Sé que ahora es más importante la forma que el fondo, la fanfarria que la mesura, el envase que el contenido; pero, inmersos una vez más en campaña electoral (¿dejamos alguna vez de estarlo?), aquí me tienen ustedes debatiéndome entre el tedio y el cabreo supino. También preguntándome: ¿Nos habrán visto los políticos cara de imbéciles? El otro día tuve oportunidad de ver un programa en el que unos niños de cinco o seis años entrevistaban a Pablo Iglesias y le hacían preguntas como ¿Cuál es tu postura con respecto a la fiesta de los toros? o ¿Qué problema tienes con Íñigo Errejón? Es cierto que el niño entrevistador lo llamó «Orejón» en vez de Errejón, pero fue el único momento en que las criaturas se salieron del guion. No costaba mucho imaginar al profesor y a los orgullosos padres fuera de escena haciendo aspavientos y soplando: «Venga, Jennifer, pregúntale por el sueldo mínimo». «¿Estás tonto, David? Dile que qué va a hacer con la educación concertada». Por supuesto las respuestas del entrevistado tenían el tono condescendiente y paternalista de que quien habla con un niño pequeño pero sin perder de vista que, obviamente, sus papás eran el público objetivo. Tengo entendido que el resto de los candidatos a la Moncloa pasará también por este novedoso formato y espero que algún niño se atreva a saltarse el guion y les haga alguna pregunta de cosecha propia como por ejemplo: ¿Vas a subir el precio de las chuches? Seguro que Mariano Rajoy se la agradece, porque permitirá demostrar urbi et orbi que ya ha aprendido que se dice «las» y no «los» chuches. Hablando de Rajoy, también he tenido oportunidad de ver un vídeo electoral en el que, bajo el sugerente lema de «Caminando rápido», el presidente en funciones intenta darnos a conocer su lado más personal utilizando como gancho la primera actividad que realiza cada jornada. «Siempre he preferido caminar rápido a correr» –explica él–. «Caminar rápido es mi manera de alcanzar objetivos. Porque, cuando no corres, tienes menos posibilidades de tropezar». Para ilustrar la metáfora se le ve a continuación recorrer a passo veloce los alrededores de Badajoz antes del amanecer (nótese también el sutil mensaje) mientras don Mariano nos explica que el Guadiana nace en las lagunas de Ruidera o señala dónde queda el puente viejo.
A juzgar por la campaña electoral anterior, pronto los candidatos acudirán a varios programas de televisión en los que harán gala de su destreza bailando zumba, cocinando con Bertín o desbarrancándose junto a Jesús Calleja por algún torrente proceloso. Es lo que ahora llaman buscar el lado humano de los políticos. Verlos como son en casa, en pantuflas, dando de comer a su perrito o cambiando los pañales de su hijo o, en su defecto, de algún sobrinillo o vecino, porque eso de que los hombres colaboren en las tareas de casa gusta un montón. Y yo me pregunto: ¿Seré yo la única rara? ¿Seré un espécimen en vías de extinción a la que le importa un ardite lo bien que Rajoy prepara los espaguetis carbonara, cómo juega a la petanca Pedro Sánchez, por dónde pasea su perro Pablo Iglesias o qué desayuna Albert Rivera? Tuve mi primera sospecha al saber que el vídeo de Michelle Obama haciendo flexiones en el programa de Ellen DeGeneres se ha convertido en uno de los más vistos del planeta y luego caí del todo del caballo al comprobar cómo subía la popularidad de Soraya Sainz de Santamaría después de bailar la sintonía de El Hormiguero con Pablo Motos. Visto lo visto estoy dispuesta a enmendarme. A partir de ahora intentaré adivinar cuál es el programa económico de Podemos por los productos que compra Pablo Iglesias cuando va al mercado rodeado de cámaras para hacerse selfies con los pescaderos y las vendedoras de fruta. ¿Y qué tal deducir el modelo autonómico de Pedro Sánchez por cómo come los calçots o bebe txacolí? Mucho temo que, visto lo visto, los abnegados votantes, además de aguantar el tedio de revivir la campaña anterior como el «Día de la marmota», deberemos convertirnos, además, en lectores de signos, intérpretes de intenciones, adivinos de programas políticos. Un planazo.
Carmen Posadas