A estas alturas nadie pone en duda que Juan Carlos Pérez de la Fuente es uno de nuestros grandes directores teatrales, pero lo que tampoco se debería cuestionar es su pasión por el teatro. El teatro, para Pérez de la Fuente, es una forma de vivir, y eso se nota nada más empujar la puerta de aquellas salas que ha dirigido. Ayer lo pudimos constatar al entrar en un remozado Teatro Amaya, reconvertido en un alegre y mágico cabaret, en el que aparte de su nueva mano de pintura, lo que primero que llama la atención es ese gusto innovador y vanguardista que Juan Carlos tiene sobre la escena. Ahí, en el hall de entrada, ya están presentes sus famosas botellas recicladas, que a modo de pequeños rascacielos, nos indican el camino del cielo como el verdadero sendero hacia los sueños. “La vida es sueño, y los sueños, sueños son”, nos decían los clásicos, a lo que nosotros podemos añadir, que el teatro que dirige y realiza Pérez de la Fuente es pura demiurgia onírica. La genial, innovadora y vanguardista idea de la escenografía, es tan universal y apabullante, que es capaz de convertir hechos muy dispares en una cadena de eslabones bien soldados, y así, el reciclaje del siglo XXI (lo que le sirve al director para mandarnos un mensaje subliminal acerca de la recuperación del género de la revista y las varietés) se une con el teatro que se hacía en España a mediados del siglo XX, y todo ello, bajo el particular reflejo de la historia de nuestro país y el universal manto de los sentimientos del ser humano, que en esta ocasión, le sirve a Pérez de la Fuente para rendir un sentido homenaje a las mujeres de carne y hueso.
Esa capacidad envolvente se traslada al patio de butacas y al escenario, porque la iluminación de la sala, atemperada con un fino y vaporoso efecto neblina, nos retrotrae de una forma fidedigna al ambiente de los locales de los años cuarenta tantas veces retratados en la filmografía patria. Esa sensación continúa en el escenario, sobre el que descansan unas sillas ordenadas con aspecto marcial, pero de las que se desprende una pierna de bailarina y unos abanicos a modo de respaldo, lo que diluye su inicial aspecto de rigidez. El inicio de la obra se plantea casi como un concierto de música moderna, donde los actores interpretan el primer número musical ante un público que todavía no se encuentra del todo ubicado, un efecto que enseguida se transforma en un apasionado y divertido seguimiento de la trama, donde los números musicales y las confesiones de los personajes se entremezclan en perfecta armonía de la mano de un montaje muy cinematográfico.
Otro de los grandes aciertos del director es la elección de hombres a la hora de representar a mujeres, si bien es verdad que no se trata de una idea original, pues ante el fracaso inicial de la obra en su estreno en París en los años cincuenta, una compañía bonaerense en los setenta dispuso tal cambio con un éxito rotundo. En nuestro caso, como digo, el acierto está en la elección de los actores, a cada cual más certero en la defensa de su personaje, pues todos ellos nos demuestran con creces la capacidad universal del ser humano a la hora de expresar sentimientos, pues más allá de ser mujeres u hombres, lo que transita por el escenario del Teatro Amaya son las ilusiones y fracasos en la vida de las personas, pues como muy bien nos decía Camus (entre otros), “el Hombre nace y muere solo”, pero también es feliz y sufre en soledad, pues nadie es capaz de salvarnos de nuestro propio destino. Un destino que en Orquesta de señoritas se traduce en la representación de mujeres de carne y hueso, y que acaba transformándose en un homenaje a las mujeres artistas, y por ende al teatro (al gran teatro), pero también, y ahí es donde reside el éxito de esta representación, a los diferentes prototipos de mujer, a lo que hay que añadir, que Pérez de la Fuente ha sabido llevarlas a nuestro terreno para hacerlas más nuestras si cabe, y situar sus vidas en los años cuarenta para que no se nos olvide que la vida no entiende de tiempos oscuros o de crisis, porque nuestra experiencia vital reside en el día a día que nos acompaña, donde debemos sortear sonrisas y lágrimas, ilusiones o fracasos o simplemente un término medio que llamamos ir tirando.
El elenco de actores elegido es magnífico, y es muy difícil decir que alguien está por encima del resto, pues todos ellos son capaces de interpretar a sus personajes de una forma más que convincente. En este sentido, más allá de las barbas o los pelos en el pecho, la dignidad de la figura de la mujer y del ser humano está fuera de toda duda, porque tras los labios pintados o las sombras de los ojos, vemos el amor y el miedo, representados de una forma limpia y transparente. Quizá, lo que más llame la atención es ese Juan Ribó (Doña Hortensia) con un más que llamativo parecido a la periodista Isabel Gemio, que mira, anda y se mueve como una perfecta alma femenina sobre el escenario; pícaro y cordial, enérgico y dicharachero es el perfecto maestro de ceremonias de esta Orquesta de señoritas, que como gran descubrimiento, nos presenta a un Víctor Ullate magnífico, y muy bien secundado por Francisco de Rojas es su papel de amante y pianista. Emilio Gavira se merece una mención aparte, porque no cabe otro calificativo que el de soberbio, obra tras obra este gran actor nos atrapa más y más en cada representación. Si Ullate es el descubrimiento, Juan Carlos Naya es el reencuentro con uno de los grandes actores de teatro de este país; injustamente olvidado, y al que de nuevo Pérez de la Fuente da la oportunidad (y acierta) de volver a los escenarios para que los espectadores puedan seguir disfrutando de sus dotes actorales (¡bienvenido, maestro!). Del mismo modo que tanto Luis Perezagua como Zorión Eguileor dan el contrapunto menos femenino, pero no menos acertado, a la hora de encarnar a unos personajes con su propio peso específico en la obra.
¡Que más decir!, pues que Orquesta de señoritas es el gran teatro rindiendo un sentido homenaje a las mujeres bajo la batuta del genial Pérez de la Fuente, cuyo próximo reto es relanzar el Teatro Amaya, y después de lo que ayer nos contó, no nos cabe la menor duda que lo conseguirá.
Artículo de Ángel Silvelo Gabriel.