51-Ahogándome. Por Alma Errante.

Las leyes salvajes
empañan mi huida,
el estanque no para de crecer.
Tanto sube el nivel,
el mar
se derrama ahogándome,
ahogándome.

“El estanque”.

                                   Héroes del Silencio

 

 

El grito de la mujer se alza, se pierde en la distancia: Un niño ha muerto ahogado.

 

Una tragedia inconcebible tratándose de un pequeño de escasos nueve años de edad. ¿Dónde estaban sus padres? ¿Por qué estaba solo?

 

Así de distante fue su padre la  mayor parte de su vida. Siempre que el niño se le acercaba, él estaba ocupado. Siempre con algo mejor que hacer. Cuando no lo podía atender, estaba cansado y sin ganas de nada. Muchas veces sintió el rechazo y la soledad, ¿De qué le servía tener tantos juguetes, si no tenía con quien jugarlos?

En su memoria estaba marcado el último día de su cumpleaños. Su padre le prometió que estaría presente para celebrarlo juntos, pero no llegó a tiempo. Una junta en el trabajo lo retrasó y arribó cuando la fiesta había terminado.

—Nunca cumples lo que prometes— le dijo.

—Hijo, te juro que hice lo posible por venir. Imagínate, si no trabajara, no tendríamos dinero para comer ni para comprarte esos juguetes que tanto te gustan, como éste que te traigo hoy— le contestó.

Como siempre el niño nunca le reclamó nada al padre, se resignaba poco a poco a la terrible soledad que sentía.

 

Dicen que luchó contra la corriente, que los remolinos lo sacaban y lo volvían a hundir, como si estuvieran torturándolo. Por momentos le daban la esperanza que saldría vivo para luego hundirlo hasta el fondo.

 

Así era su madre. Por momentos podía ser la más cariñosa de las madres, otras tantas era cruel con él, lo castigaba por la menor falta y si ésta lo ameritaba lo golpeaba. La mayor parte de las veces era lo segundo.

—Te dije que no quería que te ensuciaras— gritaba su madre.

—Pero mamá, ha sido un accidente, me caí en lodo sin querer— lloraba el niño.

—Aparte de desobediente eres un mentiroso, ahora no te quiero ver, lárgate a bañar y te quedas encerrado en tu habitación.

Como siempre el niño nunca le reclamó nada a la madre, se resignaba poco a poco al dominio cruel que recibía.

 

Cuando se metió al agua, varios lo vieron que hablaba solo. Siempre mirando al agua. Como si estuviera hablándole a su reflejo.

 

         Así como cuando lo castigaba su madre. Se encerraba en su habitación y pasaba horas viéndose en el espejo de su tocador.

—¿Tu sabes por qué mis padres no me quieren? ¿Por qué es tan difícil hablar con ellos? ¿Por qué me pegan? ¿Por qué no veo que se quieran?— le decía a su reflejo.

 

Ese día no era como cualquiera. El niño estaba muy contento pues tenía mucho tiempo que no salía con sus padres. Se levantó temprano para arreglarse  y dejar su cuarto en orden, ya que de lo contrario su madre lo castigaría y la salida se suspendería.

Bajó a desayunar y encontró a sus padres que ya estaban en la mesa. No se dieron cuenta que el estaba viendo y oyendo todo.

—¿Me puedes decir por que llegaste tarde anoche?—preguntó la señora.

—Tú sabes muy bien por qué. Por que me paso trabajando todo el día para que tu estés cómoda y te compres todo lo que tu quieras, para eso trabajo como burro, para que todavía venga a mi casa y me encuentre con reclamos— gritaba el padre.

—¿Crees que me casé contigo para pasarme todo el día encerrada en esta casa? ¿Para que encima llegues tan tarde y no te molestes siquiera en tocarme?— alzó aún más la voz la madre.

 

El niño ya había vivido y escuchado esas discusiones. Se acercó haciendo un poco de ruido para que lo vieran y como arte de magia la pelea terminó.

—¡Hola hijito!— dijo la madre fingiendo que no pasaba nada.

