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107- Sangre en las manos. Por El hombre sin nombre

El hombre se levantó con las manos manchadas de sangre. Una sangre reseca y sucia, que se agrietaba en las palmas hasta formar un paisaje macabro. Un negro escalofrío recorrió su espalda, sintió como si una culebra se hubiera colado bajo la fina tela de su pijama. Se frotó los ojos con incredulidad, los abrió y cerró varias veces, con la esperanza de que fuera una alucinación pasajera fruto de una ensoñación reciente, pues aún era de madrugada.

Superado el primer instante de pánico, el hombre buscó el origen de las manchas que recubrían sus manos. Se inspeccionó la nariz frente al espejo del baño, por si había sangrado mientras dormía. Ni rastro, ni el más leve indicio en el rostro. Exploró su cuerpo en busca de una picadura o algún rasguño.   Nada. Volvió a la cama preocupado. ¿Y si pertenecía a María? Quizás estaba con la regla y él la había acariciado dormido. Últimamente se sentía cansado y agobiado por su situación en el periódico, el nuevo jefe parecía haberla tomado con él. Llegaba a casa tan agotado que se dormía en cuanto tocaba la cama; a veces, veía el deseo bailando en los ojos de María, y no encontraba fuerzas para satisfacerla. Pero  al abrigo de la noche, ya más descansado, podría haber buscado el cuerpo desnudo de su mujer.

No. Imposible que estuviera con el periodo, lo tuvo justo una semana antes, lo recordaba bien porque ella le encargó que comprara tampones a la salida del trabajo.

¿Y si había sufrido una hemorragia y estaba muerta? El miedo mordió su ánimo. Se dirigió al dormitorio y encendió la lámpara de la mesita. Se tranquilizó al escuchar la respiración acompasada de María, que dormía profundamente.  Aquella noche se había tomado dos pastillas, lo hizo delante de él, como si quisiera que le quedara constancia de su insomnio. ¿Por qué necesitaba píldoras para dormir? ¿Qué le pasaba a su mujer? No se lo había planteado hasta aquel preciso instante en el que observaba su cuerpo desnudo y frágil, como el de una mariposa rota, encogido sobre las sábanas blancas.  No encontró sangre en la cama ni en la piel de María. Parecía haber salido de la nada. Un pánico irracional se apoderó de él. Regresó al baño y se lavó las manos frenéticamente. Quería eliminar hasta el más mínimo rastro. No le diría nada a su esposa hasta que encontrara una explicación lógica, si es que esta existía.

 

Había transcurrido un mes desde aquel primer día. Un mes lleno de desasosiego y de un temor que le impedía concentrarse en su trabajo. Cada madrugada, alrededor de las cinco, despertaba con las manos ensangrentadas. Iba al lavabo y, en un gesto ya rutinario, cogía el jabón y las restregaba hasta hacerse daño, hasta desterrar de su piel cualquier vestigio de sangre. Después, se dirigía al salón y se sentaba frente al amplio ventanal acristalado, a esperar que su corazón se apaciguara, no podía volver al dormitorio en aquel estado, pues temía despertar a María con el ruido de sus latidos. Prefería permanecer sentado en el sillón hasta la hora de ir al trabajo. Y así, una madrugada tras otra.

Durante el día, el cansancio dominaba su jornada laboral, lo que había provocado que su jefe le llamara varias veces la atención por los muchos errores que cometía en sus artículos. Él, cabizbajo, escuchaba las reprimendas en silencio, mientras inspeccionaba sus manos, temiendo que algún rastro de sangre rebelde se hubiera escapado a su escrupuloso lavado diario. Tenía pánico de que alguien pudiera descubrir su secreto. Se sentía sucio y culpable de algo tan dudoso como irreal. Aún no le había dicho nada a María, se limitaba a dar evasivas cuando ella le preguntaba por su insomnio.

