Aunque no sea del todo fácil de creer, Marcel se imaginaba previamente lo que estaba por ocurrir. Quiso tener esa vida triste para no abarrotarse de responsabilidades. Ante los treinta y siete aburridos años de su existencia, en el más absoluto estancamiento, se descubrió, un día, midiendo los lados de esa estructura de madera a medio construir.
Aprovechó la última luz de la tarde para clavar la tapa inferior que había estado puliendo en los últimos días; la falta de un propósito definido para la caja (que le había quedado perfectamente simétrica) le hizo buscar algún tipo de asidero filosófico. Lo halló en un libro negro que refería la contradicción, la mutación, la transformación de las situaciones, en fin, lo halló en el I Ching.
Para la simbología de los hexagramas chinos, esa caja significaba “la resolución; aguas de un lago sobre cielo” (todos los hexagramas cerrados exceptuando el primero de arriba; la intrincada maravilla del revés); también se convenció de que ese extraordinario y diminuto recinto en su interior formaba la divinidad de lo ingrávido, para indicar que la simple retención de las cosas causa la confusión del subconsciente y por contraste la sucesión de los milagros.
Alegremente Marcel, después de un día pesado de trabajo, para hacer sentir más feliz al alma, se fue al lago. Luego introdujo su cabeza por el hueco de la caja en su parte superior. Temió que no hubiese suficiente luz para iniciar su proyecto de confundir su propio alter ego. Pero dentro todo se veía iluminado gracias a que el hueco dejaba pasar, además de su cabeza, un resplandor que al chocar con el suelo de la caja se proyectaba por todo el cuadrilátero. Las cuatro caras de porcelana que había colocado previamente en lo que era el techo de la caja estaban ahí, todas lo miraban. En ese instante se inició la confusión. Enrojecido por el milagro de renacer, irremediablemente emocionado, inquieto, vio como el cubo se fue llenando de agua, mientras las cuatro ninfas de porcelana lo invitaban a alejarse de la penosa ciudad y a desteñir los recuerdos de lo que fue su vida.
Así lo encontraron los policías. El apartamento estaba inundado por el agua que brotaba de todos los grifos. Le detallaron las ligaduras que se había hecho en las piernas con una cuerda encerada. Tomaron algunas notas y llamaron a los forenses. Había muerto electrocutado, enterrada la cara en un televisor viejo, con cuatro cabezas de muñecas en cada esquina que miraban con sus ojos vacíos al techo.
Se nota un esmero especial en lo descriptivo, pero me gustan los relatos donde pasan más cosas.
Espléndido final para descubrir cuán grande puede llegar a ser la soledad y abatimiento de una persona. Mucha suerte.
Oscuro y negativo relato me pareció esta historia mística, pero no dejo de reconocer que está bien escrito. Suerte marcel