Está bien, pueden pensar lo que quieran. Lo tengo claro, lo que llegué a sentir por ese chaval nadie me lo arrebatará. Quizás no sepan lo que es la simple atracción por el mero primer encuentro, a lo que añado que no es una sensación siempre satisfactoria. Mi historia comienza y termina en el mismo sitio; aunque admito, muy a mi pesar, que esto jamás acabará.
El autobús, ese medio de transporte que usan a diario cientos de personas, me dio la oportunidad de debatirme en un crudo dilema en el que muchos sin duda me atacarían ciegos de pretensiones.
Por aquel entonces yo compartía cama, habitación y todo lo imaginable con Daniel, mi actual ex. Admito que presento un físico admirable, que muchas desearían poseer. Desde que recuerdo, estoy trabajando en la secretaría del instituto general tecnológico. Mi ingenuo aspecto, de tez pálida y cabellos claros, me costó alguna que otra decepcionante discusión a cambio de un poco de respeto.
El hecho es que un precioso día ¾y digo precioso ya verán por qué¾, mi coche decidió detenerse: “Motor quemado”, fueron las clínicas palabras del mecánico. Así, me vi en la obligación de tomar el autobús todos los días; además, pasaba muy cerca de nuestro piso.
Mi primer contacto con el bus fue horroroso. Caía una tromba de agua, se me había olvidado el paraguas y el vehículo iba lleno a reventar, comenzaba a ser difícil abrir la puerta sin dañar a nadie. Conseguí hacerme un hueco entre el gentío. A unos tres metros lo encontré, unos bonitos ojos marrones me observaban directamente. Dejé de sentir frío, la siguiente parada propició que muchos pasajeros se bajaran, eso me ayudó a verlo mejor; tenía el pelo corto, de color castaño.
De repente, mi teléfono sonó; era Daniel:
¾¡Eh! ¡Hola! ¿Has llegado a tiempo al bus o te has mojado?
¾Estoy bien, sí. No te preocupes, gracias.
¾Bueno, nos vemos para cenar. Te quiero.
¾Un beso ¾respondí.
Ni siquiera le había sido infiel, tampoco lo había pensado; era cierto que aquel chico me había atraído; pero había más cosas que frenaban, aparte de Daniel.
Al día siguiente me lo encontré, y también al siguiente, entonces me di cuenta de que lo vería a diario.
No sabía; o peor, no me atrevía a decirle nada, pues no se me ocurría nada. Entraba en ese autobús pensando en Daniel y bajaba pensando en ese chico. Temía que algún día no lo viera, que hubiera cogido otro bus por miedo a mí; no es del todo cómodo que alguien te estudie a diario. Sin embargo, fue a los ocho días cuando sentí algo más que aquella simple curiosidad. Me senté a su lado, en un asiento libre, decidí que era el momento.
No estoy del todo de acuerdo con aquella sensación; pero sí, cuando su pierna entró en contacto con la mía, mi corazón dio un vuelco, mi piel se erizó y cerré los ojos tratando de desviar la mirada a la ventana para ocultar semejante excitación.
Lo que más me ponía era que el chico no se percataba de nada, siendo mi fuente de placer. En este punto admito que mis pensamientos no eran del todo castos. Después de aquello, atracción se volvió obsesión; ni siquiera ya me preguntaba si quería a Daniel, quizás si me encontraba al chico solo…
No, había demasiada gente para fracasar.
Necesitaba tiempo, y eso, precisamente fue lo que me quitó Daniel.
Una noche, volviendo del trabajo, abrí el teléfono para comprobar si tenía llamadas, había dos perdidas y un mensaje de Dani:
“El coche está arreglado”.
Por un momento me estremecí, el pobre se las había ingeniado para tener el coche listo y darme una sorpresa; pero lejos de eso, supe que no volvería a ver jamás al chico del autobús. Mi mente sólo hacía darle vueltas a lo mismo, incluso aquella noche, cuando le agradecí sin palabras lo que había hecho por mí, me vino a la cabeza una idea.
Temprano, al día siguiente, cogí el coche y me conduje hasta una gran plazoleta que había detrás del piso; allí aparqué el coche y fui andando a la parada del bus que no quedaba lejos. La decisión estaba tomada, sólo quería una vez más, una más.
Subí justo a tiempo, casi en marcha; cuando me dirigía a los asientos centrales buscando mi presa, se me cayó la cartera, el conductor se dio cuenta.
¾¡Caballero! ¡Se le ha caído la cartera!
Me giré, le di las gracias y cuando fui a sentarme ya estaba ocupado; de nuevo sentía que la gente que pretendía ayudarme lograba justo lo contrario.
Por cierto, mi nombre es Carlos; perdonad el olvido, prefiero centrarme en la historia.
Tras esto, opté por quedarme de pie; aunque no habría encontrado mucho sitio. Alcé la vista sabiendo que justo aquel día el autobús iba completo, sin embargo, puedo garantizar que no estaba. El chico ya no estaba.
Después del tercer día me di cuenta de que lo había perdido, no tenía más posibilidades. Empecé a pensar que su madre tendría mucho que ver, si se hubiera apartado tan sólo un minuto de él…
En fin, mi vida no ha cambiado mucho en un mes, lo más relevante es que he dejado al pobre de Daniel, eso era de suponer.
Eso sí, últimamente ando más ocupado; me topé con otro chico de… no más de nueve años; su madre cometió el error de fiarse; debo decir que me ha sido más sencillo de lo que pensaba olvidar al chico de ojitos marrones.
Tremen!
me ha encantado la verdad… no me esperaba para nada ese final… muy bueno de verdad!! en realidad es muy realista… increible! enhorabuena! se te da muy muy bien escribir… espero leer mas relatos tuyos.. siempre me dejan anonadada jejeje chao
¡Muchas gracias a todos por los comentarios! :p
Buen relato y buena pluma. Ten cuidado con las cacofonias y el abuso de los términos todo y nada que son «palabras blandas» y que aparecen demasiado.
De todas maneras disfrute leerte y te doy mi voto.
Pasa por mi cuento y deja un comentario
gracias
Koneek, hasta hoy he podido leer tu cuento que me pareció muuuuy bueeeeno.
felicidades
Con toda sinceridad, tu relato me ha parecido espeluznante, estoy convencida que era esa tu intención… Me lo he creído, y pienso que es extraordinario conseguir eso en el lector… Guapo, inteligente, con dinero… buuufff! ¡Que miedo!… Mi voto lo tienes… aunque no me gustaría contemplarte en un autobús…