110-Primer Encuentro. Por Vicente Radó Vives

         Estaba en casa dejando correr la tarde, cuando decidí salir a la calle. Más que decidir salir a la calle, me encontré en la calle. La excusa era comprar una cinta de vídeo para grabar una serie que daban a las 11 de la noche por la tele. Y digo excusa porque muchas veces me he propuesto cosa similares y he acabado dejando correr la tarde en casa. Esta vez, no, estaba en la calle andando hacia el centro  con la parsimonia que tienen esas tardes que indefectiblemente acaban en noches, noches en sueños y sueños en nuevos días.

         Andaba tranquilo y tranquilo chafardeaba los escaparates. Los miraba como aquel que sabe que no necesita nada y que nada va a comprar. Estaba detenido ante un escaparate de informática, con sus ordenadores de carcasas transparentes y sus luces de neón, con sus pantallas de tfc en plena campaña de expansión, sus dvd’s grabadores y sus tarjetas de memoria cuando vi a unos hombres que me miraban reflejado en el escaparate. A la izquierda un hombre reflejado en el cristal que me miraba, a la derecha otro hombre con idéntica actitud. Nos miramos en el reflejo, en el espejo.

          ¿Le importaría acompañarnos?. Me dijeron. La pregunta parecía soltada con una coletilla inaudible que ponía en mis labios un -¿ porqué no?.

Dimos media vuelta y sin mediar más palabras empezamos a descender la calle. Iba yo en medio, mirando al frente, acompañado por dos hombres que no había visto en mi vida y que me llevaban a un sitio que desconocía. Sin embargo había en la situación tal aparente normalidad y tan poca necesidad de preguntas que andaba tranquilo.

Llegamos a un portal, un portal cualquiera de una calle cualquiera, el hombre de la izquierda abrió la puerta y me cedió el paso. Entré. Un rellano amplio, tres escalones bajos, otro rellano, este con dos sillones una mesa y unas flores, de plástico, creo, una escalera a la izquierda y una puerta de ascensor al frente. El mismo hombre de antes me abrió la puerta del ascensor y entramos. Apretó un botón. El botón no correspondía a ningún número, era algo así como un símbolo, más bien, doce símbolos dispuestos en círculo. En el ascensor había un espejo y allí fue donde nos volvimos a mirar los tres. Mi padre decía – si una persona pasa por una plaza y nadie le presta atención, se puede decir que esa persona es elegante -, pues bien esas personas eran en ese sentido elegantes.  Dadas las circunstancias hubo algo en su aspecto que me sobrecogió, quizás su extrema normalidad. No tenían ningún matiz, nada que los definiera. Ni la nariz, ni los ojos, ni la boca, ni la expresión o el aspecto, ni la altura, ni el peinado, ni la ropa o el andar les daban un toque característico, eran absolutamente normales, absolutamente invisibles entre otras personas. Nos miramos a través del espejo, mientras el ascensor se mantenía quieto. No noté inercia ni hacia arriba ni hacia abajo. Las puertas se abrieron de nuevo, apareció una sala, di un paso al frente, las puertas del ascensor se cerraron y con ellas desaparecieron los dos hombres que hasta entonces me habían acompañado.

         La sala era amplia, en el centro había una mesa, diez hombres estaban sentados a los lados y otro la presidía. Estaban en silencio, un silencio sobrio, tranquilo que formaba en la  atmósfera un “porqué no” acotado por símbolos de interrogación.

          Buenos días, le estábamos esperando. ¿ Cómo se encuentra?.

          Bien, gracias. Dije sin saber exactamente  que significaban aquellos hombres y que hacía yo allí

          Se estará preguntando quienes somos y porque le hemos traído hasta aquí. Esté tranquilo, todas las respuestas le serán dadas a su debido tiempo. Pero por favor siéntese, póngase cómodo. Dijo el hombre que presidía la mesa, alargando la mano, señalándome una silla en el lado opuesto al que él se encontraba.

Me senté. En ese momento la mesa hasta entonces rectangular empezó a transformarse suavemente, convirtiéndose en un círculo, a la vez se iban tallando en la madera, enfrente de cada uno de los que allí estábamos sentados, un símbolo. Eran los mismos símbolos que había visto en el ascensor.

          Queremos salir en su libro.

Creo que ninguna otra cosa me hubiera desconcertado más.

          Sabemos que esto le desconcierta pero es de vital importancia tanto para nosotros como para su novela. Sabemos que tiene problemas para encontrar un argumento, un hilo que enlace todas las cosas que se propone decir. Nosotros tenemos la solución, somos la solución. Solo tiene que confiar en nosotros, créame, nos necesitamos mutuamente.

Se metió la mano en el bolsillo y sacó una pequeña cajita de madera, levantándola a la altura de los ojos dijo- ¿ Qué cree que es esto?.  Dejó la cajita en la mesa y la empujó. La cajita se deslizó a través de la mesa y se paró justo  al alcance de la mano,  encima de mi símbolo.

La cajita era de madera, lisa y regular en sus formas. La cogí, la abrí. En su interior había cenizas. Nada me decía esa cajita.

– ¿ Seguro que no le dice nada?. Le suena el programa 463578574-B.

– ¿ Quiénes son ustedes?.

          Todo a su debido tiempo. De momento puedo decirle que aquí todos me llaman señor Destino. Ahora si no le importa me podría devolver la caja.

Deje la caja encima de la mesa, la empuje, y volvió a deslizarse atravesando de nuevo la mesa, se paró encima del símbolo del señor Destino. Este la cogió y se la volvió a guardar en el bolsillo.

          Y ahora si nos permite…

Sonaba aún su voz en mi cabeza cuando me encontré frente al escaparate de la tienda de informática. Me pareció ver reflejadas dos personas en el cristal, me giré, allí no había nadie.  Saqué un cigarrillo,  y al ir a encenderlo descubrí las yemas de los dedos manchadas, parecía ceniza.

2 comentarios

  1. HÓSKAR WILD

    No es bueno pasar demasiado tiempo con el ordenador. A veces tampoco detenerse frente a un inocente escaparate de una tienda de informática. Mejor darse una vuelta por una buena librería. Suerte.

  2. Interesante relato onírico. Te felicito Radó y te deseo más comentarios y votos.

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