«Sin la muerte, todo nacimiento sería un drama».
Nuestra celebración del «Día de Difuntos» -o de todos los Santos- convive con otras tradiciones culturales, hace más de dos décadas, como con el Halloween americano, en donde la tierra se puebla de monstruos, brujas, caretas deformes y telas de araña. Hay personas que aún siguen creyendo que la madrugada del 1 de noviembre es de ángeles, no de monstruos importados (y adoptados) de otras latitudes que poco o nada tienen que ver con la nuestra. Sin embargo, hay algo muy curioso en toda esta polémica: la pagana fiesta del «Halloween» la introdujeron en Estados Unidos los primeros emigrantes irlandeses…
Pero… ¿qué significa, en realidad, «Halloween»?
«Halloween» proviene de una expresión del inglés antiguo: «All hallow’s eve», significa algo así como «toda la vigilia de consagración» o «consagrarse para ofrecer», pero su significado real quedó en: «víspera de todos los santos», es decir, la noche del 31 de octubre, la que precede a la celebración de «Todos los Santos», el día 1 de noviembre.
El año céltico terminaba en esta misma fecha, que coincidía con el inicio del otoño, la caída de la hoja y la recolección de los frutos. Para la tradición celta, esto simbolizaba el final o muerte de una etapa –fin de las cosechas- y principio o iniciación de una nueva vida: año nuevo y recogida del fruto. Hasta el 31 de octubre, o sea, durante la primavera y el verano, se regían por Beltane, Dios de la Vida. Pero el comienzo del Año Nuevo y de la recogida de las cosechas estaba inexorablemente unido a Samhain, el Dios de la Muerte. La madrugada del 31 de octubre era un intervalo entre los dos reinados; las barreras entre lo natural y lo sobrenatural dejaban de existir y los muertos aprovechaban para deambular por el mundo de los vivos. Se invocaba a Samhain (o Samagin) para consultarle sobre el futuro, salud, prosperidad y muerte. Los colores de esta festividad, naranja y negro, tenían su propio simbolismo: el naranja representaba al otoño y el negro a la muerte. Esta creencia se extendió a lo largo de los siglos en las diversas culturas anglosajonas…
Pero la verdadera celebración del Halloween se remonta a los primigenios celtas, antiguos pobladores de Europa Oriental, Occidental (Gran Bretaña, Roma y Grecia…) y parte de Asia Menor. Los Druidas eran la clase social más elevada dentro de esta sociedad, eran como sacerdotes, pero su papel abarcaba muchos aspectos más. Formaban una jerarquía independiente y representaban lo más intelectual de la casta y aunque también desempeñaban funciones religiosas, no se limitaban a ellas. Eran además bardos (rapsodas), médicos, astrónomos, filósofos y magos. Estaban muy cerca de la naturaleza, adorar a los árboles era uno de sus ritos, en especial al Roble, (la palabra «druida» comparte la raíz celta «drus», que significa roble…) y creían en la inmortalidad del alma, que escogía otro cuerpo al morir. La madrugada del 31 de octubre volvía a su antiguo hogar para pedir comida a las nuevas personas que lo habitaban que estaban «obligadas», por tradición y creencia, a proporcionársela sin miramientos. Sin embargo, cuentan algunas leyendas, que también existió un grupo, dentro de esta casta de los Druidas, que se dedicaba a los sacrificios, a la magia negra y a atormentar al pueblo la noche del 31 de octubre. Con grandes vestimentas que ocultaban su identidad, iban de casa en casa pidiendo ciertos alimentos, aquellos que se los negaban eran maldecidos. En sus recorridos, estos sacerdotes portaban grandes nabos que habían vaciado y tallado con formas de caras y emblemas paganos. Se creía que cada nabo contenía al espíritu que los dirigía o guiaba, como su pequeño dios.
Cuando los pueblos celtas se cristianizaron, no todos renunciaron a las enseñanzas y tradiciones paganas. Para el rito cristiano, la noche del 31 de octubre, también víspera de la «Fiesta de Todos los Santos», fue instituida por San Odilón, monje benedictino y quinto Abad de Cluny, en Francia, el 31 de octubre del año 998 d.C. La coincidencia cronológica de la fiesta pagana celta con la fiesta cristiana de «Todos los Santos» o del «Día de Difuntos» que es al día siguiente, 1 de noviembre, provocó que ambas tradiciones, de alguna forma, se mezclaran. La antigua costumbre anglosajona le amputó el sentido religioso para celebrar una noche de terror, basada en el miedo y en las antiguas supersticiones sobre la muerte y los difuntos, en lugar de en la veneración o el recuerdo por los antepasados.
Durante el siglo pasado, algunos inmigrantes irlandeses introdujeron el Halloween en los Estados Unidos donde arraigó como parte de la cultura popular. Se le añadieron además, diversos elementos paganos como la creencia en brujas, fantasmas, duendes del inframundo, Drácula, payasos diabólicos y diversos monstruos de toda especie. A partir de los años 50, esta celebración americana se extendió por otros países, incluido España. Por tanto, el 31 de octubre por la noche, en los países de cultura anglosajona o de herencia celta, se celebra la «Víspera de la Fiesta de Todos los Santos» que antes, con la llegada del Cristianismo, recordaba a los muertos o a las ánimas del Purgatorio; ahora comparten escenografía, las brujas, todo tipo de monstruos y fantasmas.
