98-Extraños. Por Agnus Dei

El joven dibujaba con su dedo sobre el vaho de la ventana del autobús mientras la lluvia caía de forma monótona al otro lado del vidrio, vehículo que le llevaría hasta casa después de un aburrido día de clases. La universidad estaba situada a varios kilómetros del centro de la capital, lejos de edificios altos, por lo que en esos momentos podía contemplar sin obstáculos una amplia porción del paisaje. Era uno de esos días lluviosos de Octubre, el cielo parecía un gigantesco lienzo cuyo título fuera “Estudio sobre el gris”, debido a unas espesas nubes de lluvia que se reflejaban en el húmedo asfalto de la carretera. Esta a su vez serpenteaba entre los anodinos edificios de un cemento igualmente gris, incluso el ruido del agua al caer debe de ser grisáceo, pensó. El autobús se puso en marcha, se paró a los pocos metros, la puerta delantera se abrió dejando pasar a un último pasajero, era una joven que tras tener unas palabras con el chofer, se internó entre los asientos buscando un sitió libre y acabó sentada al lado del pintor de ventanas.

-Hola, ¿Javier no? –dijo la muchacha tras unos segundos de incomodo silencio.

-Si, eh, hola, y tú, ¿eras? -a pesar de que ambos estudiaban la misma carrera, no conseguía recordar el nombre de la chica.

-Sheila, coincidimos en varias clases.

Si, la verdad es que conocía a la chica, de hecho se fijaba en ella todos los días. Era una preciosa joven de origen sudamericano, de brillante pelo negro y liso, y de enormes ojos marrones. Vivían en la misma ciudad, pero hasta ese momento nunca habían tenido la oportunidad de hablar.

El joven pensaba en su buena suerte, pero también en cómo iba a ser capaz de remontar aquel traspié inicial. Sheila se terminó de acomodar en el asiento, y permaneció callada con rostro serio.

-Esto…, oye, perdona por no recordar tu nombre, es que el curso acaba de empezar y…

-¿Qué? Oh, tranquilo, no va contigo, es por ese viejo de ahí –le atajó señalando al chófer con gesto despectivo- No es más que un racista asqueroso.

-¿Y eso? –pregunté.

-No hay más que ver las malas maneras con las que nos trata -respondió en tono acusador-, el otro día oí como me llamaba sudaca –añadió la joven malhumorada.

-Racista, tal vez, aunque sería más correcto llamarle xenófobo.

-Si, bueno, cuestión de semántica –repuso la chica.

-Nuestra carrera es de letras –recordó el joven.

-Eso es verdad –dijo ella, su enfado comenzaba a remitir-. Psicología. ¿Crees que encontraremos trabajo cuando acabemos la carrera?

-Pues no lo sé, de todas maneras si no lo conseguimos siempre podremos echarle la culpa a nuestra madre –contestó el chico encogiéndome de hombros.

Sheila rió el comentario, era una risa sincera, un sonido alegre y colorido, acentuado por el contraste con el rítmico sonido de la lluvia cayendo sobre el tejado del autocar, hilillos de agua se deslizaban por la ventana como si fueran una telaraña de plata.

-Yo le conozco, al conductor digo, vive en mi calle, en mi mismo edificio de hecho.

-¿Ah si? Entonces a lo mejor sabes porque es tan imbécil.

-Probablemente, si quieres te lo cuento –propuso.

-De todas maneras quedan diez kilómetros hasta casa, además me gusta conocer a mi enemigo –sentenció ella con una expresión maliciosa.

-Ja, ja. Verás, ese hombre que tanto parece despreciarte por ser extranjera tampoco nació aquí, vino con su mujer y sus dos hijos pequeños desde el sur en la década de los setenta. Buscando trabajo, igual que otros muchos miles como él.

-No me digas –incrédula.

-Así es, era camionero en su tierra natal, cuando llegó aquí con su mujer y dos niños la situación era diferente a la de ahora, las grandes fábricas como Altos Hornos o la dinamita necesitaban mucha mano de obra, y los obreros un medio de transporte para ir hasta ellas, así que no tuvo problemas para encontrar trabajo como conductor de autobús. Su mujer se puso a servir en la casa de una rica familia de esas de toda la  vida, su situación mejoró bastante, al  menos ahora los dos tenían trabajo, cosa que en su pueblo natal era imposible. Pero algo pasó, al cabo de un par de años su esposa volvió a quedarse embarazada.

-Ya ves que regalito, menudo elemento –bufó Sheila.

-Por aquel entonces solo existían dos canales de televisión y ellos venían de un lugar mucho más soleado, de alguna manera tenían que pasar estos eternos días de lluvia.

-Ya se lo que quieres decir, aunque llevo años viviendo aquí no me acabo de acostumbrar al clima, y no me digas eso que decís todos de que “por eso está todo tan bonito y tan verde”.

-Vaya, es uno de mis tópicos favoritos –lamentó- La cosa es que su situación económica se hizo más difícil y además  muy pronto descubrió algo que jamás se le pasó por la cabeza antes de salir del pueblo. Ni él ni ninguno de los miembros de su familia tenían los apellidos correctos, enseguida aprendió que muchos de sus vecinos siempre les considerarían ciudadanos de segunda. Su hijo recién nacido sería un extranjero de por vida a pesar de haber nacido al lado de los niños autóctonos.

-Si, conozco la sensación –aseguró Sheila.

-Yo también. Debieron ser tiempos duros, con tres niños pequeños, el dinero justo, la democracia recién nacida…

-Te refieres a la transición, el 23-F y todo ese rollo Cuéntame, ¿no?

