40- Sofía Taranto. Por Zucchero

26 de septiembre de 1856. Unos kilómetros al sur de Osorno, Chile.

La lluvia ha amainado.

He visto la muerte de mi esposo y mi pequeño hijo a manos de indios araucanos. He visto cómo me han quitado lo más grande que amaba. He visto su sangre y sus restos quedar tendidos a la orilla del sendero, entre las quilas. Y no he podido sino gritar y llorar, y dar manotazos, y tratar de soltarme. Pero no ha sido suficiente.

Luego he perdido el sentido.

Me casé en 1847, en Nápoles, con Fernando Otero, murciano, quien –tres años después- emprendió el negocio del oro en Valparaíso. Pertenezco a la familia Taranto del rubro textil napolitano. Unos aventureros con suerte y determinación. Pero yo tenía más afinidad con la pintura, dibujaba unos bonitos paisajes del Vesubio.

Mi hijo era un bebé cuando ya estábamos en Chile. Fernando tuvo noticias de grandes yacimientos cupríferos entre las cordilleras de Los Andes y la Costa, al poniente de Osorno, así que quiso ir a ver con sus propios ojos la maravilla, pero antes de llegar a Valdivia fuimos atacados. Lo que sucedió a posterior quisiera borrarlo de mi mente.

Fui raptada por estos indios del toqui Pailalef, quienes me vendieron a otro cacique de las cercanías de Osorno llamado Neculmán. He estado cautiva mucho tiempo padeciendo los peores sufrimientos que se pueden imaginar… He dado a luz un hijo de este cacique Neculman y en vista a ello me ha cortado el talón para que no huya. Ya llevo cuatro años en esta situación.

Esta misiva desesperada y llena de angustia decidirá mi suerte. Ruego que me rescaten pues, de no ser así, creo que mi muerte es inminente. Las otras esposas de Neculmán, araucanas envidiosas, me han hecho la vida imposible y debo servirlas como una esclava. Creo que Neculmán me prefiere a ellas, lo que es un martirio. Vivo en una choza, vestida con cueros de cordero, y soportando las constantes borracheras de Neculmán y su gente, todos ellos violentos.

Cuanto deseo volver a mi patria y hacer cómo si esto hubiese sido una brutal pesadilla… puede ser una cobardía dejar a las dos personas que más amé en estos desolados parajes del fin del mundo pero esta no es vida. Vivimos a orillas de un río enorme del que sería un suicidio tratar de huir debido a la corriente y las rocas afiladas que existen. Lejano, un volcán se erige majestuoso. Los indios le temen tanto como le temen al demonio que durante la noche sale a deambular por estos desolados parajes. Tal vez lo mejor sería morir, ahogada o envenenada, o quemada viva como he visto que asesinan a algunos por ser adúlteros. Noche tras noche me pregunto porqué yo, llegando a la conclusión que el destino es el peor de los canallas. La vida me ha tratado de lo peor, y lo sigue haciendo; pero no pierdo las esperanzas de que algo haga variar el curso de las cosas que me han aquejado. Dios, ¿dónde estás? ¿Por qué me has abandonado? ¿Qué he hecho para merecer destino tan cruel? No sé la respuesta. Sólo pongo en tus manos abiertas mi destino. Decide Tú qué hacer con mi ser que sufre y decae día a día.

Algunas veces sólo quiero convertirme en piedra o mariposa y desaparecer de estos entornos y volar hacia mi casa en Europa para tener una vida normal, pero luego pienso en mi cojera y si existirá un hombre que me ame y me respete luego de mis padecimientos. ¿Existirá alguien así? ¿Llegaré a volver, y conocerlo?           

Las nubes huyen hacia el norte. Quisiera irme con ellas. Desaparecer en el crepúsculo.

