58- Con K de Kilo. Por K

                                                        Los celos son, de todas las enfermedades del espíritu,    

                                   aquella a la cual más cosas sirven de alimento y ninguna de remedio.

 

                          Michel De Montaigne

 

         No sé desde cuándo se me congelan los pies. Se lo digo así al médico que está muy preocupado porque haga memoria y le cuente todos los síntomas. Que si no me acuerdo no pasa nada. Que si hay calefacción en casa. Que si me abrigo. Que si se me duerme algo más. Quiero decirle que primero son los pies, pero que poco a poco, estoy segura, irá subiendo el hielo por las piernas, el tronco, los brazos y la cabeza misma, hasta convertirme entera en una figurilla de hielo. Que ni siquiera con un soplete lograran arrancarme de mi estado de hibernación. Pero me callo. A fin de cuentas, él es el profesional y yo no debo adelantar acontecimientos.

         Supongo que en cualquier momento hablará de la puñetera crisis, últimamente todo se reduce a eso. Crisis en todos los sectores. ¿Porqué no iba a ser menos el de la sanidad? Dirá que no tienen presupuesto para hacerme las pruebas. ¡Cómo si en la historia no hubieran habido crisis! La del sistema feudal, la del capitalismo, la del petroleo… Se me ocurre pensar que Santo Tomás de Aquino en el siglo XIV ya hablaba de la ruptura entre razón y  fe, de la crisis existencial. Y es que temo haberme equivocado de momento histórico, que de repente, la realidad sea otra y no esté sentada en la consulta del médico por lo de los pies, por esta agonía lenta que empieza como si nada y de repente se extiende. He debido confundirme seguro. No encaja en este siglo XXI una noticia de piratas somalíes secuestrando a un petrolero saudí y pidiendo un rescate super millonario. Más crisis todavía. Porque en esto de la crisis siempre tiene la culpa el maldito petroleo. Y si no fuera el petroleo ya se inventaran otra excusa para subir de nuevo los precios.

Mi crisis existencial empezó con lo de los pies, de eso estoy segura. Coincidió con el día que me encontré la casa okupada. Sí, con “k” de kilo. En la mesa de la cocina yo había puesto cubierto para dos pero Luka había venido con un batallón y lo había instalado entre las paredes de casa. Tardé en ponerles nombre a esos individuos masculinos, con dientes de sierra, chiquititos, eso sí, pero afilados como un cuchillo de matar, y con una puntería bien precisa. Luka no es de los que impresiona con extravagancias. Jamás se le ocurriría disolver una joya de oro en una copa, al estilo Cleopatra sino que se trae a los celos bajo el brazo.

         Entonces a mí me da por pensar en otra crisis sumándose a las demás, quizá más grave, o más dificil de poner un parche, porque cuándo la pareja no va, es cosa de dos y Luka se ha empeñado en que a este problema se le sumen su ejército de celos en formación y  yo ya le veo peor arreglo.

         Si hubiera sido celo, según el diccionario, excitación sexual en el periodo propicio para el apareamiento, no me habría quedado mucho más tranquila, la verdad. Luka no es de los que sufren esos arrebatos de calentura. Y si los tiene, desde luego no conmigo. Por más que en algún momento de la historia alguien se empeñara en que el hombre no debía vivir solo, que debía buscar compañía yo me he perdido algo por el camino. No entiendo lo de para toda la vida. Y me entran unas dudas enormes, igual que cuándo ya antes de Cristo, Aristóteles se planteaba lo de la existencia.

El médico me ha hecho sacarme los calcetines de lana y viene con una aguja para valorar mi estado neurológico y los reflejos plantares. Mientras, a mí me da por pensar si estará separado como la mayoría de las parejas de cuarenta, si será de los que creen en el amor para toda la vida o si está con dos a la vez. Yo tengo claro que vivir bajo las mismas paredes no implica que haya que quererse, aguantarle a Luka sus impertinencias.

No sé qué es y qué no es. Más desde que Luka se trajo a la visita a casa.  Mientras estuvieron callados hasta parecían listos, como si pertenecieran a la raza más avanzada del homo sapiens pero en cuanto abrieron la boca vi lo que se me venía encima.  Tenían una voz tan estridente que me congelé entera. Me apuntaban con el dedo como si me encañonaran con una escopeta con una carga a punto y varias más completando la recámara. Los había tenido toda la mañana espiándome. Le contaron a Luka que me había pasado veinte minutos en el baño, arreglándome el pelo y poniéndome maquillaje. Que en la fila del súper le había recogido un par de cajas a un señor que se le habían escurrido de la cinta y le había sonreído. Que había hecho una larga llamada de teléfono. Luka apretaba los puños y se le hinchaba la vena de la sien, esa que se le engrosaba cada vez que se enfurecía. Y por lo visto, lo que le contaban los celos que okupaban mi casa lo estaban sacando de sus casillas.

         Las lentejas creo que le alimentaron más todavía. Las vi saltar por los aires pegándose en los azulejos y escondiendose por los rincones. ¡ Pobres lentejas! Son iguales que yo, indefensas y asustadizas. No entienden qué le ha pasado a Luka y tampoco se sienten a gusto con los nuevos inquilinos. Se han congelado también.

         No sé si el médico sospecha lo que me pasa de verdad. Se ha ajustado las gafas varias veces y suspira delante de un papel sin saber qué hacer conmigo. Como si sus diez años de estudios, tésis, doctorados y master en el extranjero no le dieran para aclarar las neuronas y hacer un diagnóstico preciso. Como si en vez de pensar en mí como paciente, tuviera la cabeza en la hipoteca, el colegio de los tres niños, los caprichos de su mujer, y se sintiera tan jodido como yo. O cómo si de verdad, lo de los okupas no fuera una imaginación mía y se nos hubieran colado también en la consulta y ateniendose al secreto profesional estuviera aguardando con paciencia hasta consumir los minutos de nuestra cita, por si les daba por largarse antes y me podía decir que ya sabía dónde estaba el foco de origen y cómo erradicarlo.        

         Ya dije que primero serían los pies y poco a poco el mal iría subiendo. Porque ahora lo que se me duermen son las piernas. No le digo al doctor que a ratos las tengo sujetas a la cama, que así no puedo escapar en ausencia de Luka. Ya no se fía ni del ejército de seres diminutos que trajo para vigilarme. Ahora lo hace él. Se esconde tras las puertas, me escupe su odio. Me acusa de no serle fiel, me sigue. Es como una segunda sombra que camina casi al paso conmigo, unos centímetros por detrás. Es como si estuviera reinventando un nuevo concepto de pareja basado en la desconfianza más absoluta, en el puteo. Podía haberle dado por aprender boxeo o por haber jugado a disparar pintura contra los árboles. Pero no, prefiere llenarse la cabeza con historias locas. Pienso que habría sido una verdadera suerte que un joven musculoso y educado se me hubiera cruzado en la vida. Que a lo mejor habría sido más feliz. Que me habría dado igual que hubiera sido feo y tonto si al menos la sangre le circulaba por la cabeza.

         La crisis existencial incluye a ese Dios que dicen que está en todas partes. Mentira cochina. Lo he buscado y no está en ninguna parte. Al menos, no cuando lo necesito. A lo mejor está para Luka, para su ejército diminuto, para ayudarle a joderme la vida.

15 comentarios

  1. HÓSKAR WILD

    Ke kuriosa la historia ke nos okupa; kon kalidad y kon una buena karga de realismo kotidiano. Ke tengas suerte, kerid@ K.

  2. Buen relato
    Diferente
    Con final redondo
    Una trama perfecta
    Enhorabuena

  3. Aparte de alguna coma que falta y algun acento que sobra (que pueden ser errores mecanográficos), hay un error importante en la frase «¡Como (sin acento) si en la historia no hubieran habido crisis!»: el verbo haber en la forma impersonal siempre va en singular. Seguramente te ha sonado mal «como si en la historia no hubiera habido crisis» porque no expresa exactamente lo que querías decir, pero bastaba con añadir «nunca» o «ninguna» (como si en la historia -o ‘a lo largo de la historia’- nunca hubiera habido crisis» o «como si en la historia no hubiera habido ninguna crisis». El error, por desgracia, cada día está más extendido pero se supone que a un escritor no puede permitírsele lo mismo que a un locutor de telediario, que cada día hablan peor. Otro detalle: «La crisis existencial incluye a ese Dios que dicen que está en todas partes. Mentira cochina. Lo he buscado y no está en ninguna» (parte).

    Perdón por el rollo. Sólo me falta decir que el relato me ha gustado mucho.

  4. El relato me ha parecido perfecto, con la maestria de Cortazar, al intriga de Poe y con una fomra de enfocar el tema envidiable.
    Enhorabuena

  5. De no haber sido por el titulo, a lo mejor no me habría detenido en el relato. Pero me picó la curiosidad. Y lo leí. Y me encantó. Pensé que iba a ser la tipica forma de abordar un tema que nos tiene un poco hartos pero está contado con esa ironía, esa prosa encubierta que parece que dice pero que no acaba de decir, con esa segunta intención tan grata al ojo del lector.
    Suerte.

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