No paro de dar vueltas, de un lado para otro, entre estas sábanas impregnadas de un sudor frío y ácido; con un dolor de estómago intenso, propio de haber estado toda la noche vomitando hasta la última bilis; la cabeza pesada cual si fuera de plomo, en la que una eclosión de confusas imágenes aparecen y desaparecen sin cesar. Me traen, intuyo, una silueta femenina, unas risas, unos jadeos, y después todo negro, silencio. Me va a estallar.
Abro un ojo a duras penas, luchando con los rayos de sol que se cuelan por la ventana. El reloj dice que ya ha pasado el mediodía, hará cosa de media de hora. No puedo levantarme. Esas imágenes, siguen martilleando mi cráneo.
Como un palillo en una aceituna se clava en mi cerebro. Es un dolor agudo, penetrante hasta lo más profundo del encéfalo. Y en esas profundidades consigo contemplar, por primera vez, con toda nitidez, aquel rostro ante mí. ¿Quién es ella?
Es una mujer muy guapa, de unos treinta, de tez dorada y formas suaves, rubia de rizada melena, parece extranjera. Sus labios rosados esbozan una sonrisa, y sus ojos claros me miran, con una mirada serena pero inquisidora al tiempo: “¿qué has hecho?”.
– ¿Quién eres? – gritando.
¿Quién eres, qué quieres? Llevas toda la noche escondida entre las sombras, atormentándome, y no se por qué. Y ahora te da por salir de donde estuvieras, presentarte ante mí y pedirme cuentas. ¿Qué he hecho? ¿Acaso lo se? ¿Te debo algo, te he hecho algo, te he ofendido, te he arrebatado… no se qué? ¿Acaso, … se quien eres?
Voy a darme una ducha. Me despojo de la ropa eludiendo enfrentarme a mi imagen penosa reflejada en el espejo. Mi espalda se derrumba sobre la pared y mis piernas dudan al sentir el peso. Giro el grifo; un torrente de finas agujas se clavan en mi acorchado cuerpo. El agua helada no me alivia lo más mínimo la presión de esta olla que es ahora mi cabeza. Más imágenes: un semáforo en rojo, un travesti, luces de neón, gente y más gente. Carecen de sentido, no recuerdo nada; son, imagino, evocaciones de aquello en lo que estuve metido anoche. Seguro me pasé de vueltas, así estoy ahora, hecho una mierda. La playa, la arena, el mar, … Siento el agua oscura, plácida y cálida propia de una noche de verano. Siento la suave y fresca brisa de levante que trae el canto de las sirenas desde los confines del mar. Siento la luz dorada y brillante de las estrellas en la cúpula celeste. Siento esa piel tersa y húmeda, salada al contacto de mis labios.
– Eres tú, la chica rusa.
La conocí anoche, no recuerdo donde. Pero recuerdo que hacía calor y fuimos a la playa, nos quitamos la ropa y nos zambullimos en el agua oscura y cálida. Jugamos como dos niños, salpicando y haciendo ahogadillas. El contacto de nuestros cuerpos desató la furia del deseo hasta el punto que el agua comenzó a hervir a nuestro alrededor. Salimos del mar y tendidos en la arena follamos de manera salvaje hasta perder el sentido.
– ¡No puede ser!
Un profundo escalofrío recorre mi cuerpo. Mi piel se torna helada como el agua que la cubre; mis venas se inundan de adrenalina y sangre a presión impulsada por un corazón que late a más velocidad de la debida. Siento mi cuerpo paralizado como si de una fría tumba de mármol se tratara. Salgo de la ducha todo mojado y sin reparar en la toalla voy a encender la tele.
– El mando, el mando, ¿dónde está el maldito mando?
Paso los canales deprisa, uno tras otro, buscando alguno en el que pongan noticias. Miro el reloj. En todos sitios ponen programas de esos de chismorreo. Hasta las dos, nada. Mi cabeza, me duele horrores, y no para de martillearme con esa misma imagen de ella tumbada en la arena. Es terrible. Un sentimiento de horror se apodera de mi; me desplomo sobre el sofá: siento un profundo pesar al tiempo que me doy asco de mi mismo.
