Podrá nublarse el sol eternamente… Por Ana M.ª Tomás

 Estoy rodeada de claros y vivos ejemplos de lo que… podría llamarse la actual fugacidad del amor, imagino que como les ocurrirá a todos ustedes. Quién no tiene cerca, o conoce, algún caso de parejas que se han separado al año de casarse, algo después, o mucho tiempo antes… Mi récord conocido lo ostenta –a su pesar– una pareja que se mandaron a freír monas en el viaje de novios. Ella no aguantó con él la fecha del billete de avión de regreso y se agenció lo primero que pilló: uno de primera clase para volver desde el otro lado del mundo cuanto antes sin importarle que le costara más que toda la Luna de Hiel.

 Dicen nuestros mayores que ahora ya no se aguanta nada. Que la buena  convivencia consiste en saber ceder; hoy tú, mañana yo. Aunque yo opino que, si de aguantar se trata, me parece muy bien que ahora no se aguante nada. Sin embargo, creo que las cosas del querer no van por ahí: por el aguante. Cuando veo a matrimonios muy ancianos cogidos de la mano paseando, o comprando juntos, intentando ayudarse mutuamente en sus carencias, o mirándose a los ojos con un  amor que enciende sus apagados y empequeñecidos ojos por el tiempo… me ocurre lo mismo que cuando veo a una joven madre amamantar a su hijo: me digo para mis adentros que no hay nada más hermoso en el mundo.

 Hace unas semanas el filósofo Gustavo Bueno murió dos días después de haber fallecido su esposa. Habían vivido –¡vivido!– casados sesenta y tres años. A Patri, una amiga de una hija mía, le impactó el hecho. Me comentó que un anciano matrimonio –vecino de ella durante su etapa de universitaria– decía que morirían juntos porque no podrían soportar la vida sin la compañía del otro ni un instante. No tenían hijos. El hombrecico enfermó gravemente y hubo de ser ingresado en el hospital. La mujer quedó al cuidado de una joven latina que jamás olvidará que cuando llamaron del sanatorio para informar de la muerte del enfermo y ella fue a darle la noticia a la señora, de la mejor manera posible, la mujer también había fallecido con una plácida sonrisa en el rostro como si acabara de recibir la mejor visita de su vida. Y no, no son casos singulares. Unos trascienden porque sus protagonistas son conocidos o porque causan tanto asombro que los convierten en noticia. Pero ocurren, si no con relativa frecuencia, sí con asombroso desconcierto. La hermana de mi suegra siguió los pasos de su marido apenas unas semanas después. Y un muy querido tío mío de noventa y cuatro años, con ciento y un achaques, estoy segura de que aguarda el exitus1 de su mujer para secundarla. Y si no le ha tomado la delantera ya es porque ella lleva muchos años presa del alzhéimer, y supone que si él hace un mutis antes, igual ella no sabe cómo seguirlo ‘a cortar astros a la azul inmensidad’. A veces me solicitan mi opinión sobre el amor. Enseguida se me vienen ejemplos como ellos. Y pienso en mis padres, en la veneración con la que mi madre cuida de mi padre, o en él y en como –y cómo– sigue su embeleso tras más de sesenta años de convivencia.

Podrá nublarse el sol eternamente… Por Ana Mª Tomás

 Gustavo A. Bécquer definió la imperturbabilidad de ese tipo de amor en un conmovedor poema: «Podrá nublarse el sol eternamente;/ podrá secarse en un instante el mar;/ podrá romperse el eje de la tierra/ como un débil cristal. ¡Todo sucederá! Podrá la muerte/ cubrirme con su fúnebre crespón;/ pero jamás en mí podrá apagarse/ la llama de tu amor».

 Ignoro qué clase de pactos pueden hacer algunos matrimonios para que ni la muerte consiga desunirlos. Imagino que sería catastrófico para muchas familias, sobre todo si la muerte se produjera a una temprana edad, que uno tomara la senda del otro. Pero también pienso que, como en el caso del profesor Gustavo Bueno o en otros similares, en donde, tras una larga vida juntos, la muerte del compañero sería casi peor que la propia muerte, marcharse juntos de la mano camino de la barca de Caronte no deja de ser un hermoso broche de amor para cerrar el trayecto que durante tanto tiempo ambos eligieron recorrer juntos.

Ana María Tomás

Ana M.ª Tomás

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Un comentario:

  1. Me han emocionado esas imagenes ciertas del amor. Que, aunque a menudo nos llegan noticias de lo contrario, existe.
    Muchísimos besos, Ana.

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