Entraba despacio
en la ducha y
el plástico
(de cortina
barata)
se abrazaba
desesperado a mi
piel.
Las gotas
de agua
corrían por mis
pecas y mis
rodillas
mientras yo,
niña grande,
soñaba…
La cortina se
enamoraba de mí
cada mañana
y se revolvía
entre mis brazos
callados,
luchando
(aliada del agua)
por impedir
que agonizara
aquel precioso
encuentro.
Hoy,
has llegado
suavemente,
sin esperarte,
y me has abrazado
por detrás,
bañando tus manos
en el agua
que galopaba
por mi espalda.
Hoy,
le he sido infiel
a la cortina.
Yolanda Sáenz de Tejada
Colaboradora de esta Web en la sección
«Tacones de Azucar»
Blog de la autora