172- De muy lejos. Por Stuffy

Jonathan se fue a vivir con su tío porque residía en la misma ciudad en la que él estudiaría y sus padres no estaban dispuestos a financiarle una estancia a mayores pudiendo ahorrársela. «Anímalo», le dijo su madre, mirándolo a los ojos, con la esperanza de que el joven pudiera hacer que el treintañero reencontrase su camino, luego de perder inexplicablemente su prestigio.

Fabián Brit había sido uno de los geólogos más reconocidos del mundo hasta que presentó su primer proyecto postdoctoral, trabajo que quedó oculto tras su exposición en una conferencia internacional en Oslo. Por no creer sus descubrimientos, pasó a impartir una optativa en su labor universitaria y a comprobar cómo sus artículos no salían de la sombra de su escritorio.

Cuando el muchacho entró con su equipaje en el apartamento no lo vio excesivamente desordenado tal y como su progenitora había supuesto más de una vez. Después de abrir la puerta, su tío regresó a la parte del sofá en la que era evidente que pasaba parte de sus días, al son de las noticias radiofónicas.

Aunque no gozaría de la libertad típica de un colegio mayor o piso de estudiantes, Jonathan aceptaba de buen grado estar lejos de la vigilancia paterna. Poco a poco, empezó a conocer a su compañero: locuaz sin ganas de hablar, erudito sin ya interés por serlo y curioso sin un motivo que lo entusiasmara. Sus conversaciones trataban todos los temas, salvo dos: las mujeres y la razón de su ostracismo profesional. Un día, creyendo haber ganado su confianza y con verdadero interés por lo ocurrido, el chico se decidió a preguntarle qué había pasado para que sus colegas le hubiesen dado la espalda.

– No quiero perder también a un sobrino – respondió sin apenas inmutarse.

– ¿Tan increíble es lo que averiguaste? – decía Jonathan divertido.

Se miraron cómplicemente. El adulto posó su vaso en la mesita de la sala de estar y cambió su postura en el sofá. De pronto un espíritu docente e intrépido parecía apoderarse de él.

– Es difícil de explicar, pero… a ver… Fui a varias partes del mundo y me documenté concienzudamente para ratificar una y otra vez lo que creía estar deduciendo, aprovechando cada céntimo de mis ahorros, de los premios y becas, usé al máximo la última tecnología – la mirada del joven era casi inexpresiva, por lo que Fabián entró en la explicación sin más dilaciones –. Sabes que en la Tierra hay infinidad de capas, estratos que se han ido formando con el paso del tiempo, ¿no? He calculado que en, digamos, más o menos, la mitad del planeta, existe un lapso, créeme, un gran lapso, como si franjas constituidas durante cientos de años hubieran sido borrados…

– ¿Hubo una catástrofe? – se implicaba Jonathan.

– No, no encontré indicios de eso y lo curioso es que el desfase existía en determinadas zonas, especialmente del hemisferio norte, pero de manera irregular. Pudiendo estar borradas las capas en Madrid, por ejemplo, y no en Dublín, pero sí en Estambul.

– ¿Y qué pasa?

– Mi teoría es que lo eliminó el propio ser humano – contestaba en espera de otra nueva pregunta.

– Pero, ¿qué? ¿Cómo? – pensaba en alto.

– No has visto Wall-E, ¿verdad? – negaba el muchacho con su cabeza – Los homo sapiens de hace unos cuantos miles de años no parecían tener precisamente una maquinaria muy desarrollada como para eliminar el rastro de sus pueblos, ¿no crees? Por eso me cuestiono, ¿y si no estaban atrasados? ¿Y si eran sociedades más avanzadas que nosotros que nos dejaron?

El móvil de Jonathan comenzó a sonar. Dudaba si responder a la llamada, pero finalmente lo hizo. Se levantó del sofá y la confesión se detuvo ahí hasta dos meses más tarde. Durante ese tiempo, surgió alguna pregunta puntual como que por qué no le habían creído sus demás compañeros, sin embargo, nada cambió tanto sus circunstancias como aquel viernes en que una chica llamó a la puerta.

– Hola – Jonathan abrió algo extrañado aunque complacido de que esa agradable visita, aproximadamente de su edad, hubiese llegado cuando estaba solo en casa.

– Hola – decía en inglés la joven insegura.

– ¿Hablas inglés? – cuestionó él en ese idioma.

– Sí. Gracias – su interlocutor no percibía demasiada fluidez en su pronunciación – Estoy buscando a Fabián Brit.

– Él no está aquí, vendrá… – mira su reloj – … dentro de una hora.

– De acuerdo. Gracias – sin dejar de sonreír, la joven permaneció quieta, frente a la puerta, como si se quedara esperando.

Jonathan no comprendía del todo la situación. Ella era obviamente extranjera de habla no inglesa y no daba la impresión de ser demasiado buena con las relaciones interpersonales o las costumbres. Él supuso que estaría esperando a su tío en la puerta, así que la invitó a pasar y a sentarse.

