Mario Vargas LLosa, Los Cachorros: Los oscuros designios del diferente.

Ágil, intensa, única… Los cachorros es un puro ejercicio de estilo, donde el genial Mario Vargas Llosa, nos demuestra la intensidad de sus intenciones. Escrita después de La casa verde (su segunda novela) y Conversación en la catedral (la tercera), Los cachorros no es sino la destreza de un escritor hecha realidad negro sobre blanco. La puntuación, las voces, la dualidad entre la tercera y la segunda persona y un ritmo endiablado y vertiginoso, como la vida del protagonista, son todas ellas características que pigmentan soberbiamente ese universo miraflorino que tan bien conoce y retrata el Premio Nobel. Audaz, puntiagudo, a la vez que locuaz, su pluma no deja espacio para el desaliento, y si bien La colmena del también Nobel Camilo José Cela se ensalza por ser un espléndido ejemplo de cómo plasmar el eco coral de las voces de sus personajes, Los cachorros de Vargas Llosa, no dejan de sorprendernos en este sentido, pues el elenco de personajes que acompañan al protagonista Cuéllar (Choto, Cingolo, Mañuco y Lalo) son un magnífico remedo de ese arte coral llevado hasta las últimas consecuencias en la literatura. En este sentido, Vargas Llosa relata como nadie la vida de una persona marcada por un accidente vital; y lo hace en unas pocas páginas, porque no necesita más, ya que todas ellas son como un todo único, donde la acción y el discurso narrativo están tan magistralmente iniciados, planteados y resueltos, que no dejan opción para la duda. La vida de verdad, esa que transcurre en las calles de nuestra ciudad, está plasmada con una verosimilitud que elevan el valor de lo conciso a la categoría de obra maestra, pues en las páginas de Los cachorros está todo el vigor, la originalidad e interés de las obras más extensas del autor peruano, pero no así de su ambición literaria, porque de esa, Los cachorros tienen una fuente inagotable de talento.

Pichula Cuéllar representa como nadie los oscuros designios del diferente. La castración es sólo un símbolo que se ensalza sobre la vida de los protagonistas de la novela, aunque lo cierto y real de esta historia, es ese río oculto que transita por la parte de atrás de sus vidas. Ese trasunto que no mostramos por miedo y que en el caso de Cuéllar se primero se transforma en un afán por sobresalir para ser aceptado, para a continuación, convertirse en una forma de vida desmedida, que por temeraria asusta y se retroalimenta de la atención de los demás. Los cachorros es el retrato de la vida y obra de un joven, que sabiéndose diferente, lucha por seguir siéndolo, pero desde el lado equivocado, ese que hurga una y otra vez en las cenizas de la derrota. Aquí y allá nos encontramos ejemplos de malavidas que terminan en las cunetas más olvidadas y oscuras de la existencia, pero si acaso duele más, cuando acabas así teniéndolo todo a mano. En ambos casos, el problema siempre sigue siendo el mismo: ¿qué es ese todo? La excelencia del diferente puede ser igual de dañina que la del líder y superdotado que siempre se muestra como un rey sol divino, porque en ambos casos, transitamos por la senda de la desgracia más profunda e insondable: la búsqueda de una felicidad perpetua y permanente que no existe.

Artículo de Ángel Silvelo Gabriel.

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