105- El himen. por Antares

A Dashel le quieren joder el himen. No es una simple suposición, se lo quieren joder, y eso es un hecho irrefutable. Hace tiempo que la vienen rondando, la asechan como moscas a la miel. He visto a Arturo como la mira, con esa cara de carnero degollado, y a Felo, que le grita groserías y le saca esa lengua blanca y larga, y a Pedro, a Luisito que le regala flores, y hasta a César, que es mi amigo, y no respeta; porque un himen, dicen, es una cosa seria, o más bien importante, porque seria no lo es, dice Luisito, que se cree muy culto, todo emperifollado y dice que dice un tal Vizconde de Valmont que eso es solo un pellejito maloliente que los mojigatos han idealizado, o algo así; pero yo digo que no, que un himen es una cosa seria de verdad, que hay que respetar, que no es cosa para andar con juegos. Por eso yo me preocupo, para que ella pueda estar tranquila y sepa que en mí sí puede confiar, que conmigo la cosa es diferente, porque yo sí soy su amigo de verdad. Cuando se lo dije se quedó mirándome con esa sonrisa de muchacha inocente, y apreté los puños porque me dio valor y le dije: así de duro les voy a dar si se meten contigo, y ella a reírse más todavía, y entonces pensé que por una sonrisa así uno se faja con cualquiera. Hasta con César que es mi amigo, pero que ya no sé bien si lo es; porque lo he visto hablando con Dashel, y le he visto esa mirada inconfundible de los que buscan el himen de Dashel que, aunque digan que es un pellejito de mierda, merece su respeto.

Hace unas semanas que vi a César hablando de nuevo con ella, y me dije que ahora sí, que ya era demasiado, porque César le cogía las manos y le tocaba el pelo de la frente, y Dashel que de tan buena es medio boba, no se daba cuenta y se reía como si también César fuese su amigo. Pero César no es amigo de nadie, se lo dije, y apreté los puños bien fuerte. Entonces César me miró con esa cara de burla que no soporto y me preguntó que si estaba celoso. Pero yo no estaba celoso y Dashel lo sabía. No le dije lo del himen porque esas cosas no se dicen delante de las muchachas, pero le dije que le iba a partir la cara si lo veía hablando de nuevo con Dashel. Entonces ella que si César no es tú amigo, y yo que no, que él no es amigo de nadie, pero César se reía y Dashel que mejor se iba y él se fue, pero no dejó de reírse. César es un descarado, le dije, paro ella que no, que él no estaba haciendo nada malo, que solo estaban conversando. Entonces, si le hubiera dicho lo del himen, me hubiera entendido; pero yo sé que no es correcto, que hay cosas que no se deben hablar aunque se deba, solo le dije que yo soy su amigo, que siempre la iba a defender, que se cuidara de la mirada de César. Pero ella que sí, que ella sabe que soy su amigo, su mejor amigo, dijo, que soy muy bueno, pero que ella sabe defenderse sola, y yo que no, que es muy ingenua, y bonita y, para colmo, tiene un himen, y esas son cosas muy peligrosas para una muchacha, aunque esto último solo lo pensé, porque hay cosas que no se deben decir aunque sean importantes.

César es un tipo mierdero, César no sirve, no sé cómo coño llegué a pensar que era mi amigo. Ahora cuando me ve se ríe, y yo no lo digo nada pero me pongo serio para que sepa que conmigo no se juega. Entonces él tampoco dice nada pero se ríe y eso me molesta. Ojalá que me diga algo, que se meta conmigo; pero no se atreve porque es muy pendejo y sabe que yo no tengo miedo, que yo soy un hombre. Pero igual me molesta que se ría, por eso ayer se lo dije, de qué coño tú te ríes, y él que si me gusta su jevita, con esa cara que le voy a partir de un trastazo. Pero no le di porque me quedé pensando en lo que dijo. Entonces lo repitió para que lo oyera bien, para que no pensara tanto. ¿Está buena, verdad?, pero yo seguí pensando, porque sí, debía de estar hablando de Dashel, de quién otra. Y él que por qué me pongo tan colorado. Pero no sabe que no es de vergüenza, sino de genio, porque está hablando mierda de ella, porque yo sé que no son novios, que los novios se besan en la boca y yo nunca lo he visto besándose. Por eso se lo dije a Dashel, para que viera que César no sirve, que un amigo no anda por ahí diciendo esas mentiras. Pero ella todo lo perdona, todo siempre lo justifica y me da un beso encima de los ojos, un beso con olor a flores que se demora en la frente mientras me dice que me quiere mucho, que yo soy su mejor amigo, más que César, pregunto, y ella que sí, más que nadie. Entonces no le digo lo del himen, aunque tal vez debiera, pero es muy rico quedarse así, pensando solo en aquel beso, y no le digo.

