Gabriel Martínez, autor de «Volveremos a Mandalay»

Gabriel Martínez

 

Gabriel Martínez, autor de «Volveremos a Mandalay»

Una vida entre la novela histórica y el «thriller».

A su pasión por la novela histórica, Gabriel Martínez (Rafal, Alicante, 1952) suma la que siente por viajar y escribir, aunque confiesa que no podría decir en qué orden. La mayoría de su obra pertenece al género histórico, sobre todo tras el empujón que le supuso quedar finalista en el Premio Azorín con La estirpe del Cóndor. Sin embargo, también ha cultivado con maestría el thriller. Su última novela, Volveremos a Mandalay, tiene también ese fascinante aire del cine negro clásico.

Cuando Gabriel Martínez habla sobre escribir, piensa fundamentalmente en dos géneros, la novela histórica y la novela negra, si bien reconoce que la primera es su verdadero hábitat natural. La recreación de momentos del pasado y el proceso de documentación que conduce a ello son sus momentos preferidos, y no es de extrañar, pues él mismo se confiesa un apasionado de la historia en general, y en concreto de la España de los años 30 del siglo pasado.

    Las putas de Nuestra Señora de la Candelaria, La estirpe del Cóndor o la más reciente Volveremos a Mandalay son algunas de sus obras más emblemáticas. Con La estirpe del Cóndor incluso logró ser finalista del Premio Azorín de Novela. Para Martínez, la clave está en respetar siempre los hechos y mantener el rigor: «Las novelas históricas que reinventan la historia para adaptarlas a la trama me parecen una estafa intelectual, por eso dedico mucho tiempo a la documentación e investigación del periodo que sirve de trasfondo a mis novelas históricas». Un buen ejemplo de esto lo constituye su mencionada obra La estirpe del Cóndor, para la cual fue especialmente exhaustivo en lo que respecta al proceso documental. La época era bastante delicada en cuanto a fuentes, y eso hizo más complicado tratar el tema del fin del Imperio Inca o el de la icónica ciudad de Vilcabamba: «Vilcabamba fue la última capital de los incas que intentaron resistir a la conquista. Perdida para la historia después de su conquista por los españoles en 1572, ha habido y hay una gran controversia sobre su ubicación. Buscada sin descanso por arqueólogos y aventureros desde hace más de un siglo (Hiram Bingham la buscaba, y creyó haberla hallado cuando descubrió Machu Picchu en 1911), se cree haberla descubierto recientemente, pero todavía no hay consenso al respecto dentro de la comunidad académica», reconoce el autor. «Para la documentación recurrí a las crónicas de los conquistadores y a documentos y mapas de la época, libros de historiadores peruanos y norteamericanos, etc. Incluso hice un viaje a la zona para ver los ríos, valles y montañas donde se ubicó el llamado reino de Vilcabamba durante los treinta y siete años siguientes a la conquista del Perú».

volveremos a mandalay

    No obstante, más allá de su pasión por la historia, Gabriel Martínez también ha sabido cultivar con maestría el género policiaco. Ejemplos como El asesino de la Vía Láctea o El año del dragón dan una muestra de su capacidad para recrear entornos trepidantes y ambientar un thriller con todas las letras. Si bien siempre ha defendido que se siente más a gusto en la novela histórica, y que la negra, cada vez más, «Me sirve de relax entre una y otra novela histórica», lo cierto es que sus thrillers destacan por mostrar unos personajes llenos de matices y contradicciones, de esos que parecen malvados pero que tienen un buen fondo, de los que desconciertan al lector y contribuyen a mejorar la atmósfera de la narración. A este respecto, el autor alicantino asegura que no hay nada en ellos que no se pueda ver en la vida real: «Basta mirar alrededor para encontrar personas capaces de lo peor y de lo mejor. El ser humano es así de complejo». Otra cosa bien distinta es la ambientación en la que estos personajes se mueven, un elemento que para Gabriel Martínez es primordial cuidar: «No me gustan los ases en la manga que algunos autores se sacan en el último momento para dar un giro a la novela. Tampoco me importa demasiado que el lector intuya al asesino en la primera página, a mitad, o al final, porque lo que me interesa, más que el quién, es el porqué».

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