Ese día, al igual que los anteriores, se había levantado con las manos manchadas, pero esta vez la sangre estaba más fresca, incluso podía notar la tibieza del ser vivo que la había contenido. ¿De quién era? ¿Acaso por las noches se transformaba en un monstruo que salía a buscar víctimas al amparo de la oscuridad? Esa fue una de las ideas que lo atormentaron durante un tiempo. Cada mañana, al llegar al periódico, preguntaba a los compañeros de sucesos, temiendo que la respuesta fuera positiva, pero durante aquel mes no había muerto nadie de forma violenta en la ciudad.

Se dirigió al periódico lleno de temores, como si presintiera que algo horrible iba a suceder. Besó a María antes de marcharse, un beso largo y apasionado. Ella lo aceptó sin demasiado entusiasmo, nada parecía sacarla de su ensimismamiento.

 

—Tengo un trabajo para ti, a ver si espabilas —dijo su jefe de mala manera.

—¿De qué se trata? —preguntó el hombre sin mostrar demasiado interés.

—Hay una concentración de videntes en el parque, quiero que cubras el evento.

—¿Una concentración?

—Sí, algo parecido a una feria de muestras de la quiromancia e industrias afines. A la gente le interesa, se gastan una pasta en esas tonterías. Quiero que hagas un reportaje sobre todo eso.

—Pero eso no tiene que ver con la sección de cultura…

—¿Y qué? Venga, a trabajar. No hay fotógrafos disponibles, así que tendrás que hacer tú mismo las fotos, llévate la cámara de Marcos.

El hombre asintió con desgana. Qué más le daba estar en un sitio que en otro. Iría al parque, tomaría unas fotos, algunas declaraciones y luego, a preparar un artículo para salir del paso. Lo único que lo preocupaba era la sangre fresca que había amanecido en sus manos y los ojos apagados de María, debería hablar con ella y contarle lo que le estaba pasando antes de que su matrimonio naufragara definitivamente.

 

—No pases de largo, amigo,  por diez euros te leo la mano. Mira que hoy estamos de oferta…

—No, no quiero que me lea nada. Soy periodista, ¿contestaría a unas preguntas?

—Si me pagas por leer tu mano contestaré a todas tus preguntas.

El hombre sacó un billete y lo puso sobre la mesa, luego, extendió su mano derecha con desgana, mientras pensaba en lo que se veía obligado a hacer para sacarle una entrevista a la loca aquella. La miró con curiosidad, llevaba el pelo recogido en un moño y una gran flor de tela roja sobre este. Los ojos muy negros y vivos, rodeados de unas espesas pestañas, desentonaban en la cara de aquella vieja de piel flácida. Brillaban con intensidad juvenil y sus pupilas bailaban inquietas. Nada más posarse sobre la mano del periodista, su mirada se ensombreció.

—Tienes las manos manchadas de sangre.

El hombre miró con asombro a la gitana.

—¿Por qué dice eso?

—La Muerteestá en ellas.

—No diga tonterías. Yo no he matado a nadie.

—Puede que aún no.

—Déjeme, vieja bruja—dijo retirando la mano con rapidez, como si lo quemara el tacto de la vidente —no pienso matar a nadie.

 

Olvidó hacer las fotos. Se marchó corriendo sin reparar en que apenas llevaba un par de entrevistas y que necesitaría más material para elaborar un artículo. Su vida le parecía un absurdo, una incongruencia disparatada. Llevaba un mes amaneciendo con las manos ensangrentadas y ahora, una vidente de tres al cuarto le ponía la piel de gallina acusándolo de ser un asesino. Caminó durante horas, no le apetecía volver a la redacción. El mundo podría seguir existiendo sin un estúpido artículo sobre brujas que le amargaban la existencia a la gente. Anduvo hasta que su cuerpo dejó de responderle. Entonces, su mente tomó el relevo. Analizó lo sucedido desde el primer día. Siempre se despertaba a la misma hora, iba al baño y se lavaba las manos. Después se quedaba esperando el amanecer sentado en un sillón, hasta que se adormecía y daba una cabezada.

¿Y si todo era un sueño? Nadie más había visto la sangre aparte de él. Nunca se lo dijo a María, ella no sabía que existía. ¡Porque no existía! Solo era una pesadilla recurrente. Todos los días soñaba que se levantaba con las manos ensangrentadas, soñaba que iba al baño y soñaba que se lavaba las manos. En realidad, nunca llegó a despertar, sus manos no estaban manchadas, aquella sangre solo existía en sus sueños.