César la sigue rondando, yo lo sé, y hasta habla con ella a veces, pero ya no me importa, porque ella me quiere a mí, porque confía en mí, y conversamos casi todas las tardes. Y no es que no se ría, pero ya no me importa, porque yo me río también, porque él no sabe que Dashel me quiere más a mí, que soy su mejor amigo, que me da un beso en la frente todas las tardes, como ahora que estoy con ella y todavía lo siento fresco encima de las cejas.

Pero igual hoy se lo digo, para que no se haga más el bárbaro, para que se le acabe su risita arrogante. Si viene se lo digo, porque Dashel me dijo que hoy a las ocho pasaba a recogerla por aquí, que si no me ponía celoso, pero yo que va, porque si viene se lo digo, que ella me quiere más a mí. Eso si viene, porque a lo mejor se arrepiente cuando la vea conmigo; y es que ya son más de las ocho y no ha llegado. Aunque se parece a aquel que viene por el parque, pero si viene mejor, para que sepa, para que se faje si quiere. Le voy a coger la mano, eso, le voy a coger la mano a Dashel para que rabeé de envidia, a lo mejor va y no llega cuando nos vea, si es que no nos ha visto todavía. Aunque ya tiene que habernos visto, es imposible que no nos vea, se sigue riendo pero seguro que nos vio. Le aprieto más la mano. Pero ella la suelta y coge la de César que sigue riéndose. Al César lo que es del César, dice, y se van; más bien, se la lleva. Pero yo sé lo que dijo, lo que quiso decir, aunque Dashel no se dé cuenta.

Dashel nunca se da cuenta de nada, pero yo sé lo que quiso decir César, y por qué ha comprado tanta cerveza esta noche, porque siempre lo supe. Pero ella solo toma y no sabe lo que hace, y él se aprovecha y la besa y la abraza y le mete la mano debajo de la saya, porque él solo quiere el himen. Entonces le da otra cerveza, otra, y otra, hasta que ella dice que está muy mareada y él que la va a llevar a la casa. Pero entonces, mientras los sigo, me doy cuenta que éste no es el camino hacia su casa, sino hacia la de él, que la casa es la de él. Corro entonces para decirle, para explicarle, pero cierran la puerta, o más bien “él” la cierra y se hacen inalcanzables. Tengo que entrar de algún modo, tengo que decirle lo del himen. Rodeo la casa pero todas la puertas están cerradas, entonces veo una ventana abierta encima del balcón y subo, y ya estoy adentro, y paso por la sala mientras los escucho forcejear en el cuarto, cabrón déjala tranquila, pienso, pero no grito mientras aprieto muy fuerte el objeto que traigo entre las manos, lo siento frió, empujo la puerta, solo se ven dos sombras difusas, dos cuerpos confundidos en la oscuridad. Me parece que la oigo protestar, que la veo defenderse y no vacilo. Te voy a reventar la cabeza hijo de puta, y me acerco con la estatua de un metal indefinido que no sé cómo llegó a mis manos, pero que ya no importa, porque ahora es solo un trozo de metal que golpea la cabeza de César que ya no se ríe, que ya no es El César, que solo se protege la cabeza con ambas manos mientras el metal golpea una y otra vez absorbiendo el calor de la sangre, o de la habitación, o de los cuerpos, mientras Dashel me grita que estoy loco, loco de mierda y yo golpeo y veo también la sangre en la cabeza de Dashel y dejo de golpear. Porque ya Dashel tampoco grita, ni llora; solo se queda con la cabeza contra la almohada, y yo quiero abrazarla, decirle que la perdono, que ella no es mala, solo que es muy ingenua, y bonita, y que eso es peligroso, muy peligroso. Pero no le digo, porque ya no podremos ser amigos, no después de esta noche, aunque ella no tenga la culpa yo no puedo quererla como antes; ya no me gusta como antes. Entonces le abro las piernas lentamente y me acuesto encima de ella, y me río, para que no piense que lo hago por cariño; para que crea que solo siento odio.

4 comentarios

  1. donde esta el himen ??

  2. Me pregunto por qué ponemos tanto empeño en saber en qué momento perdemos la virginidad y tan poco en saber cuándo perdemos la inocencia. El himen está en la mente retrógrada de algunos hombres. Mucha suerte y felicidades por el relato.

  3. Me ha gustado mucho la locura del personaje; creo que está muy lograda por esa fijación machista por el himen y la certeza, para él, de que sabe lo que le conviene a Dashel, anulando sus deseos, sus pensamientos.
    Saludos y suerte, Antares.

  4. Pobres machos que ponen «su honra» en el himen de una mujer. Buen realto Antares

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