la calle donde vivía se había abierto demasiado y su mano pasó rozando el lateral de los coches aparcados. Hasta que no notó el calor, no se dio cuenta, pero esa sensación ardiente se convirtió en escalofrío al reconocer, en media fracción de segundo, a su eterna pesadilla.

Y algo había chirriado desde el interior.

Cuando llegó a casa cerró la puerta tras de sí, descansó un momento para recuperar la respiración mientras sus oídos, alertas, registraban cualquier pequeño sonido a su alrededor. Frente a ella, el espejo le devolvía la imagen de alguien que se le parecía pero que, desde luego, no lo era. La chica que la miraba tenía la cara demacrada y unos bultos negros bajo los ojos, temblaba violentamente y sus manos se arrugaban el vestido color cobalto que llevaba. Como garras enfermizas estrujaban el bajo de la falda una y otra vez como si quisieran devorar a la niña que sufría debajo.

Quitó la mirada del espejo y localizó a su madre por el intenso olor rancio de la bebida que últimamente tomaba. Sentada en el sofá en la penumbra del salón, sólo el tintineo del hielo contra el vaso delataba su presencia.

Apenas levantó la cabeza cuando Virginia la saludó, languideciendo ante la copa y su dolor por la pérdida del amor.

Virginia ya no reconocía a su madre. -¿Dónde estaba papá?- rezó para que volviera cuanto antes. Otra noche de terror la esperaba y ella se sentía impotente y más desdichada que nunca. Rezó, mientras gruesos lagrimones surcaban sus mejillas, dando todo su ser, toda su alma, para que el Dios que la escuchaba atendiera su desesperación. Rezó hasta que las rodillas se le hincharon y los brazos se le durmieron a los pies de la cama.

Horas más tarde, cuando, venciendo su miedo se asomó entre las cortinas de su ventana, vio que su agónica oración no había sido escuchada. Dios la había ignorado y el demonio hecho de hierro azul, seguía en su puesto vigilante, esperando el momento para cazarla.

 

Al día siguiente, un grandioso olor a bacon la sacó de su enredo de sábanas y almohadones. Su estómago rugió, ya que la noche anterior apenas había probado bocado debido a la ansiedad que sentía. Se lavó y vistió lo más rápido que pudo y bajo a la planta inferior siguiendo el grato aroma proveniente de la cocina.

Su madre se afanaba entre sartenes con bacon chisporroteante y vasos de zumo de naranja.

Parecía otra persona.

Ya no tenía el aspecto de los días anteriores. Vestida de amarillo, llevaba el pelo recogido y se había maquillado. Parecía feliz mientras canturreaba una tonadilla alegre y sus manos volaban preparando el desayuno más espectacular que Virginia hubiera visto nunca. A pesar de su cansancio, sonrió feliz de ver a su madre tan mejorada.

-Hoy tenemos visita sorpresa- le dijo mamá al tiempo que le guiñaba un ojo, -y…, me parece que ya llega.

Un sonido de neumáticos entrando en el porche atrajo su atención.

-¡Corre Virgi! Ve a saludar mientras yo termino de preparar nuestro pequeño festín.

Corrió hacia la puerta principal por la curiosidad de saber quien era el invitado sorpresa.

Abrió la puerta de golpe y lo que vio la dejó clavada en el umbral.

El coche azul acababa de parar a poco más de un metro de donde ella se encontraba. Despedía volutas de vapor, cual dragón enfurecido, de su capó brillante, y las luces volvieron a parpadear en un guiño mortal hacia ella. Jamás en su vida había experimentado el terror que se adueñó de sus entrañas, apretándoselas y revolviéndoselas como un río cuajado de remolinos. Y, cuando la puerta del conductor se abrió dejando ver una bota y los bajos de un tejano apeándose del coche, Virginia se persignó mentalmente y con una plegaria en la boca se desmayó ante la creencia de que el ser diabólico que la perseguía, se había cansado del juego y venía a por ella sin contemplaciones.

Entre brumas oyó repetir su nombre mientras unas manos fuertes la levantaban y la acunaban sin descanso. Hacía unos segundos pensaba que iba a morir, pero las sensaciones que ahora tenía eran muy diferentes. Los dedos que acariciaban su frente y sus cabellos desprendían olas de seguridad y cariño hacia su corazón.

Lentamente fue abriendo los ojos.

El sol le daba de lleno en la cara y, por un momento, la cegó. Mientras volvía paulatinamente a acostumbrarse al entorno, una figura se cernía sobre ella ocupando totalmente su visión, aunque no conseguía llegar a discernir los rasgos de su rostro pues la niebla en su cabeza aún no se había disipado. Cerró y volvió a abrir su mirada y, por fin, consiguió reconocer la cara que la miraba.

Su padre la tenía cogida en brazos, hablándole, besándola, raspándola con una barba gruesa descuidada poco usual en él. Virginia le echo sus manitas al cuello y aspiró el aroma tan añorado del abrazo paterno. Aunque un temor destellaba en su conciencia en una rauda explosión de color azul.

El coche seguía ante ella, esperando su reconocimiento, silencioso, con la puerta del conductor abierta de para en par, como una invitación a desentrañar el misterio.

Una potente luz invadió su cerebro segundos antes de volver a desmayarse en señal de la más absoluta comprensión: “era el coche de papá”.

Y las brumas de la inconsciencia la sumieron de nuevo en el pozo profundo del entendimiento.

5 comentarios

  1. Carmen Andújar

    Un relato de lo más intrigante; aunque al final queda un poco interrogativo y bien bien no se porque su padre se hizo tanto esperar. De todas maneras me ha gustado leerlo y todo él está impregnado de un halo de misterio.

  2. Un cuento envuelto en la ternura propia de la infancia. Miedos y deseos confundidos.Mucha suerte.

  3. Consigue mantener la tensión, aunque el final es demasiado explicativo. Me ha dado mucha pena la pobre niña.

  4. Relato muy bien escrito, lleno de magia y misterio. Felicidades Leannan

  5. Perdonad por no haber contestado antes. Gracias a todos por vuestros comentarios.

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