Intrigado, rápidamente la interrogó sobre su nombre, “Mina”, y su origen, “De muy lejos”. En los primeros minutos, imaginó que no sabía decir el nombre de su país en inglés, lo cual le resultaba extraño, pues suele ser lo primero que se aprende, sin embargo, se le cruzó de pronto una idea por su mente.

– ¿Y sobre qué quieres hablar con Fabián? Si no te importa que te pregunte…

– Su investigación – acabó la sentencia con otra sonrisa.

Sus conjeturas confirmaban que creía totalmente a su tío: Mina quizá venía del lugar en el que viven los humanos de los estratos borrados. Esperaba impaciente la llegada del dueño del apartamento, no obstante, no se encontró capaz y tomó la determinación de llamarlo a su pequeño despacho (compartido con los doctorandos).

– Hola, está aquí Mina.

– …

– Una chica que habla inglés. Dice que viene de muy lejos.

– …

– Fabián, creo que tiene que ver con tu… controvertida teoría – concluyó casi susurrando en confidencia.

– …

– Vale, le pregunto ahora.

– …

El profesor debía quedarse toda la tarde en la facultad, por lo que Jonathan y Mina fueron hasta allí, para hablar con él. La fascinación que el mundo exterior provocaba en la muchacha enternecía al joven. Durante la charla, ambos parecían dar casi por hecho que Jonathan conocía su verdadera procedencia.

“¿No estás acostumbrada al Sol?” se atrevió él a sugerir. Dos segundos en los que sus ojos se encontraron y ella se decidió a contestar que “Sí. Varios soles. Más lejos”. En esa ocasión, Jonathan compartió la sonrisa con Mina.

Fabián dejó quedarse en el despacho a su sobrino por tanta insistencia. La chica empezó un discurso que terminaría con múltiples preguntas, sobre todo por parte de su coetáneo.

El geólogo no daba crédito a las descripciones de Mina. Hace más de 7.000 años, una civilización avanzada dejó la Tierra, destruyó sus huellas y colonizó otro mundo. Lo que la población extraterrestre no sabía es que todavía quedaban algunos en el “planeta primigenio”, culturas milenarias ajenas a las potencias predominantes emigrantes que siguieron su propio ritmo… hasta hoy.

– Mis amigos y yo hemos aprendido vuestro idioma principal. También conocemos algunas de vuestras tradiciones.

– ¿Amigos? – indagó Jonathan.

– El padre de Reik trabaja en el gobierno. Accedimos a cierta información. Ilegal. Prohibido.

– ¿Qué necesitas de mí? – las palabras de Fabián dieron paso al silencio.

Mina bajó la mirada para levantarla enseguida hacia el profesor, quien –expectante- asumía que su vida daría un vuelco más que deseado.

– No lo sabemos. Únicamente pensamos que tú eres la solución. Podrías venir a nuestro planeta, ser profeta de este. O yo podría grabar tu declaración, difundirla… Hiciéramos lo que hiciéramos… Quienes poseen el poder te perseguirían. Te castigarían. ¿Qué puedes hacer tú por nosotros?

Jonathan indignado cuestiona: “¿Qué habéis hecho vosotros por nosotros?”. Mina sonríe casi con prepotencia. Al momento Fabián insinúa si en realidad la escritura, las pirámides o la penicilina son cosas “nuestras”.

– Yo no sé exactamente… Os hemos visitado más de lo que creéis.

– ¿Has… has venido en una nave? – Jonathan vacila.

– Sí.

– Vamos a cenar a casa y pensamos qué hacer – contundente Fabián.

Mientras descansaba Mina en el sofá, el profesor tuvo que aplacar la exaltación de su sobrino.

– No te precipites, ¿quién te dice que esto no es una broma de mis colegas, del gobierno o de un psiquiátrico? – murmuraba en la cocina Fabián.

– Tendremos que ver esa nave para comprobarlo –concluyó Jonathan irradiando alegría.

Camino al sitio de la gran revelación, Mina escuchó algunas de sus dudas tales como que si ellos tuvieron Edad Media, qué tipos de religión practican o cómo les va en su segunda oportunidad.

Esa noche se fueron a una pequeña playa que había junto a la bahía de la ciudad y vieron el magnífico transporte, un vehículo metalizado que flotaba sin emitir sonido. Jonathan no tendría ningún problema en acompañarla en su viaje de vuelta y Fabián se replanteaba su vida actual.

– ¿Las tribus que se quedaron aquí sobrevivieron pese a la contaminación?

La cara de Mina indicó que no entendía correctamente a lo que se refería.

– ¿Por qué no murieron a causa del desastre natural que provocasteis? – intrigado el joven.

– ¿Natural? – sin entender Mina.

– Sí.

– No natural – sobrino y tío se miran entre la pausa de la joven – Nuclear.

2 comentarios

  1. Sería terrible que tuviéramos que esperar a una visita ‘de muy lejos’ para darnos cuenta hacia dónde estamos conduciendo nuestro Planeta. Mal destino nos aguarda si confiamos en los dirigentes políticos, más preocupados por intereses personales que en el mantenimiento de la herencia recibida. Mucha suerte.

  2. quizá el único cuento que toca este tipo de temas, quizá por ello merezca nuestra atención y su lectura. felicidades Stuffy

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