Jane Bowles, junto a otros muchos escritores y artistas, representa como nadie el silencio de un olvido que se ciñe, sobre nuestra vida y nuestra sombra, de una forma perenne y autoritaria desde que nacemos. El azar, siempre caprichoso e injusto, hizo que hace unos años el Ayuntamiento de Málaga la rescatara de la fosa anónima en la que se encontraban sus restos, para que de esa forma, y aunque con un retraso imperdonable, se la sacara a la luz y se la rindiera el tipo de homenaje que solo se merecen los mejores. Un hecho de justicia que se produjo cuando el Instituto Municipal del Libro del Ayuntamiento de Málaga organizó el ciclo El mundo de los Bowles del 5 al 8 de abril de 2010. Pues ella es y representa como nadie a una de las heroínas de las letras anglosajonas que fue injustamente olvidada. Hoy, sus restos reposan bajo una lápida de granito negro (el mismo tipo de piedra que está en la tumba de Marcel Proust en el cementerio parisino de Père Lachaise), y lo hacen junto a naranjos y losetas de porcelana de color blanco que emiten breves destellos de luz cuando el sol se proyecta sobre ellas. Ahora su situación en el camposanto es privilegiada, y se halla situada entre el panteón de la familia Romero y un columbario, y en una calle perpendicular a la calle de las Ánimas. Aparte de la inscripción: Málaga a Jane Bowles 1917-1973, en el borde inferior derecho se puede leer: Cabeza de gardenia, Truman Capote, como mejor forma de recordarla, y tal y como lo hacía el genial escritor norteamericano cuando se refería a ella. La sencillez de su lápida y de las inscripciones que hay en la misma son solo el fiel reflejo de la vida de Jane Bowles, que, cual gardenia asustadiza, se pasó toda su vida huyendo de sí misma. Primero, para alejarse de la autoridad de su madre se casó con Paul Bowles, el todopoderoso músico y escritor norteamericano, autor, entre otras, de las míticas novelas Déjala que caiga o El cielo protector. Pero años más tarde, una vez que el matrimonio se asentó en Tánger (aunque nunca dejaron de ser nómadas), necesitó buscar un nuevo refugio, y esta vez lo hizo en Cherifa, quizá la culpable de su triste final. Sin embargo, su huida no tenía nada de enigmática, porque se traducía en esa sana necesidad de ser ella misma sin esperar nada del otro, pero también en esa otra y tan necesaria lejanía del oprobio de la propia doblez personal ante los demás. No hay una muestra de mayor libertad que la del apátrida de sí mismo, lo que sucede en una infinita secuencia que solo toma cuerpo cuando uno busca el refugio de sus propias balas. Jane Bowles fue genial y única como pocas escritoras de su tiempo, si bien es verdad que nació en un mundo convulso lleno de grandes heroínas, fieles seguidoras y dignísimas representantes de las hermanas Brönte, de la misma forma que a día de hoy nacen y existen otras mujeres únicas y valientes que no se conforman con la vida que el destino les ha dado. Esa lucha de gigantes que nos cantaba Antonio Vega tiene un maravilloso reflejo en su escasa obra, que, no por corta, deja de ser imprescindible y loable en toda la dimensión de la palabra. Hay escritores que con una única novela recorren un camino más largo que otros que eternizan sus anhelos en centenares de obras que no nos dicen nada. Esa capacidad de comunicar con el alma de los lectores, o con esa otra vida que corre paralela a nuestros días, y que uno humildemente ha bautizado como la vida soñada, es la que nos da las pistas sobre la genialidad del autor, de la autora en este caso, y Jane, en su despiste existencial, era esa especie de genio que para aquel que tiene un mínimo de sensibilidad nunca pasará desapercibido. La anécdota que siempre cuenta el escritor español Emilio Sanz de Soto el día que se la encontró perdida en las calles de Tánger (ya estaba aquejada de la enfermedad mental que acabó con su vida): al preguntarle qué hacía, ella le contestó que buscaba algo en su bolso. Cuando él le pidió que se lo mostrara para ver si la podía ayudar, Sanz de Soto comprobó que en su bolso había un pajarito muerto, muchas lentejas desperdigadas en su interior y un sinfín de objetos inservibles, muchos de los cuales habían sido recogidos de la calle. Ese universo, a la par caótico y genial, era el universo en el que se refugiaba Jane Bowles; una escritora que solo entendía su escritura como una faceta más de sí misma y de ese refugio al que estaba condenada a recluirse desde que nació.
La obra de Jane Bowles llegó a España de la mano del editor Jorge Herralde, cuando inauguró su colección Panorama de narrativas con la novela Dos damas muy serias, que se abre con el prólogo de Truman Capote, y al que siguió el conjunto de relatos titulado Placeres sencillos, que apareció con el número treinta y seis de la misma colección. El amor de Herralde hacia la obra de Jane se hizo patente cuando años más tarde reeditó los dos títulos anteriores en un solo libro, esta vez en la colección de Anagrama Otra vuelta de tuerca, con motivo de la celebración del ciclo El mundo de los Bowles que el Ayuntamiento de Málaga organizó en torno al matrimonio de nómadas norteamericanos. Una publicación a la que se unieron la de la obra de teatro En el cenador (Editorial Alfama) con prólogo del propio Paul Bowles y traducción de Carlos Pranger, así como el denominado popularmente como el libro gordo de los Bowles, bajo el título Jane Bowles, últimos años, y que fue publicado por el Instituto del Libro de Málaga bajo la edición de Rodolfo Häsler.
En esta ocasión, el rescate de los restos de Jane Bowles fue una magnífica oportunidad para que en España vieran la luz todas sus obras, y de esta forma, mitigar el silencio de sus palabras, pues no en vano Jane Bowles, 1917-1973, es una de las heroínas de las letras anglosajonas que fue injustamente olvidada.
PD: la foto de este artículo pertenece a la reciente y última visita que he realizado a Málaga y a la tumba de la genial escritora.
Ángel Silvelo Gabriel