La poesía es un arma cargada de mujeres.
Me digo que también puedo hacer como que la Feria del Libro de Madrid no ha existido, pero eso sería como meter la cabeza debajo del ala, o enterrarla en las arenas del desierto. No sólo porque en esa calle de varios cientos de casetas y dos kilómetros, metro arriba, metro abajo, se vende un tercio de lo que se coloca en el año, sino porque es un momento de contacto entre los escritores y su público. Y de lanzamiento de novedades para el verano.
Léase escritores, como los y las que escriben y publican. Este año, me decían en uno de mis paseos por el Retiro, ha habido muchos menostelevisuales, muchos menos tertulianos de las diversas cadenas, como si se hubiera agotado el tema del corazón y otras vísceras, incluyendo paladar y estómago, o como si este año no estuviera el horno para bollos. Curiosamente, igual porque el futuro está más bien oscuro, la novela histórica ha hecho colas –Julia Navarro, por ejemplo- y las mujeres en general son más visibles –Almudena Grandes, también por ejemplo, aunque ella es visible de toda la vida–. Y de mujeres va esta columna. De poetas, pero no sólo.
Más de ochenta poetas, 82 exactamente, han sido antologadas por Raquel Lanseros y Ana Merino en el libro de casi 1.000 páginas titulado Poesía soy yo y publicado por Visor. Mujeres todas, con producción ya importante en el siglo XX, nacidas entre 1886 y 1960. Lo abren Delmira Agustini y Gabriela Mistral, y lo cierran Mariela Dreyfus y Ana Istarú. En medio, esos ochenta nombres insustituibles que han hecho la poesía a los dos lados del idioma, y ese es uno de los logros importantes del libro: ese reconocimiento de que hay una sola tradición de la que reclamarse cuando de literatura se trata, una gran tradición que es la que nos cobija: el idioma, la lengua. Otro logro es el haber sabido mostrar, con estos ochenta nombres incontestables y el bien elegido puñado de poemas de cada una, el peso fundamental de las poetas durante el siglo XX, su calidad y, por qué no, su belleza. Bellezas distintas, porque desfilan estéticas diferentes, como lo son las generaciones a que pertenecen. Y por fin, el estudio previo, firmado por las dos antólogas, es una irreprochablemente académica puesta al día del estado de las antologías, ese género tan necesario como, siempre, conflictivo.
Yo creo que hay dos tipos de antologías: las que, como ésta, tienen una voluntad enciclopédica, ordenadora e informativa, que resultan de una enorme utilidad, no sólo para los estudiosos del tema, sino para los lectores en su conjunto. Y luego las otras, las combativas, las que buscan aglutinar grupos poéticos y estéticos, las que lanzan cargas de más o menos profundidad contra los antecesores, y que tienen de útil la configuración/conformación de una estética nueva, y ayudar a imponerla. Esta, efectivamente, es más notarial, por así decir, pero en un momento de visibilización necesaria y acelerada de las mujeres en los diversos ámbitos, y en el de la literatura muy especialmente, Poesía soy yo consigue crear una… masa crítica, así que la explosión que se deriva está destinada a cambiar la percepción que tenemos del papel, influencia y calidad de las mujeres poetas.
Y como poner faltas es el deporte favorito de los y las lectoras de antologías, debo señalar que, además de esa media docena de nombres que, convocadas y seleccionadas por las autoras, no llegaron a aparecer en el libro, y que se mencionan en el prólogo, a mí me faltan unas cuantas: Luisa Futoransky, y Mercedes Roffé, argentinas, y Fanny Rubio y Juana Vázquez Marín, españolas, por mencionar a cuatro amigas poetas cuyo trabajo conozco y me parece admirable. Me faltan otras, pero creo que se me salen de edad, y ese es un tema demasiado sensible… Ya sabemos que en todas las antologías funciona también el gusto de las antólogas, muy respetable, pero el deporte es el deporte. Que el gusto de la lectora también funciona.
En la línea de esa patria común que no abolirá el Océano, pero más en la línea de las antologías combativas, está Bajo la estrella, el viento. Mujeres poetas de las dos orillas, firmada por María Antonia García de León, Milagros Salvador y María Sangüesa para Huerga & Fierro. Con una expresa perspectiva de género y ambiguamente generacional –tengo la impresión de que empieza donde acaba la otra–, reúne a 34 poetas entre las que se encuentran las propias antólogas. Y que proceden de diversos países. El cuerpo femenino como soporte y sujeto poético, la voluntad de igualdad, en fin, cabe señalar que a diferencia de la otra, que lo es en un sentido profundo, en esta hay un espíritu expresamente feminista, al tiempo que, y desde ese mismo punto de vista, convoca a la unidad de las poetas en castellano, tapando el mar, y en lucha por la igualdad y dignidad de las mujeres. En cuanto a las estéticas, ya en el prólogo se marca el eclecticismo en la elección. De entre todas destaco a Maria Luisa García-Ochoa, porque conozco bien su trayectoria, tanto en la poesía como en el relato, y hasta en su próxima, inmediata incursión en la novela. Sin desdeñar a las otras, que conozco menos, pero que, prometido, me pongo a ello.
Y en el mismo sello editorial, 20 con 20, subtitulada Diálogos con poetas españolas actuales, y firmada por Rosa García Rayego y Marisol Sánchez Gómez. La dos profesoras: titular de la UCM una, y directora durante muchos años de su Instituto de Estudios Feministas; catedrática de Secundaria la otra; poetas ambas, y feministas las dos. La suya es una antología “consultada”, es decir, en la que la selección se refiere a las poetas, en las que ellas dejan su poética expresa y sus poemas favoritos, pero en la que las antólogas se mojan con un texto crítico de cada una de ellas, además de dar noticia (oblicua) de las razones por las que se han seleccionado. Y hay algunos nombres que quizá hubieran podido entrar en la de Visor, salvo por la cronología, y que me parecen estupendas y estimables poetas: las dos antólogas dePoesía soy yo, Ana Merino y Raquel Lanseros (que no se incluyeron en la suya, como las firmantes de ésta también se han mantenido al margen como poetas), y Aurora Luque y Guadalupe Grande, de cuyo buen hacer me consta. Por cierto, Paca Aguirre, su madre, es una de las invitadas a la de Visor que por alguna razón no pudo aparecer. Y bien que lo siento. Una voluntad de presente, de actualidad rabiosa, recorre estas páginas, todavía calentitas de la imprenta. Y yo creo que se complementan muy bien estas tres miradas, dos «intermarinas», la otra más centrada en lo español de España, y entre las tres, visibilizando a centenar y medio de mujeres que han escrito o escriben poesía, buena poesía, en castellano. De aquí o de allá.
Se me quedan historias en el bolsillo, por ejemplo, la de Recalcitrantes, una nueva editorial que quiere recuperar la narrativa de mujeres en los años duros del franquismo, y han arrancado con Las hogueras, de Concha Alós, una novela que mi madre me tenía en cuarentena temporal porque decía que, como las de Marta Portal, era “muy cruda”. O yo muy joven, a ver. Total, que como hay más columnas, tiempo habrá para saludar este intento de hacer visibles voces demasiado olvidadas. Voces que, como Concha Alós, fueron valientes y se arriesgaron contra los vientos y las mareas de la censura… y las censuras. Y de las que hablaremos, ya lo creo.
Porque se pueden poner como quieran, pero esta es la hora de las mujeres. También en la poesía, aunque hagamos jueguitos con Bécquer o con Celaya. La literatura, y no sólo la poesía, es un arma cargada… por mujeres.
Rosa Pereda
FUENTE CTCX.ES