—¿Vamos a ir a la playa papá? Recuerda que me lo prometiste—dijo el niño con una sonrisa..

—Claro que sí hijo, iremos los tres. Nos vamos a divertir mucho—dijo el padre.,

—Ya lo creo, les tengo una sorpresa a los dos— les dijo el niño.

El brillo en los ojos del niño llamó la atención de la madre. Pero fue sólo por un instante. Enseguida se levantó para darle su desayuno. Su padre ni cuenta se dio. En cuanto terminó de discutir se puso a leer las noticias. La Bolsa de Tokio había bajado un quince por ciento, eso si era para preocuparse.

Terminó de desayunar, caminó a la cocina, se acercó a su madre que estaba de espaldas y le dijo:

         —Mamá, ¿Tú me quieres?—

         —¡Pero que susto me has dado! Cuántas veces te he dicho que no me hables cuando estoy ocupada. Eres como tu padre, nunca me hacen caso. ¿Qué es lo que quieres?

         —Mamá, ¿Me quieres?

         —Pero que bicho te habrá picado, claro que si te quiero. Apúrate que se nos hace tarde.

El niño salió de la cocina, se acercó a su padre que seguía leyendo el periódico, había estallado una bomba en Irak. El padre, horrorizado veía fotografías de niños que lloraban por sus padres muertos. En su mirada podía verse que los compadecía.

—Papá, ¿Tú me quieres?

—¿Perdón que me dijiste?

—Que si me quieres.

—Claro que te quiero, por eso me paso trabajando hijo, para que nada te falte. Corre a cambiarte que se nos hace tarde, tengo que estar a las cinco de la tarde en mi trabajo. Dejé muchas cosas pendientes para poder ir a la playa.

El niño subió a su cuarto. Se miró al espejo y se puso a platicar consigo mismo. Como tantas veces lo había hecho. Lo que vio no se parecía al niño que siempre veía. Esta vez el niño lucía más pálido y delgado de lo normal.

Se desnudó poco a poco. Entró al baño y abrió los grifos.  La bañera se fue llenando con lentitud. Cuando el agua estaba a la mitad se metió en ella, se acostó y cerró los ojos.

Se imaginó que estaba en la playa sintiendo la arena blanca, suave como el talco. El contacto con el agua tibia. El canto de las gaviotas que lo llamaban. El terso roce de las olas, el sabor de la sal inundando sus sentidos. A lo lejos un islote, como un oasis en el desierto brillaba con el sol.

Ahí quería irse, lejos de todo. Donde jamás lo encontraran. Quería perderse para siempre. Hacia allá nadó sin parar. Hacia su libertad. No más indiferencia, no más castigos y golpes. Pero las corrientes del mar son traicioneras  y tan pronto llegó donde el agua cambiaba de tono, se empezó a hundir. Luchó por llegar, tenía su libertad tan cerca. No pudo más.

—¿Hijo, ya estás listo?

—¿Hijo?

 

La madre entró al baño. Lo encontró hundido, con una sonrisa de oreja a oreja. Feliz como nunca lo había sido.

 

El grito de la mujer se alza, se pierde en la distancia: Un niño ha muerto ahogado.

 

 

3 comentarios

  1. El final inesperado… el inicio es tan parecido a todo lo que vivimos continuamente, comodidad, dinero, preocupaciones bursátiles… similar a todos los telefilms y novelas que nos llegan a diario… pero cuando un relato me atrapa tengo que leerlo hasta el final… estremecedor… doloroso… el final me ha dolido… como puede un niño escoger su muerte… inicialmente yo había pensado que se trataba de un accidente… en el río, en una piscina… si es voluntario, a unos padres, la muerte de un hijo, tiene que herirlos dos veces….

  2. Esta historia me recuerda que los adultos, a diario, también elegimos la forma de morir lentamente ahogados. Gracias por compartirla.

  3. Muy bueno tu cuento, escrito con una gran sensibilidad, Para mi gusto (pero eres tú quien lo escribió) lo hubiera dejado hasta el párrafo que dice: Como siempre el niño nunca le reclamó nada a la madre, se resignaba poco a poco al dominio cruel que recibía.

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