Una sensación de alivio limpió su alma de los malos augurios. Ya no le dolían las palabras de la vidente. Simple coincidencia. Había leído muchas historias similares, gente que se obsesiona por una tontería y es capaz de matar o morir por ella. A él no le pasaría.

Puede que, en cierta forma, la vieja tuviera razón y hubiera matado, pero no a una persona sino a su matrimonio. Llevaba meses sin prestar atención a su esposa, sin salir a cenar con ella y retrasando unas vacaciones que lo obligarían a estar las veinticuatro horas a su lado. No podía entender cómo había permitido que se muriera su relación. Su mujer era muy hermosa, y cada noche le ofrecía su cuerpo desnudo y cálido. Y él, estúpido,  la ignoraba.  No hacía que vibrara la piel de María con sus caricias ni que se retorciera de placer entre sus brazos, ¿cuándo fue la última vez que hicieron el amor? Le costaba recordarlo.

 

Venció al cansancio que le atenazaba el cuerpo y corrió en dirección a su casa. No esperó a que llegara un taxi. Quería recuperar a su esposa cuanto antes. Estaba seguro de que así las manchas dejarían de aparecer cada mañana. La miraría a los ojos y le diría lo hermosa que era y lo mucho que la amaba. Después, buscarían juntos el destino ideal para esas vacaciones que tanto había retrasado. Trató de imaginar la cara de felicidad de María cuando le contara sus planes, pero no pudo. En las últimas semanas, su mujer solo era una sombra, con el gesto siempre cerrado y vacío de sonrisas. El hombre sintió miedo, ¿y si ya no lo quería? Apartó la idea de un manotazo y siguió corriendo.

 

Su casa le pareció extraña a aquellas horas, la radio sonaba estrepitosa, y engullía el resto de sonidos, incluso el de su llegada. Buscó a María en el salón, en la cocina, en el baño… No quiso llamarla en voz alta. Necesitaba sorprenderla. La cogería por detrás y abrazaría su cintura para depositar un  delicado beso en su cuello, junto a la oreja, su lugar favorito. Buscándola, llegó hasta el dormitorio, la puerta estaba abierta, y ni siquiera la música podía apagar los jadeos del hombre que cabalgaba sobre ella. María tenía los ojos cerrados y los brazos muy abiertos, como el resto de su cuerpo.

Se volvió loco. Regresó a la cocina y cogió un cuchillo de doble filo, el que solía utilizar su mujer para desgarrar la carne. Esperó a que el amante se marchara, no tenía nada en contra de él. La culpable era ella, la mentirosa era ella, la puta era ella…

 

Cuando por fin se fue, el hombre salió de su escondite. María lo recibió con el rostro lívido y la blusa aún abierta, que mostraba sus pechos desnudos. Los cubrió de inmediato con sus brazos, como si temiera que su desnudez desatara la ira de su marido.

El hombre pensó lo fácil que sería acabar con ella, y darle por fin un significado a aquella sangre que le había atormentado durante un mes. Entonces, recordó las palabras de la vidente y sonrió. Nunca había creído que los actos de una persona estuvieran determinados y, mucho menos, que pudieran leerse en la palma de la mano o en los posos de un café.  Y no iba a cambiar de idea a aquellas alturas de su vida. Agarró el cuchillo por la hoja y apagó su rabia apretándolo con fuerza hasta que notó como se rasgaba su piel, un intenso dolor y la calidez de su propia sangre manchándole las manos.

María, inmóvil, lo observaba asombrada desde el otro extremo de la cocina.

15 Comentarios a “107- Sangre en las manos. Por El hombre sin nombre”

  1. El hombre sin nombre dice:

    Gracias, Siempreviva, me alegra que te haya gustado mi relato.
    Saludos y suerte si concursas.

  2. Siempreviva dice:

    Tu relato me ha enganchado desde el principio hasta el final. Se agradece que no haya muertos. Me ha gustado. Suerte

  3. El hombre sin nombre dice:

    Es cuestión de pareceres Hóskard, si todos los asesinos de mujeres hicieran como éste, no habría víctimas de violencia de género. Gracias por tu comentario y te deseo suerte si estás concursando. Saludos.