Mi turbada mente intenta recordar en busca de una explicación. Cuando entré en aquel garito, ella estaba bailando sobre el escenario. El foco la iluminaba y ella resplandecía como una diosa. Parecía estar ausente de aquel lugar, indiferente a la música y al bullicio, y sin embargo su expresión reflejaba una sosegada satisfacción. Me senté en la barra, pedí una bebida, y me dediqué a contemplarla como quien adora una obra de arte. Cuando bajó del escenario un impulso me llevó hasta ella. ¿Una copa?, recuerdo que le pregunté, y dedicándome una amable sonrisa me contestó, “claro”. Estuvimos charlando un buen rato, lo típico: de donde eres, como llegaste aquí, te gusta esto, etc. Ella parecía encontrarse a gusto y yo camino del cielo, así que para llegar rápido decidí meterme una raya. Le pregunté si quería; me confesó que no la había probado antes pero que sentía curiosidad. A los pocos minutos estábamos soltando paridas y riendo a carcajadas. Empezamos a bailar, muy enérgicamente, haciendo oídos sordos a la música. El sudor nos resbalaba por el cuerpo. En un instante nuestras miradas se cruzaron y nuestras bocas se unieron en un apasionado y largo beso. Nos miramos, y sin mediar palabra dije, “vamos”. Salimos de aquel lugar corriendo en busca del coche, y allí nos entregamos con prisa a satisfacer nuestra mutua ansia de sexo. Los cuerpos impregnados en sudor, la respiración jadeante, los músculos flácidos después del esfuerzo: fue un polvo intenso y prolongado. “Hace calor aquí, ¿vamos a la playa?”, y nos fuimos a la playa.
Necesito un cigarrillo. Voy a buscar la chaqueta y extraigo un paquete de rubio y una cajetilla de cerillas, roja y dorada, en la que se lee “Hot Life”. En su interior está escrito “Irina” y un número de teléfono. Irina, recuerdo que le pregunté qué nombre es ese, y con sugerente voz aterciopelada me respondió: “la que ama la paz”. Enciendo un cigarrillo e inspiro el humo caliente y dulzón. Busco el teléfono y marco aquellos nueve dígitos. Está llamando.
– Vamos, vamos, coge el teléfono.
Pero no hay respuesta. Empiezan las noticias en la tele. Atento frente a las imágenes y palabras que por allí aparecen, esperando que en cualquier momento aparezca algo, aunque ¿sería mejor que no apareciera? Escudriño un canal tras otro, una y otra vez. Fin de los informativos y nada.
No puedo estar con esta angustia, con este sin saber, la duda me va a hacer estallar las sienes. Mientras me visto intento recordar más. Llegamos a la playa, hacía calor, y estábamos con el bajón de la coca, así que para animarnos nos metimos otra raya. Nos bañamos y empezamos a besarnos. Salimos del agua y follamos como salvajes, si, pero recuerdo que me costaba, que no llegaba. Por más acometidas que daba mi excitación no iba en aumento. Y fue entonces cuando coloqué las manos alrededor de su cuello, y apreté, y apreté. Verla, sin poder respirar, forcejeando para librarse de mi presa, consiguió el propósito que yo buscaba, y logré en pocos minutos una corrida intensa y abundante. Estaba extasiado y me tumbé junto a ella, recuperando el aire y mirando la oscura noche. Me giré hacia ella; estaba con los ojos abiertos mirando la oscura noche. Me incorporé y la besé en los labios. Pero no hubo reacción alguna por su parte. Quedé contrariado, y zarandeándola dije su nombre: Irina. Su nombre se convirtió en un interrogante: ¿Irina? Para tornarse por último en una exclamación: ¡Irina!
Salgo de casa como quien huye del escenario del crimen. Arranco el motor del coche y suelto de golpe el embrague; las ruedas chirrían; cuidado señora, casi me llevo por delante a esa abuela. Si me para la policía voy a tener más de un problema. Necesito llegar allí ya, necesito comprobar que es real, que estuve allí y comprobar lo que pasó. ¿Comprobar? No se como. Al menos ver algo, recordar, algún indicio, no se.
Dejo el coche de cualquier manera. Echo a correr por el sendero, todas esas imágenes se amontonan ante mi; cuando me encuentro ante aquella extensión de arena y agua entonces se ordenan, y se muestran con claridad y en la secuencia correcta. Si, aquí llegamos, nos bañamos y cuando salimos del agua … Levanto la cabeza buscando alguna referencia que me ayude a ubicar el lugar exacto. Y creo que la he encontrado; avanzo unos pasos y, creo que debió ser aquí. La arena estaba revuelta, pero ¿qué prueba eso? Intento recordar: una arcada me sube desde el estómago. Descubro unos surcos en la arena, como si hubieran estado arrastrando a alguien. Oh no, por Dios. Me veo arrastrando el cuerpo inerte de Irina por la arena. Con dificultad trago el amargo nudo que se me ha hecho en la garganta. ¿Qué he hecho? Quisiera tener la evidencia para tener la certeza, pero solo tengo confusión. Las imágenes, los vagos recuerdos parece que apuntan, pero mi conciencia se niega a aceptar que yo haya sido capaz. Quien sabe si la coca te hace traspasar los límites, o la alucinación es de tal intensidad que la confundes con la realidad. De todas formas siempre es la excusa y no la razón.
