Alicante
Sal. 119:105 LA LUZ hace a uno feliz.
La ciudad de Alicante, la “millor terreta del mon“, mira desde el promontorio del Castillo de Santa Bárbara al mar Mediterráneo. Y no lo hace con nostalgia, como cuando un marinero se aleja de su patria chica, sino con pasión y alegría. Cualquier alicantina que bien se precie, mirará al mar como una madre observa a su bebé recién nacido, con amor, porque sabe que la criatura será para siempre, parte esencial de su vida.
En esta ciudad de mar, portuaria, turística y acogedora donde las haya, se divisa desde su atalaya toda la bahía, se perciben el hotel Meliá, el casino y el puerto con sus exclusivos yates y alguna que otra embarcación mucho más modesta; se otean el horizonte y la explanada, flanqueada ésta por fachadas rococó y algunos de los áticos más ostentosos de la clase media alta alicantina. La icónica y afilada cara del Moro, formada por la ladera del monte Benacantil que lleva al castillo, desafía al lugareño que, con gran orgullo de serlo, la reconoce y admira.
El mar imprime un carácter especial. Pero hay además muchas maneras de ser alicantino. A veces socarrones, con un toque desenfadado, latinos y mediterráneos, amigos de sus amigos, gustosos de la tranquilidad, de la buena mesa (platos frescos, de pescado de lonja, elaborados, algunos incluso distinguidos con estrellas guía Michelín); otras veces apasionados de su turrón elaborado en Jijona, de sus paellas y calderos de marisco, de sus olletas y de sus sopas con pelotas. Y sobre todo, muy exquisitos con sus turistas.
Los turistas que pisan Alicante por primera vez, afanosos por descubrir la ciudad, eligen sabiamente la sombra de las terrazas del Mercado, donde saben que van a disfrutar del mejor ambiente posible: el tardeo. A eso de las cinco de la tarde, que es hora de tertulia, con la buena excusa del café (que amedrente el deseo de siesta) y de algún que otro cocktail, las calles que vertebran esta zona, se empoderan con la marcha vespertina. La fiesta bien puede alargarse hasta la noche en algún pub cercano a la vera de la Catedral de San Nicolás de Bari. A las ocho de la tarde, resuenan las campanas de su torre y el centro reluce y resuena, si cabe, con más alegría.
Porque esta capital es primordialmente una tierra alegre de luminosa. El fuego (elemento antropológico clave desde las más antiguas tribus y civilizaciones y rodeado de un misterio que a veces se nos antoja indescifrable) se hace omnipresente en la noche de San Juan (el día con más luz del año) y el poderío de sus fiestas se reencarna en sus típicas hogueras, que son reconocidas mundialmente. Porque si por algo se escoge Alicante, de entre tantos destinos relevantes y punteros a nivel internacional es, por su luz siempre eterna y por el buen tiempo que hace, que embriaga de felicidad a los alicantinos y a los que no lo son – pero que se sienten como si lo fueran.
Por esto y por más, en tiempos difíciles de incertidumbres y zozobra, disfrutemos de las perlas de Alicante, que las tenemos muy cerquita.
USUE MENDAZA
Las zonas del Mediterráneo tienen un encanto único, pero Alicante es sin duda una de esas joyas imperdibles que hay que visitar en España. Tuve la fortuna de poder ir hace un par de años, junto a mi madre y otros miembros de la familia, cabe decir que la pasamos muy bien.
Este texto me ha traído muy buenas recuerdos de ese viaje, me parece preciosa la forma en la que describe a la ciudad y sí, puedo dar fe de que los turistas, nos encanta el tardeo.
¡Un saludo!
Le agradezco un montón su comentario. Aunque soy de Vitoria- Gasteiz y haya vivido en Benidorm durante estos doce últimos años, Alicante es una ciudad preciosa. Y vienen muchos turistas. Así que ahora más que nunca es una ciudad para vender y cuidar.