Los latidos de las vidas de Marina, Julius y Danielle permanecen ajenos al transcurso de la Historia del Universo. Un lugar, cuyo epicentro se encuentra en la ciudad de Nueva York, totem o becerro de oro al que todos sus habitantes adoran. Pero un día, dos aviones se estrellan contra las Torres Gemelas, y ese latido se para y cambia su cadencia, al igual que sus vidas, que ya no volverán a ser las mismas.
Los Hijos del Emperador representa las alegrías y miserias, así como, los proyectos y deseos de una generación de jóvenes norteamericanos que han crecido bajo la coraza protectora del boom de la sociedad capitalista (un mundo sin responsabilidades al viejo estilo). Gente bien (WASP) que ha tenido que combatir únicamente a sus miserias interiores, y que en nada son parecidas a las miserias externas ajenas a sus vidas. Claire Messud nos muestra una radiografía de una generación que no estaba preparada para los atentados del 11-S, aunque cabe decir que ¿quién lo estaba?
La literatura norteamericana de finales del siglo XX tampoco fue ajena a los retratos generacionales que nos muestran el lado oscuro de una generación de jóvenes que al poco tiempo serán los responsables de llevar el mando del país y por ende del resto del planeta. En este sentido, Jay McInerney ya lo hizo en 1984 con su primera novela Luces de Neón y las réplicas posteriores: La Historia de mi Vida (1986) y El Último de los Savage (1996). Del mismo modo, Breston Ellis plasmó la desfragmentación generacional en su famosa Menos que Cero (1985) al ritmo de fiestas y drogas adornadas bajo la banda sonora de la música electrónica de New Order, cuya secuela más aclamada fue su archiconocida American Psycho. Pero ellos no fueron los únicos, en aquella época, los jóvenes talentos literarios norteamericanos se mostraban implacables con la sociedad en la que estaban viviendo, y Douglas Coupland aún nos deleitó con su Generación X (1991), novela plagada de letreros, dibujos y cómics, que dejó bien a las claras que ya nada volvería a ser lo que era, y que de paso, sirvió a los medios de comunicación para reconocer a todo una generación con la famosa X postrera que la calificaba. De todas estas proclamas, España recibió sus ecos a través de la famosa Historias del Kronen (1994) por la José Ángel Mañas recibió el Premio Nadal de ese año, aunque cabe calificar su intento como muy descafeinado en comparación con el de sus colegas americanos, tanto en la forma como en el fondo.
Entonces, cabe preguntarse: ¿qué hay de distinto en la novela de Messud? Sin duda un ritmo más calmado y un aparente tono más ligero, que le sirven a la escritora norteamericana (de ascendencia canadiense y argelina), para retratar una época y una sociedad imbuida en sí misma y enclaustrada en una profunda metamorfosis interna. Dentro de este microuniverso Messud consigue retratar magistralmente el semblante de unos personajes perfectamente creíbles y cercanos a cualquiera de nosotros, dotando a cada uno de ellos de unas características individuales que los sitúan perfectamente dentro del gran conjunto que es la sociedad neoyorkina.
La mayor virtud de Messud, está en mantener el hálito de los personajes y el interés de la historia a través de las más de cuatrocientas páginas que componen la novela. Una novela, que en el año 2006 fue nominada al Man Booker Prize y catalogada como uno de los diez mejores libros del 2006 por el New York Times, parabienes que no son ajenos a la carrera literaria de Messud, que ya con su primera novela (When the world steady) fue finalista del PEN/Faulkner.
Ambiciosa e interesante novela.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel