Si algo caracteriza a la pintura de Guillermo Masedo es la intensidad; una intensidad que transforma el perfil de las arquitecturas perdidas en un instrumento universal que expresa pasiones y obsesiones. Intensidad que bajo el tamiz de su mirada logra infiltrarse tanto en las oquedades de las naves abandonadas que retrata, donde los pilares que las sustentan se convierten en bosques imaginados e infinitos, como en las cerchas de los tejados de las construcciones industriales abandonadas en las que se fija, y a las que dota de una nueva identidad mucho más bella. El nuevo concepto de belleza ahora se convierte en una luz distinta y en un color que aparece sin miedo en sus pinturas. Paletas cromáticas que se enfrentan a una nueva realidad mucho más palpable y menos etérea como en sus anteriores y melancólicas composiciones. Aquí parece, que lo que antes fue un sueño, ahora se ha convertido en pura realidad, donde la capacidad imaginativa está más dirigida hacia lo que él denominada como arte sin mentiras, muy alejado de eso que se ha dado en llamar conceptualismo, donde por no caber, no cabe sino la palabra más abstracta alejada de toda manifestación artística.
Atrás han quedado sus inicios, donde el papel a modo de collage jugaba en las telas como pareja de baile con la pintura, y parece que también se ha desprendido de los tonos más oscuros a la hora de reivindicar una forma de expresión artística cargada de toneladas de melancólica poesía. Una transformación en la que sin duda tienen mucho que ver sus estudios en la Escuela de Bellas Artes de Madrid, que no sólo le han servido para ampliar el amplio espectro de miras que ya poseía, sino también para dejarse llevar por una evolución lógica en el conocimiento más profundo de una profesión tan aguerrida como es la del artista a secas. Fruto de todo ello son los magníficos grabados que expone en la Galería Espacio Nolde www.nolde.es hasta el próximo 28 de octubre, donde una vez más nos sorprende con el dominio del color y de la profundidad de sus perspectivas, dos de las cualidades más sobresalientes de sus pinturas.
Más allá de la intensidad que rodea a sus arquitecturas perdidas, la pintura de Guillermo Masedo posee ese sentido trascendente, que por ejemplo, también tienen las composiciones de Hopper (no en vano uno de los cuadros de la exposición se titula homenaje a Hopper). No hace falta más que pararse a mirar las escenas que rodean a sus hormigoneras, que como obeliscos de rompen la línea del horizonte, para preguntarnos qué ha ocurrido allí hace tan sólo un instante o hace ya mucho, mucho tiempo… No es difícil establecer ese diálogo interior con las escenas que como panorámica fílmicas expresan mucho más de lo que a priori parecen representar, porque la vida de sus arquitecturas perdidas también moldean sus pinturas, como un escritor omnisciente planea sobre una novela. Esa mano invisible que pinta y dibuja es el instrumento capaz de perpetuar nuestras vidas y nuestros sentimientos para que nunca se nos olvide quiénes somos y quiénes fuimos.
Esa nueva capacidad narrativa fílmica de las pinturas de Guillermo Masedo a veces se transforma en suspense, cuando con acierto, juega a iluminar sus cuadros con el contraste luz-oscuridad, como queriéndonos avisar que la pintura no es estática, sino que está tan llena de vida como nuestra imaginación sea capaz de expresar, porque éste es el aliado perfecto de unas composiciones que trasgreden las dos dimensiones y que nos invitan a iniciar un viaje pletórico de sensaciones, como llenas de sensaciones están sus profundas perspectivas, que esta vez sí que nos llevan al mundo de los sueños. Una nube sobre la que poder caminar sin miedo.
Artículo de Ángel Silvelo Gabriel.
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