Aficionados y profesionales
Se despertó, como cada mañana, refunfuñando por el calor de la noche, quitándose y tirando directamente al suelo la camiseta sudada en el sopor de las sábanas. Antes de dar los buenos días a su familia, se quejó de que nadie le hubiese sacado su pan de cereales del congelador para prepararse la tostada, y bramó por haberse quemado con el café recién hecho. Salió de estampida para su trabajo. Después de casi toda una vida realizando el mismo itinerario para ir a la oficina debería de saber y asumir que los atascos y el tráfico mañanero son el pan de cada día, pero él, ajeno a la experiencia y dejándose arrastrar una vez más por su esforzado espíritu de amargar y amargarse cada minuto de la existencia, masculló toda clase de improperios, más a la falta de habilidad de los otros conductores que al inevitable tráfico por la hora y el embotellamiento.
Nada mejoró en el trabajo, pero la ventaja que se tiene cuando se trabaja junto a tipos en continua pelea con la vida es que se les ve venir y se sabe que sólo se puede acercar a ellos como se haría con un puercoespín: con pinzas y mucho cuidado. En realidad, los compañeros hace mucho que dejaron de tenerlo en cuenta salvo para esquivarlo y evitar que se entere de algún plan conjunto, para que no les amargue la cerveza colectiva.
El regreso a casa no difiere mucho de la ida. Es igual que el tráfico sea fluido, aún quedan los semáforos para enfadarse con ellos si cambian de color y le hacen frenar justo cuando está a punto de pasarlos.
La comida es el momento perfecto para continuar disparando una buena parte de toda la mierda que multiplica en su interior con la levadura de la disconformidad perpetua que alimenta. La justificación, múltiple: programas de corazón en donde se habla de vanidad de vanidades, léase la última salida a cenar de un futbolista, el posado de una actriz, los idilios de los “triunfitos”… el telediario contando lo mal que va el mundo, los políticos corruptos, o los honrados que se dejan la piel en el servicio a la comunidad… etc. para todos tiene la crítica perfecta, el comentario inoportuno, el juicio ácido o la malévola condescendencia. Y, claro, todo eso aderezado con el adecuado comentario a la comida, que esta dulce, o demasiado salada, o seca, o caldosa, o fría, o caliente… porque él no es un aficionado es esto del descorazonamiento perpetuo, no señor, él es todo un profesional en ver el lado negro de las cosas, y no sólo eso, sino en escupirlo a diestro y siniestro sin que nadie se lo pida.
Hace tiempo leí, no sé dónde, que un hombre había escrito en su agenda al finalizar el año, algo así: “Este año ha sido devastador. Por mi edad he tenido que jubilarme cuando me encuentro en perfectas condiciones profesionales y podría continuar en mi trabajo varios años más. Mi hijo ha tenido un accidente en donde el coche, con apenas un año, ha quedado siniestro total. Y a mi mujer ha sufrido una operación en donde han tenido que extirparle la vesícula. Un año para tachar de mi vida”. La mujer leyó por azar lo que su marido había escrito, lo tacho con una gran equis roja y escribió a continuación: “Este año ha sido toda una bendición del cielo. Por fin he podido jubilarme y ahora podré dedicar mi tiempo a todas las aficiones que durante tanto tiempo aparqué; podré disfrutar de tiempo libre con mi familia y amigos; y estaré liberado de horarios y obligaciones diarias. Por fortuna, en un accidente que tuvo mi hijo, solo se destrozó el coche y él salió ileso con un brazo roto nada más, fue un milagro porque coincidieron en que era imposible que hubiera salido vivo de allí. Y, además, hemos tenido la suerte de que los médicos encontraran la raíz de la enfermedad de mi mujer: ha sido quitarle la vesícula y recuperar la salud. Gracias a Dios y a la vida por el regalo inmenso de este año lleno de tantas bendiciones.
Imagino que tiene que ser agotador vivir con alguien que sea un genio en hacer naufragar cualquier atisbo, no ya de optimismo o de generosidad con el prójimo y con las circunstancias que le rodeen, sino de un sano equilibrio que le permita vivir y dejar vivir a los demás sin amargarlos de continuo. Quizá el problema no esté tanto en ellos como en quienes los rodean por no enfundarse en el “Por qué no te callas” (famosa frase del rey emérito), seguida de un buen taco y repetirla con tal fuerza y mala leche que sea capaz de enmudecer hasta al más contumaz amargavidas.
Ana Mª Tomás