  4. Hóskar-wild is back dice:

    Además de cornudo, suicida. Y todo por no renunciar a sus creencias sobre el destino escrito en la palma de nuestra mano. Mejor hubiera hecho con utilizar el cuchillo para cortar unos triángulos de buen queso y degustarlo con un buen vino mientras pensaba en una venganza un poco más elaborada. Suerte.

  5. El hombre sin nombre dice:

    Gracias, Sacha, me alegra mucho que te haya gustado.

    Algibe, gracias por tu sugerencia, tienes razón, cambiándole el nombre a la protagonista no habría tantas cacofonías (ya estoy otra vez con las terminaciones en ía). 🙂

    Gracias, Lotle goowin, si te digo la verdad, cuando empecé a escribir este relato solo tenía el inicio, las manos manchadas de sangre, ni yo sabía cuál sería el final.
    Saludos y buena suerte a todos.

  6. Lotte Goodwin dice:

    Un relato cuidado hasta en los mínimos detalles, con su halo de misterio e incluso de terror agazapado. Yo estaba convencido hasta el último minuto de que al final acabaría matando. Me reconforta que se pueda vencer al destino.
    Mucha suerte.

  7. aljibe dice:

    Cuando leo un relato que me gusta mucho, como éste, no puedo dejar de apuntar un detalle, fácilmente subsanable, y que lo estropea un poco:La terminación «ía», la repites enésimas veces.

    Y aunque según el tiempo verbal que has empleado es casi obligada en algunas palabras, en otras es fácilmente prescrindible. Hay dos palabras,: «día » y «María» que acentúan ese efecto cacofónico. Simplemente cambiando el nombre de la protagonista y buscando una expresión alternativa el relato ganaría bastante.

    Revisa también frases como:
    «no podía volver al dormitorio en aquel estado, pues temía despertar a María con el ruido de sus latidos. Prefería…» en las que te ocurre lo mismo.

    En fin, repito, que me ha gustado mucho tu relato, y salvando estas pequeñas menudencias, creo que puede estar entre los finalistas.

    Con cariño.

    Aljibe

  8. sacha dice:

    Está muy bien escrito, tensas la cuerda sin romperla.
    Me gustó mucho.
    Enhorabuena.

  9. El hombre sin nombre dice:

    Gracias, Asesino de Morfeo (menudos seudónimos nos ponemos, jejeje) y gracias, Ann Danzas, me alegra mucho que te haya gustado.
    Lovecraft, este relato nació de esa frase, al principio solo tenía eso y fui construyéndolo a partir de ahí, a mí también me pareció que tenía mucha fuerza.

    Gracias, Dies Irae, me daré una vuelta por la casa del vecino.

  10. Dies Irae dice:

    El vecino de la puerta de al lado ha elegido también un cuchillo como arma del crimen, pero no es la suya la crónica de una muerte anunciada. Me gusta como mantienes la tensión entre realidad y locura, me gustan, así de bien llevados, los relatos al borde del abismo. Y aplaudo también el inesperado final. Enhorabuena, Hombre sin nombre.

  11. Lovecraft dice:

    «El hombre se levantó con las manos manchadas de sangre». Un inicio que ya acapara la atención del lector y la mantiene a lo largo de todo el relato, conforme avanza la trama y van dosificándose los detalles que explican este misterio. El brusco giro del final (cuando todos esperábamos un crimen anunciado desde el inicio del relato) es de lo más original.

    Laime

  12. Ann Danzas dice:

    Disculpa los signos de exclamación en todas las direcciones. Acabo de aprender como ponerlo patasarriba y ando güete.

  13. Ann Danzas dice:

    Exquisito. ¡Qué bien escrito¡

    ¡Mucha suerte!

  14. El asesino de Morfeo dice:

    Me ha encantado todo tu relato. Enhorabuena y mucha suerte

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©Joaquin Zamora. Fotógrafo oficial de Canal Literatura

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