-Si, pero también a los disturbios obreros de los 80, en ocasiones pasaban meses sin que entrara un duro en esa casa debido a las huelgas. Los señores les ayudaban económicamente, en ocasiones.

-¿Y la familia?

-Su familia, ja –rió cínicamente-. El chofer hacia puntualmente los 900 Km que le separaban del pueblo cada vez que llegaba el mes de vacaciones, ¡aquello si que eran viajes! Cinco personas metidas en un 124 durante 12 horas bajo un sol abrasador, y por aquellas carreteras, más aptas para las cabras que para algo con ruedas –dijo el chico con la mirada perdida en el pasado.

-Esta claro que le conoces bien -murmuró ella, inclinando la cabeza con cara interrogante.

-He hecho muchos viajes como ese. El caso es que la acogedora bienvenida no se produjo nunca. Sus padres jamás les ayudaron en los malos momentos, les consideraban unos traidores por abandonarles. Y los que se habían quedado en el pueblo, sus hermanos, amigos y vecinos de toda la vida, esos eran peores. Cada vez que una de las familias de emigrantes volvía al pueblo en agosto solían decir, hay llegan los forasteros.

El chófer de repente se había convertido en un Forastero. En ocasiones, cuando se hartaba de escuchar comentarios como ese, se paraba a discutir con el paisano de turno, les recordaba cosas como que él mismo, su hermano y su padre habían colocado los adoquines de la calle mayor. La famosa romería a caballo en honor a la Virgen de la que todo el pueblo está tan orgullosa pasa todos los años por las mismas pistas de tierra que el empedró con sus propias manos. Pero, nunca mejor dicho, era como hablar con las piedras.

Era un forastero.

-Yo también he sentido eso alguna vez, no se si será porque envidian nuestra nueva situación, o porque hicimos algo que los que se quedaron no se atreven a hacer –apuntó Sheila apesadumbrada-. Esa es la maldición que tenemos los emigrantes, no nos quieren donde vamos y nos rechazan en el lugar del que vinimos.

-Así es, llegaron en busca de un medio para mantener a su familia y perdieron algo en el camino, las raíces supongo.

-Es triste –se lamentó ella.

-Si que lo es –sin que ninguno de los dos se diera apenas cuenta del paso del tiempo habían llegado a casa. El autobús frenó perezosamente y se fue vaciando poco a poco. Sheila se bajó enseguida por la puerta de atrás, el joven sin embargo siguió caminando por el interior del autobús hasta el conductor. Casi podía sentir la mirada de ella clavándosele desde el exterior, intercambió unas palabras con él hombre de azul y salió del vehículo por la puerta delantera. El estudiante se dirigió hacia la chica con una sonrisa en la cara que esperaba pareciera una disculpa.

-Ese hombre de ahí, el chófer, es tu  padre, ¿verdad pequeño tramposo? –preguntó ella con una mueca entre ofendida y divertida.

-Sí, perdona por no decírtelo desde el principio –confesó-. Yo solo quería que intentaras verlo desde su punto de vista, mi padre lleva casi cuarenta años viviendo esa clase de vida.

-¿Debería excusarle entonces? ¿Es qué por haberse encontrado con un montón de malas personas se tiene que convertir en una de ellas? –preguntó desafiante.

-No, no, ni mucho menos, pero quería que te dieras cuenta de que el odio no aparece por generación espontánea. Nadie nace odiando, odiamos por muchas razones, por egoísmo, por ignorancia, por miedo, porque nos han enseñado que eso es lo correcto, por miedos más antiguos…, créeme, mi padre no es una mala persona.

Sheila permaneció unos segundos mirando al suelo, pensando en lo que Javier acababa de decir, levantó la vista y le miró directamente a los ojos, necesitaba saber algo más.

-Tú no eres así, ¿no? A no ser que también te hayas echo pasar por un tío simpático –preguntó con cautela.

-¿Me estás llamando simpático? –Bromeó, a lo que ella respondió con unas notas más del bello sonido que pasaba por ser su risa- No, yo no soy como mi padre. Creo que todos tenemos nuestras propias razones para odiar, pero también que en última instancia es una opción personal, quizás la más fácil –entonces fue él el que la miró con intensidad-. ¿Quieres que te acompañe hasta casa?

Sheila accedió con un sutil gesto de su cabeza.

-Pero con una condición –advirtió la joven levantando la mano-  no más historias tristes por favor, bastante tenemos con esta condenada lluvia.

-Lo prometo –aseguró el joven y era verdad, él también estaba cansado de tanto gris. Caminaron hacia sus casas sin pensar en nada más que en su mutua compañía, riendo y hablando de intrascendencias.

Durante el trayecto la lluvia pareció tomarse una momentánea tregua, solitarios rayos de sol trataban de abrirse paso con dificultad entre el espeso manto de nubes que cubría la ciudad…

3 comentarios

  1. Muy hermoso tu cuento. Que te puede decir un mexicano que está viendo como nos están discriminando en Países de Europa como España o en países de América, que siempre nos han dicho que somos sus hermanos como Cuba, Ecuador, Colombia y Argentina, todo por un mugroso virus. Que feos somos los humanos ¿verdad?. Échale una mirada a mi cuento, es el 168, te aseguro que no tiene ningún virus.

  2. Una historia sencilla y cotidiana, bien llevada que expresa bien una realidad que viven muchos emigrantes: el desarraigo.
    Saludos y suerte Agnus:)

  3. Me encanta que haya más relatos que pongan de manifiesto la realidad social en la que vivimos. Me gusta que la gente trate de ver siempre un poco más allá de lo que tiene delante de sus narices. Reconforta pensar que se hacen esfuerzos por comprender. Mucha suerte.

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