Calabazas, disfraces y golosinas…
Los disfraces, las calabazas y las golosinas se sumaron a la fiesta durante nuestra época. La calabaza tiene su origen en los países escandinavos y regresó a Europa y al resto de América gracias a la influencia, sobre todo, del séptimo arte. La leyenda anglosajona del Halloween dice que es fácil ver brujas y fantasmas la noche del 31 de octubre. Los niños se disfrazan y van de casa en casa (más o menos como los sacerdotes Druidas con los nabos…); llevan calabazas que han vaciado y hecho incisiones para formar una cara y les introducen una vela como a las calaveras. Cuando se abre la puerta gritan: «trick or treat» («broma o regalo», «truco o trato», «susto o golosina»…) para indicar que gastarán una broma a quien no les de golosinas o dinero.
Con la llegada del cristianismo, mientras que en los países anglosajones cobraban fuerza los grupos de niños disfrazados que pedían de casa en casa, con la calavera hueca iluminada; en los países mediterráneos se extendían otras costumbres ligadas al 1 y 2 de noviembre. En algunos pueblos de España, por ejemplo, existía la costumbre de llamar de puerta en puerta, cantar y pedir un aguinaldo para las «ánimas del Purgatorio». Hoy en día, mucho menos que antes, se sigue visitando los cementerios, se arreglan las tumbas con flores, se recuerda a los familiares difuntos y se reza por ellos; en las casas se consumían dulces especiales, que aún permanecen, como los buñuelos de viento o los huesos de santo.
Galicia, muy unida al folklore local y a las leyendas sobre apariciones y fantasmas, es la región española en la que más perdura la costumbre de recordar a los muertos y a las ánimas del Purgatorio a causa de pervivir aún ambas tradiciones: la celta y la cristiana. En muchos lugares de España continua la sacrosanta costumbre de representar en esta fecha alguna obra de teatro ligada a «Don Juan Tenorio». Fue el mito de este personaje en la obra teatral: «El burlador de Sevilla y el convidado de piedra», atribuida al dramaturgo español Tirso de Molina, el que se atrevió a ir al cementerio, en esa noche, a conjurar a las almas que fueron víctimas de su espada o de su egoísmo. En general, en todas estas representaciones, ritos y recuerdos pervive un deseo inconsciente, más bien pagano, de exorcizar el miedo a la muerte o sustraerse a su angustia.
En muchos países de América del sur, esta festividad de Difuntos tiene sus propios ritos locales unidos al folklore del lugar y a las influencias de la tradición cristiana llevada por los primeros colonos españoles y portugueses. Sin embargo, en México, los orígenes de la celebración del «Día de Muertos», única, peculiar y muy colorida, son anteriores a la llegada de los españoles.
Por lo tanto, en nuestro país, la fiesta de Difuntos tiene una raíz sacra o de procedencia religiosa. En el discurrir de nuestra historia, más que una celebración, ha sido siempre una fecha sombría y triste, en un país donde casi todo se ha vivido como un funesto y oscuro drama, merced a una dictadura que nos tenía los sentimientos encorsetados y las emociones maniatadas. Creo que el «Halloween» se importó de EEUU porque es una fiesta infantil en la que los niños, al menos, se divierten; y este país ya había llorado mucho. Bajo mi humilde opinión, tienen cabida las dos, la pagana y la religiosa; ambas en su justa medida y con el mayor de los respetos. Es toda una tradición en nuestra cultura, el día de Difuntos, recordar a aquellos que ya partieron, con flores y amor; sin tristeza, dejando que continúen su viaje. A mí me gusta recordar a los seres queridos que me precedieron. Y respecto al Halloween, me gustan las calabacitas iluminadas, la sonrisa de los niños al recibir sus caramelos y lo que disfrutan con sus travesuras. No me gusta el Halloween sangriento y de mal gusto, aquel que se ha distanciado tanto de la verdadera intención de los primigenios celtas. El Halloween gore y encarnizado pertenece a una cultura material y consumista que aprovecha la más mínima oportunidad para hacer negocio con el terror y la violencia.
«Ángeles versus monstruos», la eterna dualidad del ser humano para ahondar aún más en nuestra rigidez e intolerancia… ¿Por qué no quedarnos con un poco de cada una sin invitar al mal gusto?
Mar Solana
Blog de la autora
Colaboradora de Canal Literatura en la sección “Palabras desde mi luna”
marsolana@canal-literatura.com
Ajustado artículo, Mar. Reflexión objetiva y documentada acerca de la hibridación entre las culturas anglosajona y latina cuando llegan fechas señaladas.
Soy de los que se sienten latinos hasta el blando del hueso y prefiero siempre aquello que vi y a lo que me acostumbraron desde que gastaba chupete: Reyes Magos, belén, aceite de oliva, ferias con casetas, chocolate con churros y…, sí, festividad de Todos los Santos para recordar a quienes nos dieron la vida o nos amaron. Y, tal vez, para acercarse un rato al cementerio.
Las calabazas, asadas al horno y con un chorrito de miel.