La tierra y las hojas de los alerces están húmedas pese al viento  que intenta secarlas. Los hombres del cacique han recibido visitas y están bebiendo chicha de manzana y han matado un novillo para que en la parranda de dos días no falte nada. He visto un hombre blanco, un extranjero, pero ni siquiera me ha mirado. Debe ser un traficante de armas, o algo así. Y después de este suceso me he botado a llorar sola ante la mirada de dos perros sarnosos y unos patos encolerizados. Los hombres han marcado sus parpados con el azul y morado y su apariencia es más feroz de lo acostumbrado. Aún llueve. Siempre llueve. El cansancio y el dolor en el tobillo me vencen, bebo un poco de licor y dormito en el suelo que huele a raíces y murta. ¿Me rescatará el ejército chileno alguna vez? Creo que todo está perdido.

He escondido lo que buscaba en mis ropas. Fue fácil y creo que nadie me ha visto. Un coligue de unos veinte centímetros. Afilado en un extremo con un cuchillo. Una pequeña estaca delgada y fibrosa. Un puñal de madera que con fuerza, perfectamente, se clavaría en el pecho de cualquiera. Aún estaba largo así que lo recorté con una piedra filosa. Ahora tenía un poco más de maniobrabilidad y se adhería fácil a mi mano.

Tenía que ser en la noche cuando Neculmán durmiera. Ese era un buen momento, pero debíamos estar solos, no debían estar las otras mujeres. La única forma era proponerle tener sexo en una choza solitaria. Lo más terrible era que él debía quedar cansado y durmiera para poder usar el puñal con cierta tranquilidad. No iba a ser fácil pero el culpable de todos mis sufrimientos y de la muerte de mi esposo e hijo iba a morir. Pensé que emborracharlo era una buena idea. El alcohol iba a ser un aliado eficaz, un aliado que jugaría un rol principal en el crimen. Once días más tarde tenía el plan en marcha. La choza, el momento, y lo principal, el puñal, estaban.

La parte superior de las chozas estaba iluminada por la luna y la noche había adquirido un azul intenso. Una escena absolutamente tétrica. Sombría, profética de sangre. Cuando enfilé a la choza, donde estaba Neculmán borracho, sentí el pasto húmedo y eso me hizo despertar. Debía estar segura y concentrada ya que un margen de error sería fatal. No era una tarea fácil pero la venganza mueve montañas. Esta no iba a ser la excepción. Había bebido un poco de chicha. Tres metros antes de la choza el barro protegía la entrada gélida y pedregosa. Unos ulmos se elevaban robustos. Tenía la estaca en la mano y la escondía entre las pieles de cordero que vestía. Avanzaba despacio en el máximo silencio. Mi sombra se acercó a la choza. Me detuve y miré hacia los ulmos. Un chuncho me estaba mirando con detenimiento. Pero finalmente el ave decidió mirar al costado. Fue en ese segundo que entré y el búho emitió un sonido desgarrador. La luna también pareció huir.

 

3 comentarios

  1. Dificil, muy dificil se me hace escribir un cuento o una narración que tenga que ver con otra época u otra civilización. Zucchero, lo has logrados en pocas pero efectivas líneas. te felicito por el retrato de esta Judith. Espero que nuestros compañeros lean un poco más y lleguen a tu narración para que opinen de ella. me alegra escribir este primer comentario.

  2. Dificil, muy dificil se me hace escribir un cuento o una narración que tenga que ver con otra época u otra civilización. Zucchero, lo has logrado en pocas pero efectivas líneas. te felicito por el retrato de esta Judith. Espero que nuestros compañeros lean un poco más y lleguen a tu narración para que opinen de ella. me alegra escribir este primer comentario.

  3. HÓSKAR WILD

    Perfectas descripciones de las situaciones. Excelente ambientación. Interesante historia que, salvo por los crímenes iniciales, podría trasladarse a la época actual, donde un buen número de mujeres están secuestradas por ‘machos caciques’ anacrónicos. Suerte.

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