Paula ocupó un taburete y gran parte de su trasero quedó suspendido en el aire. Pidió un café, encendió un cigarrillo y aprovechó el espejo de detrás del mostrador para retocarse el peinado.
-¿Qué tal estás? –le preguntó Carmen al llegar, y las dos se besaron.
-Bien.
-¿Llevas mucho tiempo esperando?
-Un poco. ¿Tomarás un café?
-No, un Martini, me encanta el Martini -dijo.
Lo pidieron y ocupó un taburete cercano. El local estaba lleno de humo y murmullos, y la mayoría de los clientes eran oficinistas cuarentones con sienes blancas y manos de doncella.
-Dime, ¿cómo te va la vida? –continuó Paula.
-Bien –contestó Carmen.
El camarero le sirvió la bebida y ella cruzó las piernas.
-¡Oh! me encanta el Martini –repitió bebiendo de su vaso-. ¡A propósito! ¿Sabes lo que hemos decidido Custodio y yo?
-¡Mujer! ¡Cómo voy a saberlo! Hace siglos que no nos vemos.
-Hemos decidido comprar un BMW; ¿no te parece maravilloso?
-Pues no lo sé, ¿no resultan muy caros?
Carmen frunció el ceño y sus párpados se movieron como las mandíbulas de una piraña:
-¡Hija! Hay de muchos precios -contestó.
-En ese caso…
-El nuestro cuesta 42.000 euros. Siete millones de pesetas, aproximadamente.
-Más el seguro, ¿no?
-Obviamente.
-Y un garaje, imagino.
-Lo del garaje no importa.
-¡Cómo que no importa!
-No, no importa -repitió Carmen con gesto elegante-; mucha gente guarda el coche en la calle.
-No, Carmen –puntualizó Paula-, mucha gente no tiene un BMW.
-Tal vez alquilemos uno, no lo sé; solo lo hemos hablado, ¿sabes? Y dime, ¿no has cogido un poco de peso?
-Tal vez un poco.
-Esa impresión me daba.
Paula abrió su bolso y encendió un cigarrillo:
-¿Quieres? –preguntó.
-No, gracias, prefiero de los míos –contestó Carmen repitiendo los movimientos de su amiga.
-Dime –dijo Paula-. ¿Se nota mucho?
-¿El qué?
-Pues eso, que he engordado.
-No, mujer; sólo que al entrar y verte de espaldas… –contestó la otra dándole un sorbo a la bebida.
-¿Está bueno el Martini? –preguntó Paula.
-Delicioso; ¿quieres uno?
Ella dudó un momento.
-De acuerdo –dijo-, tomaré uno.
-Chico, otro Martini –gritó su amiga, y el camarero les sirvió de nuevo.
-¿Seguro que no se nota mucho? –volvió a preguntar Paula.
-¡Por supuesto que no!
-Es que Rodrigo sí que lo nota.
-Y ¿qué tiene que ver Rodrigo con lo que le pase a tu cuerpo?
-¡Mujer, es mi marido!
-Aun así, no se trata de bienes gananciales ¿sabes?
-No, pero…
-No hay pero que valga, querida –enfatizó Carmen-. ¿Quieres saber lo que es estar gorda? Yo te diré lo que es estar gorda. Cruza las pierna… ¡vamos, crúzalas!… ¿Puedes?
Paula obedeció.
-¡Pues claro que puedo! –dijo.
-¿Ves? Estar gorda significa no poder cruzar las piernas; eso es lo que significa estar gorda.
Paula descruzó sus rosados muslos, estiró el borde de su falda e inauguró el Martini.
-¿Te apetece otro cigarrillo? –le preguntó Carmen.
-Gracias; pero prefiero de los míos –contestó ella.
-Oye, ¿seguro que estás bien?
-Claro.
-No estarás baja de autoestima ni nada por el estilo, ¿verdad?
-¡Qué cosas tienes!
-Te noto mala cara, fíjate; claro que si no quieres contármelo…
-¡Pero si va todo bien!
-¿Y con Rodrigo?
-¡También!
-Me alegro- dijo aspirando una bocanada de humo con deleite.
-Lo sé. Y a ti con Custodio; ¿también te va bien?
-Estupendamente, querida; fíjate: le han ascendido y trabaja muchas más horas; con lo cual casi no le veo. ¿No te parece maravilloso?
-Tú siempre has sido muy fuerte, Carmen –dijo Paula sintiendo los efectos del Martini-… y muy guapa.
-¡Vamos, mujer!
