Siempre me ha fascinado este fenómeno. ¿Quién es el genial (y espectral) maestro de títeres que ha conseguido que gentes libres, cultas y adultas, bregadas y bragadas no se atrevan a decir lo que piensan, hasta el punto de que cuando expresan su opinión lo que les sale es un sopicaldo de lugares comunes, un descafeinado de ideas tan imbéciles como muchas veces falsas? La corrección política se especializa en dos tipos de opiniones que todos, yo incluida, repetimos como mantras por temor a que nos consideren raros: las tópicas y las falsas o exageradas. Las tópicas son esas que hacen que uno proclame y trompetee lugares comunes como «para mí la familia es lo primero» o «adoro a mis hijos». ¿Realmente vale la pena malgastar saliva en decir semejante obviedad? ¿De verdad cree alguien que eso le hace parecer más sensible y mejor persona ante los demás? Yo, cuando alguien suelta algo así, de inmediato me pongo en modo snooze y ronco. Peor aún, pienso aquello de «dime de qué presumes y te diré de qué careces». El segundo tipo de frase políticamente correcta se refiere a verdades de moda, muchas de ellas falsas o exageradas, que queda bien decir. Verdades como «me chiflan los niños»; «solo como cosas sanas, me pirran las verduras», o «las mujeres son más inteligentes que los hombres». Es posible que existan personas (muchas incluso) para las que estas tres afirmaciones sean perfectamente ciertas. Pero hay otras muchas (legión, me atrevería a decir) que se ven en la necesidad de sobreactuar. Con los niños, por ejemplo; es evidente que hay algunos adorables, pero otros… lo son solo un ratito, sobre todo los ajenos. En lo que respecta a la comida sanísima, el que prefiera una acelga a una tortilla de patata ya tiene lo que se merece; y, por fin, en lo que concierne a la última aseveración, esa de que las mujeres somos más listas que los hombres, gracias por el cumplido, pero hay mujeres muy tontas, tontísimas. Tantas como hombres, ni más ni menos. Podría poner otros muchos ejemplos de frases políticamente correctas, pero creo que es cada vez más evidente que, en las sociedades abiertas, en las que cada uno tiene libertad para discrepar y expresar un criterio propio, existe, paradójicamente, un movimiento involutivo que hace que las opiniones se uniformen, se adocenen. Ya sea sobre temas triviales como los que acabo de enumerar o sobre otros de perfil político, ético, sociológico y también religioso. Según el filósofo italiano Marcello Pera, admirador de Karl Popper y su Sociedad abierta…, lo políticamente correcto encierra formas de autocensura como la autolimitación o la reeducación. Es una reformulación lingüística fundada en ideas prefabricadas en las que nadie cree del todo, pero que hemos aceptado como convenientes. Por eso, en el momento de opinar sobre el tema que sea, resulta que lo relevante es decir lo que parece que los demás esperan que digamos, no lo que uno cree de verdad, algo que, por lo visto, carece por completo de importancia. Otros pensadores, como André Lapied, juzgan el fenómeno de manera más severa. Según dice en su ensayo La ley del más débil, lo políticamente correcto está compuesto por tres elementos inquietantes: el Resentimiento que impone la ley del más débil (es más fácil igualar por abajo y así hay más gente contenta), la Negación del individuo (que erradica cualquier aspiración de autonomía) y el Comunitarismo (que reúne a los corderos políticamente correctos en grupitos de opinión para que se sientan parte de una comunidad equis que los ampare). Yo no quiero ser tan pesimista como ellos, pero me parece que sería útil que los padres que tienen la suerte de tener hijos en esa edad en la que todo les gusta y todo les interesa, en vez de consentirlos, mimarlos y hacerles creer que son el ombligo del mundo (lo que sólo puede llevarlos al horrible descubrimiento de que no lo son ni lo serán nunca), les enseñaran a divergir, a disentir, a diferir. O, como decía Erich Fromm, y nosotros los mayores nunca nos hemos atrevido a hacer, que los ayuden a perder el Miedo a la Libertad.
Carmen Posadas
Contundente, es lo que me sale decir. Saludos.
A mi me pasa a veces que me muevo en la disyuntiva entre decir lo que pienso y aquello que a otros les gustaría escuchar por la cosa de quedar bien. De puertas para fuera, nos movemos, emocionalmente hablando, en la ambivalencia quizás por un instinto animal de supervivencia o simplemente por nuestra condición humana . Ser uno mismo (no entrando en valorar a aquellos que menoscaban las Leyes, como la tan menoscabada ley de urbanidad u otras de mayor peso y rango ) sin dejar que el individuo se mimetice con la masa debería ser un valor también en sí mismo . Interesantísimo tema el que toca.
Puede que no solo digamos lo políticamente correcto para quedar bien, sino que a veces lo pensemos, en ese estado mental uniforme en el que parece nos desenvolvemos, de falta de criterio y aceptación de la primera noticia que nos llega.
Un poquito de reflexión para formar muestra propia opinión y sentirnos con absoluta libertad para expresarla podría ser una de las definiciones de madurez. No sé si me he expresado bien…
Besos.