El dinero es la felicidad en abstracto, y el sexo la felicidad en la piel. Lo demás: que si la lectura, que si el arte, que si el cine, que si el orfidal…, son sucedáneos y mitologías inventadas por clérigos, psicólogos y follatabiques. El dinero y el sexo nos hacen felices porque nos instalan en nuestro ecosistema, que no es el bosque, ni la sabana, sino la sociedad. Los otros son el medio, sin duda; pero cuidadín, porque, a la que te distraes, ya te han mordido. Los otros son la cura, el bálsamo, la oportunidad y el refugio; pero también la llaga, el desengaño, el desafío y la desesperación. Así que conviene acercarse a los demás con algo de reparo, y el sexo y el dinero lo son; desde luego que lo son.
Tampoco se vayan ustedes a creer que tengo en gran estima al sexo o al dinero. Vamos a ver: el sexo es una dicha cierta y extrema, sí, pero en la pobre y justa medida en que concluye liberando una tensión, como quien descorcha una botella de espumoso. Los latinos sentenciaron que omne animal post coitum triste est, nisi gallus qui cantat, o sea: todo bicho viviente se entristece tras el coito, salvo el gallo, que canta. Pero, a pesar de ser un placer limitado y negativo, no lo hay mejor, y por eso el sexo nos instala en la sociedad, porque es la única relación humana placentera, atávica y libre de determinaciones en sentido pleno y absoluto. Quien lo domina y lo administra con sabiduría perversa triunfa. Vaya si triunfa.
Y del dinero, ni les cuento. El dinero en sí es nada y menos. Nadie se llevaría dinero a una isla desierta, porque no sirve para nada, salvo que llegue gente. En cuanto llega la peña, el dinero es la felicidad sin matiz, porque contiene la promesa cierta de todas las otras felicidades, a saber: el sexo, desde luego; el poder, evidentemente, y lo demás, sea lo que fuere, también. Circula un tuit que resume todo esto: «El dinero no da la felicidad; pero te puedes comprar un yate con putas, y todo el mundo está contento en un yate con putas». Quien dice putas, dice putos, o borregas lachas, o lo que gusten, tanto da. Por eso les decía más arriba que el dinero nos instala en la sociedad, porque basta ir por la vida con el bolsillo lleno para que el medio social se convierta en un jardín de las delicias, en lugar de ser la selva triste e infecta en la que viven los que carecen de él.
Se equivocó Jesucristo, por cierto, al expulsar a los mercaderes del templo. Más le hubiera valido, tanto en lo personal como en la proyección histórica de su mensaje, si hubiera expulsado del Mercado a los sacerdotes, a los escribas y a los fariseos. Pero ésa es otra historia. A lo que vengo es a recomendarles que se pasen por el Museo Arqueológico y visiten la exposición dedicada a la historia de las monedas que han circulado por la Región de Murcia. Se trata de una muestra preciosa, una ocasión de conocer la historia más íntima de este Viejo Reino, porque en ella se exponen la ley, la materia y la forma de los sueños de felicidad abstracta de nuestros ilustres y humildes antepasados.
Francisco Giménez Gracia
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Genial. No digo más.
Un abrazo.
Una fina e inteligente ironía en un texto que cuenta cosas tan serias. Me ha gustado muchísimo leerle.
Felicidades. Un saludo.