Fanny Keats, la hermana pequeña del poeta romántico inglés John Keats, reposa en el cementerio de San Isidro de Madrid: Crónica de la visita a su tumba. Por Ángel Silvelo

Fanny Keats  in Old Age by Juan Llanos y Keats 1880 bisEl pasado sábado, 5 de julio, visité el cementerio madrileño de San Isidro, un camposanto en el que se encuentra enterrada una parte importante de los nobles y de las personas ilustres de la ciudad a partir del siglo XIX. Allí, junto a ellos, reposan los restos de una inglesa: la hermana pequeña del poeta romántico inglés John Keats. El hallazgo de su tumba me lo proporcionó José Guillermo Paradinas Brockmann, tataranieto de Fanny Keats. Por primera vez, desde que visito cementerios, tuve una sensación extraña al estar en aquel lugar. Estábamos solos Manuela y yo, y en ese silencio anónimo nadie requería mi existencia, o quizá sí, y yo no supe entender los mensajes que me eran enviados. El sol y la ligera brisa que movía los árboles del recinto hacían el resto, y uno se miraba a sí mismo extrañado de esa paz que gobierna a las tumbas. En este caso, muchas de ellas estaban en un estado lamentable de conservación, lo que nos decía en ese lenguaje mudo que hacía mucho tiempo que no eran visitadas. Quizá por la ausencia del último miembro vivo de la estirpe, o quizá también por el olvido al que se les castiga a los muertos. En el epílogo de la novela Los últimos pasos de John Keats, yo me permití el lujo de jugar a ese recuerdo eterno que nunca se cumple y, en mi sana ignorancia, escribí: «¿Qué será de nosotros cuando hayamos muerto? Nuestro cuerpo, nuestra vida, nuestros recuerdos… Todo quedará en manos de los nuestros, que serán los encargados de cumplir con el designio de nuestros deseos». Lo que me llevó a pensar, una vez más, que nada queda tras nosotros salvo aquel material tangible que hayamos sido capaces de crear en nuestras vidas. Bien es verdad que siempre existe la posibilidad del mito, pero eso, no es menos verdad que solo afecta a muy pocos. Yo, por ejemplo, no conozco a ninguno que tenga esa categoría al que conscientemente le haya dado la mano o haya conversado con él. Por eso, como digo en una frase de las que leeré el próximo sábado 19 de julio frente a la tumba de John Keats en Roma: «De ahí que, por encima del tiempo, las casualidades y las adversidades a las que todo artista se enfrenta a lo largo de su vida, lo que en verdad queda de él es su obra».

Entre un cementerio, el de Madrid, y otro, el de Roma, intentaré establecer las conexiones que me llevaron de uno a otro y viceversa, a pesar de que yo sepa mejor que nadie que esas uniones no son otras que los poemas del poeta romántico que, como afluentes de un río inabarcable, se extienden a lo largo del tiempo de una forma infinita, pues infinita es su obra, por escasa que esta sea. Todo ello de nuevo me hace reflexionar sobre esa necesidad del mito en la literatura que, cada cierto tiempo, resurge con fuerza en mí. Nada es comparable a la creación del hombre, pues en sí misma es infinita, aunque sea a través de las letras perdidas en la inscripción de una tumba o de las cúpulas derruidas de un cementerio, pues unas y otras nos hablan en el mudo lenguaje de la creación, que no necesita de palabras, pues nos recorre el cuerpo en forma de sensaciones. Esa quizá, tras nuestra muerte, sea la cualidad del alma o el espíritu que nos quede más allá del cuerpo… las sensaciones.

No sé qué sentiría yo si un desconocido buscase mi tumba 125 años después de mi muerte, pero imagino que debe ser algo así como ganarle una pequeña batalla al paso del tiempo, justo el tiempo que dura la visita, antes de que el ausente regrese al olvido de los muertos. Por muy extraño que nos parezca, o por muy estrambótico que nos resulte, las casualidades que nos modelan la vida a veces nos hacen ser testigos de circunstancias que se nos antojan imposibles. Todo ese cúmulo de circunstancias me vinieron a la cabeza mientras intentaba «inmortalizar» ese momento en el cementerio con la grabación de un vídeo casero que, a pesar de los escasos medios técnicos que atesora, o de las inexactitudes geográficas que presenta en su exposición, tiene el valor de ser testigo de algo que nunca debió producirse, pero que el intrínseco valor de la literatura transformó en real y cierto, tan real y cierto como que las poesías John Keats me llevaron primero a Roma, y luego a Madrid, ciudad en la que resido desde siempre, pero que hasta que no conocí su obra desconocía, para más tarde devolverme de nuevo a Roma y un poco más adelante espero que al Barco de Ávila, donde quizá vuelva a cerrar alguno de los interrogantes que desde el sábado me acechan, aunque a buen seguro, después de esa visita, otros muchos se abrirán otra vez, en un infinito pasillo donde las puertas se abren y se cierran a su antojo, como en la vida. Pero eso será objeto de otra reflexión otro día, porque ahora aun debo reposar todo lo que viví el pasado sábado en el cementerio de San Isidro de Madrid, donde la vida de los muertos se da la mano con el recuerdo de los escasos vivos que los visitan.