Siguiendo aquellos surcos me llevan hasta el sendero de acceso a la playa. Intento recordar más, pero no soy capaz de evocar ninguna nueva imagen. Llego hasta el coche, giro la cabeza: bien podría haberla arrastrado hasta allí. Miro en el otro asiento delantero, y en el reposacabezas encuentro tres o cuatro cabellos de su rubia y rizada melena. Que encuentre algún cabello me parece normal, pero ¿tres o cuatro enganchados de esta manera? No se, cada vez me siento más turbado, la duda se apodera de mi y se esta convirtiendo en una obsesión.
Subo al coche e intento escapar de aquel lugar. No se si ha sido buena idea venir. Pero de súbito un impulso me hace pisar con fuerza el freno. Las ruedas patinan por la tierra del camino hasta que el coche se detiene un poco entrecruzado. Por qué he frenado así, no lo tengo muy claro. Giro la cabeza, y por la luna trasera lo veo. Allí está y allí estaba también anoche, eso si lo recuerdo por que casi me empotro contra él. Salgo del coche y me acerco, con paso dubitativo y tembloroso, como quien se acerca al altar de las ofrendas siendo uno mismo la ofrenda a sacrificar. Me sitúo ante él y, con gesto solemne, abro la tapa por completo. De su interior sale el hedor típico de un contenedor de basura, pero, aunque lo siento apenas me repugna. Miro en su interior y solo un par de bolsas depositadas en el fondo: como es normal el servicio de recogidas ha hecho su trabajo. Pero ¿qué esperaba encontrar yo en su interior? ¿Qué impulso poderoso me ha hecho parar el coche y abrir el contenedor? No aguanto más. Sentado en el coche y recostado sobre el volante, rompo a llorar amargamente.
Suena el móvil. En la pantalla aparece el número …
– ¿Irina? ¿Irina, donde estas?
Por respuesta un silencio exasperante.
– ¿Irina?
– ¿Y usted quien es?
Una grave e imperativa voz masculina sale con demasiado ímpetu para aquel pequeño altavoz del móvil. Siento como el miedo corre por las dilatadas venas e impulsivamente pulso la tecla de colgar. Estoy helado e incapaz de mover un solo músculo; me podrían pinchar ahora mismo y no saldría una gota de sangre; así es como seguramente se siente un cadáver, si es que un cadáver puede sentir. Claro que no, qué tontería. Parece que empiezo a delirar, y puede que siga así todos los días de mi vida; o bien acabando en la cárcel o siendo un paranoico y tirándome por un balcón.
– ¿Dónde estas, Irina?
excelente, vertiginoso y en momentos caótico tu relato, mer gustó mucho y no me explico el por qué no tienes ningún comentario, hasta ahora que te envío el mio. Gatopardo, todavía no puedo respirar bien después de leer tu relato, parece que me subí a una montaña rusa. Me gustaría tu opinión sobre mi relato, estoy en el 168
Me ha dejado exhausto, sin palabras. Excelente el montaje, vertiginoso. Una forma magistral de contar una historia oscura en la que los recuerdos se agolpan. Cuando se sabe lo que se quiere contar y cómo hacerlo, no es necesario completar los relatos con retórica insulsa. Enhorabuena.
Mi más sincera enhorabuena por estar entre los elegidos. Mucha suerte.
Enhorabuena por estar entre los finalistas. Suerte.
Mucha suerte, Gatopardo. Enhorabuena.
Felicidades Gatopardo por tu elección entre los finalistas, pero felicidades también por tu relato: no sé qué se siente al conducir a doscientos kilómetros por hora, pero su lectura me ha puesto las pulsaciones como si fuera en un coche a esa velocidad. Me pregunto por qué este relato no ha tenido apenas comentarios y sólo un puñado de votos, pero doy gracias de su elección porque habría sido lamentable perderme su lectura. Enhorabuena y suerte Gatopardo, mi más sinceras felicitaciones (reiteradas).
Gatopardo, te doy mi enhorabuena por estar finalista y te deseo mucha suerte el día 4 de Julio.
Jero
…….Como decía aquel:»la vida es más irremediable que la muerte».me ha gustado tu relato,con independencia de nuestro parentesco 🙂
Suerte