Editorial de la Revista La Urraka nº 15. Por Juan Carlos Cespedes

El éxito y la fama, como lo maneja el mercantilismo, han llevado a la destrucción a muchos artistas. No es poco el número que descuida su arte por correr tras el espejismo vano de las candilejas de una noche. Pero lo siniestro de esto es que después de entrar en esta carrera sin control, se cae en una espiral sin fondo donde la víctima de sí misma, se dedica a construir una vida sin cimiento alguno. De nada sirve rifarse a la televisión, a la prensa radial y escrita, a “60 mil ejemplares vendidos” cuando, como en el caso de la poesía, es el arte mismo quien escoge a sus sacerdotes y sacerdotisas. El problema, si podemos llamarlo así, es que quien entra en este juego sin reglas, se vuelve cada vez más ambicioso y calculador. A la par que elabora un arte sin rigor, se inventa y ejecuta todas las acciones habidas y por haber, para estar en la ilusión del primer plano. Todos sabemos el poder de la verdad mediática, pero toda obra de arte está sujeta a la sabiduría del tiempo. Conocemos por la historia casos de personajes que en una época fueron “lumbreras”, pero que con el correr de los años han caído en un justo olvido; y también la otra cara de la moneda, artistas hundidos en las marañas de la indiferencia que son elevados al sitio que verdaderamente merecen.
Esto sería situación exclusiva de quien padece este “mal”, sino fuera porque, amén del dolor de ver a un semejante arrastrarse por el fango, quien está inmerso en esta galopada sin final, es capaz de todas las conductas mezquinas y dañinas contra los demás. No es de extrañar, entonces, la zancadilla, el plagio, la compra-venta de honras, la manipulación, la manipulación de concursos, la falsificación de documentos y toda suerte de patrañas para descalificar y quedar solos con “el éxito y la fama”.
Muy pobre debe ser el ego de una persona que necesite una dosis diaria de elogio como quien toma una aspirina, pero lo que no sabe, o no quiere saber el “enfermo”, es que esto se vuelve adictivo, e igual que con la heroína, la cocaína y la nicotina siempre va a querer más y más.
Es justo que el artista viva de su arte, si puede, pero que sea resultado de un trabajo limpio, riguroso y constante. Si la fama y el dinero llegan, bienvenidos, si no, no importa, pues el arte se basta a sí mismo y el artista se goza con su creación. Además, el tiempo tiene la última palabra.
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En la portada:
Oleo del pintor Walt Kuhn, nacido en Nueva York, Estados Unidos, 1880-1949.

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