-¡Lo digo en serio! –exclamó dejando su vaso seco como un cadáver-. Tú siempre has sido muy guapa, mucho más guapa que yo, de hecho.
-No digas eso, ¿quieres?
Paula encendió uno de sus cigarrillos.
-Lo digo en serio, Carmen, créeme.
-Mujer, tú tampoco estás mal; has cogido unos kilos pero eso no significa que no estés guapa. A los hombres de hoy les gustan las mujeres de ayer, ¿entiendes? Con curvas… No me preguntes por qué pero les gustan.
Paula sintió arder su cabeza, por un momento se quedó sin palabras.
-¿Sabes lo que te digo? –continuó la otra.- Que tu marido es un sátiro, eso es lo que es tu marido –su amiga sollozó y ella pidió otros dos Martinis-. No llores, querida; los hombres no lo merecen.
-¡Pero yo le quiero! –patetizó Paula.
-¿Aun después de llamarte gorda? Sinceramente, no puedo creerlo.
-¡Si tú misma acabas de llamármelo!
-¿Cuándo?
-¡Ahora!
-No, querida, yo he dicho que habías cogido un poco de peso, solo eso; aunque si quieres que no te diga nada…
-¡Pues claro que quiero, Carmen! Si eres mi mejor amiga.
-Eso creía yo.
-No me hagas caso por favor… Últimamente no me encuentro bien del todo.
-No tendrás la menopausia, ¿verdad?
-Ni idea.
-¡Cómo que ni idea! ¿Sangras o no sangras? -Paula bajó la mirada. -¡Pobrecita! –dijo Carmen-. Y tan joven… Eso es que no te han cuidado bien, ¿me oyes?… Que no te han cuidado como debían.
-Sí que lo han hecho, Carmen; ¡si Rodrigo es un buenazo!
-Te diré lo que debes hacer… O al menos lo que yo haría, si estuviera en tu lugar, claro.
-¿Qué es lo que harías, Carmen?
-Lo que haría es buscarme un amante; aunque solo fuera para darle celos a tu esposo, eso es lo que haría.
Paula dio una calada a su cigarrillo, bebió parte del Martín y preguntó:
-¿Tú tienes uno? –luego ingirió el resto.
-Yo tengo de sobra con Custodio, hija; además, la mayoría de las veces ni siquiera duerme en casa.
-Tú siempre has sido muy fuerte, Carmen –repitió Paula-… Y muy guapa.
-¡Deja eso de una vez!… Y componte un poco… ¡Mira que facha tienes! Si pareces un monje. ¿Quieres hacer el favor de alzar los hombros? –preguntó Carmen limpiándole las lágrimas con un pañuelo.
-Gracias –susurró ella.
-Así estás mucho mejor, ¿no crees?
-Claro.
-¡Por supuesto que lo estás! Hazme caso, querida; tienes que vivir, y cuando digo vivir me refiero a vivir bien, ¿me entiendes?
-Por supuesto que te entiendo.
-¿Y lo harás, querida?
-Te lo prometo.
-Me alegro; ahora tengo que irme, ¿sabes?
-¿No puedes quedarte un poquito más?
-Imposible, mi amor.
-¡Solo un poquito!
-No puede ser. ¡Si supieras la de compromisos que tengo!…
-¡Por favor! –suplicó Paula.
-Créeme, no puede ser. En otro momento, tal vez –Carmen se puso en pie y rogó al barman que le cobrara-. ¡Oh, Paula! Me duele tanto que no te haga ilusión lo de nuestro cochecito -dijo.
-¡Pero si sí me la hace!
-En fin, querida, hasta otra.
-¡No te vayas! – chilló Paula.
-He de marcharme, te lo aseguro –dijo Carmen mirándole a los ojos.
Le estampó un par de besos y desapareció sonriendo como una modelo. Paula intentó ponerse en pie, trastrabilló y cayó del taburete como un pájaro herido. Sus muslos quedaron al descubierto y el frío del suelo enlosado le resultó tierno como un abrazo.
Muy bueno!!
Bien hecho, buenos diálogos, excelentemente pintados los personajes…. mmmmm almodovariano
Teniendo amigas así ¿quién necesita enemigas? Refleja de forma perfecta la manera que tienen algunas mujeres (subrayo lo de algunas) en donde cada palabra se mide y se pesa, buscando dobles intenciones. Y todo envuelto en la frase más terrible: ‘sabes que eres mi mejor amiga’. Mucha suerte y muchas gracias por tu inteligente relato.
señoras burguesas y ociosas que no tienen otra cosa que hacer. me dan flojera.