A cada cual, lo suyo
Los pueblos pequeños tienden a constituirse en unidades claustrofóbicas, en las que sus integrantes se ven sometidos a una estrecha vigilancia (física, emocional y hasta espiritual) por parte de sus convecinos. La historia que nos traslada en esta novela el italiano Leonardo Sciascia contiene muchos ingredientes de esas atmósferas asfixiantes.
Nos encontramos en un diminuto pueblo de Sicilia, en el año 1964. Después de haber recibido un anónimo amenazándole de muerte, el farmacéutico Manno aparece asesinado junto a su amigo el doctor Roscio, que participa con él en una jornada de caza. ¿Qué justifica este brutal crimen? ¿Qué actuaciones pudieran provocar este horrendo suceso? Las habladurías comienzan a dispararse casi de inmediato, y todos acarician la posibilidad de que el farmacéutico tuviera una aventura galante con una mujer casada, cuyo esposo se ha vengado. Pero entre los vecinos se encuentra el profesor Laurana, que ha comenzado a elaborar sus hipótesis sobre el crimen y que ha comenzado una ronda de pesquisas acerca del caso («Su curiosidad era puramente humana, intelectual, que no podía ni debía confundirse con la de quienes, a sueldo de la sociedad, del Estado, capturan y entregan a la venganza de la ley a aquellos que la transgreden o violan», p. 119). Un recorte de prensa que proviene de L’Osservatore Romano, la actitud cada vez más sospechosa del abogado Rosello, la exultante sensualidad de la viuda del farmacéutico y el ritmo creciente de las murmuraciones populares le irán llevando en una dirección tan inequívoca como peligrosa.
Leonardo Sciascia, traducido por Juan Manuel Salmerón para el sello Tusquets, construye en estas páginas un relato sencillo pero cenagoso, donde muchas de las miserias del ser humano afloran a la superficie con inquietante velocidad. Un texto seductor de un novelista maravilloso.
Rubén Castillo