Hace muchos años que el insomnio la traiciona. Se adormece con brebajes, pero el letargo es más agotador que el desvelo mismo. No duerme bien desde aquellos zafarranchos de alcohol, reniegos que rompían la vajilla, y el piso destilando baba. La música alta le melló los oídos y aún tiene tatuados en el olfato los olores marginales. Fueron ataques perennes a mordidas y estrujones. Un martillo sobre sus glándulas de Bartholin.
Ni la costumbre le hace decir “que en paz descanse”, porque todavía ella no ha tenido una noche de sosiego.
Después de la muerte, quedaron los ruidos como magia negra: frenazos de coches, rabia de puertas que abren y cierran delante de la casa, llave en el cerrojo, loza cayendo, música y los dolores del bajo vientre que la tenían horas sentada en el baño.
Tres misas católicas y una espiritual en la que el diálogo, con el más allá, se convirtió en insultos y herejías, porque el santero se empecinó en arrancarlo de la tierra aunque se debilitara su cordón místico. Hasta que con un rompimiento irreversible, evidenciado en los añicos del coco seco que lanzó al final, logró la elevación. Uf! Muerto oscuro…Agua clara y albahaca blanca debajo de la cama…
Sumó a todo esto la reacción de los psicofármacos ingeridos cada vez que el reloj lo decidía, la terapia de grupo, los ejercicios de relajación…
Y aún persiste un sopor de mutismos y universos insólitos que fecundan en el aturdimiento, provocado por las pócimas que se inventa o que sugiere cualquier sabio que encuentra al paso.
Ha puesto la casa en venta. Quizás logre burlar a la incertidumbre y hacer más llevaderos sus días.
…
Se toma la jarra de mejunje. Entre las hierbas que ha cocinado, vencedor y dormidera, descubre una planta diminuta que nunca había visto, pero le resta importancia. Está aprendiendo la calma para defenderse.
Los párpados se debilitan. Tiene un vahído que no es sueño. A penas le da tiempo a cerrar la puerta de la cocina. Suerte que nunca abre la del frente porque ni el candado de la verja ha podido poner. Ni piensa, ni se extraña. Va a la cama con la ropa del día.
…
La ciega el naranja de la puesta de sol. El mar es la sábana de hilo del matrimonio de la madre que se usa sólo para el recuerdo. Huele a aquella colonia que le ponían, cuando niña, detrás de las orejas y la nuca.
Camina por el viejo callejón que llevaba al río. Está segura que es el viejo callejón porque ahí está la piedra donde conoció al hombre de sus quebrantos, pero no está el río, está el mar tendido con la sábana de hilo del matrimonio de la madre.
Una corriente fría la sobrecoge. Lo ve venir de donde el sol parte. Parece un caballero apenado. Trae un ramo de rosas color naranja con sello holandés. Se los pone entre las manos y se arrodilla. Llora como un niño…
La toma entre los brazos y la acuesta sobre esa sábana de hilo que ella está segura que es el mar. No puede verle el rostro.
_Sólo en ti puedo salvarme.
Ahora huele a sándalo. Todo huele a sándalo.
Con agilidad de héroe cogió al sol, la levantó con ternura y se lo puso de almohada bajo las nalgas. Aún así no distingue su semblante.
Los dedos, muy mansos, le recorrieron el cuerpo…Le abre las piernas, lubrica la vulva con un aceite delicioso para introducirle, lentamente, el dedo del medio. Los otros dos, índice y anular, apoyados en los labios menores y la palma ofreciendo una débil presión. A veces el pulgar sobre el clítoris, así una y otra y otra vez…
Siente miedo. Lastima. Muy fuertes los deseos de orinar…hasta que grita para dejar salir a un dolor de heridas viejas que la desgarra.
Él sirve dos copas con un elixir que alivia y entonces vuelve sobre su cuerpo. La lengua se recrea en los senos y reanuda en su entrepierna el método anterior, pero ahora estimulando más al clítoris. Con equilibrio entre la quietud y el movimiento, busca algo en lo profundo… La pone a horcajadas sobre sus muslos abiertos hasta hacerle tocar la espalda con los talones…
El ritmo la enardece. Circula sobre el gentil miembro que tiene dentro. Él suspira…La invita a seguir moviéndose como si obtener su orgasmo fuera un favor que le hace. Ruega lo de la salvación con una ternura casi paternal.
Ella no quiere que esto acabe. Le gusta más allá de todo lo que ha probado…Un néctar, que la estremece, brota de su interior y cae como llovizna al mar, que sigue tendido con la misma sábana.
-Bendito el jugo que me ofreces! – Le escuchó sin poder verlo.
_No me dejes. Quiero más, por favor, no te vallas, ven…
…
El timbre la hace lanzar. Está desnuda, Busca la bata y sale ágil a la puerta.
_ Buenos días. Disculpe si la desperté. La verja así… Vengo por el anuncio de venta.
Ella se recoge el pelo y ofrece explicaciones por el talante.
-Pase…Voy a poner un café.
El hombre se queda mirándola como si fuera la primera vez que ve a una mujer trajinar con la cafetera.
_Es que enviudé y no soporto aquella casa. La tengo cerrada. Bueno… a decir verdad, también la estoy vendiendo. Figúrese, son tiempos muy duros, para poder comprar tengo que…Puedo ir mirando?
_ Si, venga. Lo acompaño mientras… No se fije en el desorden, es que me he quedado dormida.
_Por qué vende?
_ A veces es bueno mudar de aires.
_Si, también lo creo…Un cambio a veces…Y siempre he querido vivir cerca del mar. No sé cómo usted deja un lugar así…
Va enseñándole cada tramo hasta llegar a la habitación. Se asombra de verla invadida por un albor naranja, como si hubiera bajado el voltaje. En la cama, la sábana de hilo del matrimonio de la madre que no se sabe si está mojada o si las sombras, que se fugan del encuentro de la luz con los objetos del cuarto, han ido a tenderse sobre ella. En la mesita de noche, dos copas mediadas de un elixir color sol. Detrás, un ramo de rosas, del mismo tono, con sello holandés.
-Qué vino tan raro!
El hombre, como si lo hubieran invitado, alza una copa y bebe.
-Bendito licor! Quién eres mujer? Una diosa?…
En la cocina, el café avisa que está colando…
Así, a botepronto… «No te vallas…» Vayas, del verbo ir. Son lapsus que hacen mal efecto en un relato con buen estilo.
El insoportable peso de la ausencia, de la soledad forzada. La terrible carga de volver a empezar sin saber qué rumbo es el correcto. La huída de los recuerdos… Suerte.
Un extraño cuento escrito con una buena prosa y nada más, que no es poca cosa.