Después de la visita a la tumba de Fanny Keats, indagué un poco sobre su persona y, entre otras búsquedas, encontré este semblante que de ella hace la Wikipedia (en inglés) y que uno en su olvidado inglés de COU intentó traducir de una forma libre, por supuesto. El resultado de todas mis pesquisas es este semblante de la pequeña Fanny, pues, para mí, siempre será la hermana pequeña del poeta inglés John Keats; la niña a la que siempre quiso proteger a pesar de la distancia en la que vivieron el uno del otro.

FANNY KEATS LLANOS (Fuente: Wikipedia).

Nació el 3 de junio de 1803, justo diez meses antes de que su padre muriera. Ella apenas tenía un año cuando su madre se volvió a casar y la dejó al cuidado de su abuela Alice Jennings. Sus hermanos George y John fueron al Clarke’s School, mientras ella permaneció en la casa de los Jennings en Enfield. En 1810 John Jennings murió, y Alice entregó en adopción a Fanny a Richard Abbey. Sin embargo, ella permaneció con su abuela hasta su muerte en 1814.

Fanny entonces fue a la Miss Tuckey School en Marsh Street en Walthamstow cerca de la casa de los Abbey, donde permaneció hasta 1818. Después de dejar la escuela a los 15 años, ella vivió siempre con los Abbey. En aquel tiempo, Fanny tuvo una existencia solitaria salteada por la infrecuentes visitas de su hermano John Keats. Su relación con el resto de sus hermanos, George y Tom, fue principalmente por carta.

Cuando John Keats preparó su partida a Roma, él le envió una carta de despedida que recibió el 12 de septiembre de 1820. John nunca mencionó el nombre de Fanny Brawne a su hermana, aunque él si le hace mención a la Srta. Brawne del de su hermana en una carta, diciéndole que él esperaba que la visitara en Wentworth Place. Fanny Brawne escribió a Fanny Keats el 7 de octubre, presentándose a ella, así como invitándola a iniciar una amistad que continuó hasta que Fanny se casó en 1833. Después de que John muriera, la Srta. Brawne y Maria Dilke fueron a ver a Fanny Keats a Walthamstow, intentando sacarla de allí e invitándola a visitar Hampstead.

Fanny Brawne presentó a Fanny Keats a Valentín Llanos y Gutiérrez, un exiliado liberal español en el verano de 1821. Ellos se casaron el 30 de marzo de 1826 en la St. Luke’s de Chelsea. La situación económica de los Llanos nunca fue sencilla. Charles Dilke los ayudó. En ese tiempo Llanos escribió tres libros: Dº Esteban, Sandoval el masón y El exiliado español; el último nunca se publicó. Ellos vivieron durante cinco años en Londres, partiendo de allí, primero a Francia, hasta llegar a la casa de los padres de él en Valladolid en 1833.

En 1835 Llanos fue nombrado Secretario del Ministro español Juan Álvarez Mendizábal, antiguo compañero de su exilio en Londres. Llanos, más tarde, fue el Cónsul español en Gibraltar, así como trabajó en la desamortización de las propiedades de la Iglesia y en la construcción de los canales de Castilla (acueductos a Madrid). Después de su retiro en 1861, él viajó a Roma a la boda de su hija y su yerno, Leopoldo Brockmann, que construyó el sistema de ferrocarriles de Roma. Aquí, Fanny Keats conoció a Joseph Severn, quien la introdujo en la activa comunidad inglesa de la ciudad. Frederick Locker-Lapmson nos proporciona esta descripción de una Fanny ya mayor: «Ella era gorda y extremadamente tranquila».

Después, el matrimonio regresó a España, donde estuvieron confortablemente. Fanny cooperó con Harry Buxton Firman en la organización de la publicación de las cartas de Keats.

Desde 1860 hasta 1880, Fanny mantuvo correspondencia con la hija de su hermano George, Emma Keats Speed, y el hijo de ella, John Gilmer Speed. El hijo de Fanny, Juan Enrique Llanos y Keats, la pintó a ella en alguna ocasión entre 1875 y 1880. Las pinturas originales, con unos mechones de su pelo, están en la Keats House de Hampstead.

Llanos murió el 14 de agosto de 1885 y Fanny el 16 de diciembre de 1889.

 

Ángel Silvelo Gabriel

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