Me gusta vestirme de cuero. Me siento bien, y me sienta bien.
Me encuentro cómoda, atractiva, y por qué no decirlo; me excita.
Ya he cumplido cincuenta años y me aterra hacerme vieja. Tengo un miedo tremendo a la vejez; la siento cada vez más cerca. Al acecho.
He cumplido cincuenta años y hace más de dos que no hago el amor con nadie.
Mi marido ni me mira, ni me toca. Mejor así. No lo soportaría. Ya no.
Fue por Ángel por lo que me vestí de cuero. Nunca antes lo había hecho. No me imaginaba vestida de cuero. De hecho, el día que me probé el traje, al mirarme en el espejo, me dije: casi pareces una puta. Es lo que quería.
Y quería que él me viera. Por eso le llamé.
Me he vestido de cuero, le dije.
¿Te has comprado una falda?.
No. Un traje entero. ¿Puedes salir?.
¡Claro!. No me lo perdería por nada del mundo.
Cuando me vi reflejada en el cristal de la cafetería me gusté. El traje de cuero me sentaba como un guante. La chaqueta sencilla y ajustada, con cremallera, resaltaba mis pechos, a los que, por cierto, no les hace falta ninguna ayuda para llamar la atención. La falda más corta de las que suelo usar, también ajustada, lo más que pude. Los zapatos de tacón y las medias de fantasía hacían el resto.
Ángel había trabajado durante unos años para mí. Los pocos que aguanté en aquella empresa. Era más joven que yo y estaba, como se dice, felizmente casado. Eso no me impidió coquetear con él. Más que coquetear. Me gustaba provocarle. Pero él se manejaba muy bien en las distancias cortas y terminé siendo yo quien se turbaba ante sus insinuaciones.
Cuando ocupé el cargo él ya estaba en el equipo; era uno de los principales coordinadores de la sección que yo dirigiría. Conté con su apoyo desde el primer momento. Tenía experiencia, era rápido en buscar soluciones y sabía trabajar para un jefe. Y para una jefa.
Al poco tiempo ya le pedía consejo de cómo vestirme para cada reunión importante. Con falda de cuero – decía siempre- con falda de cuero. Aquella broma dejó de ser una broma. Lo decía en serio.
Si te pusieras una falda de cuero estarías irresistible. Contagiosa.
Recalcaba él. Estaba convencido de que el deseo es contagioso.
Cuando entró en la cafetería donde siempre desayunábamos juntos y en la que ahora solo quedábamos de vez en cuando, yo le estaba esperando sentada frente a un café americano. Con las piernas cruzadas para llamar su atención. Para provocarle.
Me gustaba hacerlo así, y más aquel día. Cuando me levanté sentí su mirada recorrer todo mi cuerpo, de arriba abajo. ¡ Vaya!. Exclamó.
Te lo dije. Contagiosa. Totalmente contagiosa.
Nos saludamos y cruzamos dos besos. Yo clavé mis pechos en él como hacía siempre, y él dejó su mano en mi espalda más tiempo de lo normal, y más abajo. Sentí cómo la deslizaba y me excité. Él también lo estaba. Lo leía en su mirada.
Después de aquel encuentro se sucedieron otros. Y después de aquel traje, otros más. Todos de cuero. Cada uno más atrevido que el anterior. Uno rojo, con la falda más larga, pero que dibujaba mi cadera con rotundidad. La chaqueta cruzada, con la que podía llevar debajo solamente el sujetador. Después un pantalón; también negro: tan ajustado que me daba vergüenza salir sin abrigo. Con el pantalón podía estudiarse mi anatomía más íntima sin la menor dificultad. Aún así, el primer día que me lo puse, dejé el abrigo en casa. Creo que nunca me sentí tan observada. Al encontrarme con él no sentí ningún rubor. Al contrario.
Así anduvimos casi un año. Nunca pasó nada. Solo insinuaciones y la certeza de que a los dos nos excitaba aquello.
Pero no era solo eso; también éramos auténticos amigos. Nos contábamos nuestros problemas, nuestras intimidades y nos ayudábamos siempre que nos era posible.
