No hace falta ser un samurái para caer prendido por la derrota que la muerte conlleva en sí misma, porque a veces, en el amor, también somos capaces de comportarnos como samuráis que muestran el arrojo suficiente de iniciar una huida hacia adelante a través de ese último impulso que nos mueve el corazón. Ryan Gosling, el protagonista masculino de este retrato de sueños rotos lo tiene claro cuando dice que: «creo que los hombres son más románticos que las mujeres. Cuando nos casamos, nos casamos con una chica porque aguantamos todo el camino hasta que encontramos a la adecuada y pensamos “sería idiota si no me casara con esta chica, es genial”. Pero parece que las chicas llegan a un punto en el que solo eligen la mejor opción… “Oh, éste tiene un buen trabajo”. Quiero decir que se pasan toda la vida buscando a su príncipe, y luego se casan con el tío formal que tiene un buen trabajo. Y al visionar la película, concluimos que se refiere a esa innata necesidad de dar rienda suelta a ese otro sentimiento final que nos atrapa en mitad de la noche cuando debemos hacer frente a nuestro instinto más íntimo, ese que no entiende de realidades, sino de deseos. En este sentido, la valentía del fracaso que esgrime Ryan Gosling es terrible, por el mensaje suicida que lleva en sí mismo… y en el fondo enamorarse es tan fácil (como dice Paddy McAloond en su canción Falling in love), pues cuando uno tropieza con la mujer de sus sueños, no duda en ofrecerle todo aquello con lo que ella ha soñado, aunque para ello, renuncie a una parte de sí mismo. El Gosling de Blue Valentine es el James Dean del siglo XXI o el nuevo Montgomery Cliff de Hollywood, con unas dotes interpretativas muy cercanas a los dos astros del celuloide anteriormente citados, pues Gosling sabe expresar como nadie esa pose de frialdad extrema ante la adversidad y la cercanía del acantilado. Aunque, en este caso, renunciar a saltar por el precipicio es la mejor forma de mostrar una generosidad tan infinita que conmueve.
El amor sale herido de muerte en este geografía plagada de fracasos existenciales. Atravesar la adolescencia es lo que tiene, que puede suponer saltar al vacío sin una red que te proteja del salto, aunque en ocasiones, seamos más que conscientes que merece la pena saltar sólo por disfrutar un segundo de la sensación de libertad que te recorre por todo el cuerpo hasta que llegas al suelo. La valentía del director Derek Cianfrance es dejar que tanto Gosling como Michelle Williams muestren sus mejores artimañas interpretativas a la hora de retratar su particular descenso a los infiernos, a lo que sin duda, contribuye el más que acertado movimiento de la historia en forma de flashback que se nos va desgranando a lo largo del film, pues aparte de protegernos contra un relato lineal más previsible, podemos comparar las dos caras de la moneda en las que se dividen sus vidas. El brillo se torna oscuridad y el amor rencor, pues todos somos víctimas a la hora de ir en busca del Edén, y cuando la aventura se convierte en rutina, el amor desaparece de nuestras vidas sin necesidad de ir a buscarlo a otro lugar, porque muchas veces excava su propio agujero en nuestro interior, rebuscando en el fondo más profundo de nuestras decepciones.
Blue Valentine es el relato que supone asumir la valentía del fracaso, porque cuando se pierde, también hay que saber hacerlo con dignidad.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel
Un tema con el que más tarde o más temprano todos tendremos que toparnos: el fracaso. Y admiro a quienes lo afrontan con valentía.
Me da vergüenza decir que no he visto la película. Quizás el trailer no me atrajo lo suficiente y lo enfoqué solo como una película pseudorromántica. Y eso que Gosling me parece un actor fantástico.
Habrá que verla.
Muchas gracias y un abrazo.