Yo le contaba mis crisis con mi marido y él las aventuras que nunca llegaba a tener. Nuestras familias también se conocían. Su mujer, mi marido, los hijos…
No tenía sentido convertirnos en amantes. Hubiera sido el error más grande de nuestra vida.
Pero uno nunca sabe cuando va a cometer un error. O sí. Pero no hacemos nada por evitarlo.
La última vez que lo vi me llamó él. Necesitaba hablar conmigo.
Vístete de cuero, me dijo. Por favor.
Nos encontramos y como siempre, me apreté a él cuando nos saludamos. Fui implacable. Le clavé mis pechos descaradamente.
Me contó que tenía problemas. Que al final se había enamorado de una persona de la que no debía. Como pasa siempre. Y se lo había contado a su mujer.
Llevaba cinco meses viviendo solo. La mujer de la que se había enamorado, una joven francesa que había conocido en un congreso, ni siquiera le quería. Apenas se dieron unos besos. Eso sí. Unos besos inolvidables. Para morirse. Decía Ángel. No sabía que existieran besos así. Repetía en voz alta.
Un regalo. Tómalo como un regalo. Eso dijo la francesita con cara de ángel. Después regresó a París.
Me miraba como nunca antes me había mirado. Después de contarme todo, me preguntó qué tal.
¿Yo?. He cumplido cincuenta años. Dije. Me aterra la vejez y hace más de dos años que no hago el amor con nadie; salvo conmigo misma.
Sonrió suavemente. Sin reírse. Lo hacía muy bien.
Nos levantamos y salimos de la cafetería como tantas otras veces.
Llovía. En invierno y en Madrid, también llueve. No solo llueve en París.
Ahora nos besaríamos y cada uno caminaría hacia un lugar distinto. Como tantas veces.
Yo al parking y él a su despacho, dos calles más arriba.
Al besarnos nuestros labios se rozaron levemente. Fue involuntario.
Nos separamos. Como tantas veces.
Apenas había dado dos pasos cuando sentí su mano en mi hombro y un escalofrío en el cuello, cuando, muy cerca, casi rozando mi pelo, dijo…
¡Espera…!
Me ha gustado tu relato. Está bien escrito,y desde que empiezas,deseas seguir a ver que pasa al final.
Mucha suerte
El lenguaje es ágil, ameno, distraído y refrescante, las frases cortas suelen ser resultonas y aquí están bien empleadas, pero la historia en sí no va muy allá, a mí se me queda casi en nada, aunque reconozco que lo de las historias, los trasfondos y las profundiades va en gustos.
La puntuación de algunas frases está mal: nunca se pone un punto después de un signo de interrogación o admiración.
El formato que has elegido para los diálogos está bien, pero al eliminar el guión resulta menos evidente quién habla y hasta donde llega su parlamento.
Mucha suerte, Alejandra.
Gracias Carmen.
Gracias Barthelme.
hay varias cosas que son ciertas; la puntuación es caprichosa. Queria dar sielcios entra palabras y frases, pero que quedasen escritas seguidas. No sé otra manera de hacerlo, lo confieso.Lo de evitar los guiones también es intencionado. Y donde nos llevela historia, como tú dices, es algo muy personal , si lo prefieres conceptual. Gracias por el resto.
A.P.
Perfecto. Un relato realista que plasma el carácter humano de las personas. sigue así.
Me gusta que te vistas de cuero para todos nosotros. Permíteme que te diga ‘espera, quiero hablar contigo y decirte que tu relato es estupendo’. Aviso a lectores rápidos y voraces: hay que leerlo dos veces.Mucha suerte.
Felicidades!! no soy escritor ni mucho menos, pero al leerte se me ha puesto la piel de gallina. Tu relato es, ha sido y será siempre mi gran sueño, conocer a una mujer asi en la vida real, que se vista de cuero, pero sobre todo, que lo disfrute, que como bien dices, le excite hacerlo.
Felicidades nuevamente y espero con ansia la culminación de tu estupendo relato.
Gerry, México D.F.
estupendo relato vestido no sólo de cuero sino de sensualidad. Felicidades Alejandra