¿Por qué votamos a quien votamos? Por Santiago Trancón

 

¿Por qué votamos a quien votamos? Por Santiago Trancón

(Foto: A.Galisteo)

Lo confieso: toda mi lógica, toda mi capacidad analítica queda hecha harapos cuando intento responder a la pregunta de por qué los españoles votamos a quien votamos. Yo, que me considero un ciudadano políticamente informado y responsable, sé a quién voto y por qué, pero en cuanto aplico mi racionalidad a los otros me sobreviene la duda, me sumerjo en el enigma, el misterio, el arcano. He de suponer que, como yo, cada cual tiene fundadas razones para decidir su voto, y serán seguramente tan racionales y válidas como las mías. Pero, si trato de analizar los resultados electorales en su conjunto, entonces no hay modo, toda mi lógica se desmorona.

            Simplificando, podríamos decir que hay tres grandes motivaciones para votar a un partido: su programa, su líder y sus mensajes. Los programas, aunque se presenten en forma de catálogo comercial, ni se leen ni se analizan en su conjunto, que es la única forma de valorarlos. La falta de ideas y principios se combina con vaguedades etéreas y medidas concretas de imposible o irrelevante aplicación.

Si pasamos a analizar a los líderes, el enigma se agranda. Tres cosas son las que pueden determinar nuestra valoración: su imagen corporal, su retórica y su historia personal. En mi libro Teoría del Teatro, analicé lo que llamé «la transparencia del cuerpo» y recogí una frase de Darío Fo: «si observas y sabes leer el lenguaje de las manos, de los brazos, del cuerpo, no se te escapa nada del embuste ajeno». La verdad siempre está en el cuerpo.

Yo no puedo sustraerme a los mensajes de la anatomía. Observo, por ejemplo, a Rajoy y veo que camina con esfuerzo, cierra los puños para darse impulso, las piernas tiran penosamente de su otro medio cuerpo; la piel de su rostro brilla en exceso y cuando habla las palabras tropiezan en su boca, de labios amoratados. Su retórica de la obviedad se embarulla con frecuencia y produce esos retruécanos deslumbrantes: «somos sentimientos y tenemos seres humanos»… En cuanto a su historia personal, nada le saca de una mediocridad gloriosa, salvo el trapicheo de los sobres, cuyo alcance y profundidad algún día conoceremos.

La anatomía de Iglesias puede llegar a obsesionar: pecho encogido, espalda curvada cerca de las cervicales, barriga caída e incipiente, piernas que tienden al arrastre, rajoydientes que están pidiendo una recolocación, cejas y rostro con signos de prematuro envejecimiento. Su aleteo de brazos, adelantando la cabeza, es gesto de matón que reprime con retórica edulcorada y condescendencia jesuítica. Su historia personal aclara hasta cegarnos lo que su corazón trata inútilmente de ocultar: una ambición personal desmedida. Sus mensajes son pura hojarasca, tan cambiantes como viento de marzo.

Rivera y Sánchez, desde el punto de vista corporal, no transmiten esa falta de armonía que vemos en Iglesias y Rajoy. El problema de Sánchez es su rigidez y voluntarismo, que se refleja en el gesto y el rostro encorsetado y la sonrisa forzada. A Rivera le falta reposo y solidez interna; no basta con dominar la impulsividad y la inseguridad.

Buscando aclarar el enigma, por tanto, yo le doy importancia a ese mensaje inconsciente de los cuerpos, que puede determinar el rechazo o la identificación con los líderes. No parece esto, sin embargo, un elemento decisivo, ya que no se corresponde con el apoyo de los electores, contradiciendo, entre otros supuestos, ese que otorga una enorme importancia a la imagen de los líderes.

Sólo se me ocurre una última explicación: que cada uno atiende sólo a aquellos mensajes que quiere oír, tanto para confirmar el sentido de su voto como para justificar su veto al resto de partidos. Cuando más (y a más gente) halague los oídos, alimente sus rencores, desvíe sus frustraciones, proyecte sus miedos, despierte expectativas, anuncie castigos, prometa dádivas, asegure privilegios, etc., tanto más eficaz será el mensaje. Es en esta zona pantanosa de las emociones y los sentimientos, no en la racionalidad, donde, al parecer, se dirime nuestro futuro.

Santiago Trancón

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2 comentarios:

  1. Creo que en parte tienes razón. Hay personas que se dejan llevar más por el corazón y la intuición que por el análisis, en este y en otros campos. Y es bastante peligroso.
    Un abrazo.

  2. Con esa explicación de nuestros líderes a través de «la transparencia» de sus cuerpos, se puede entender que ninguno haya arrasado en las elecciones, no hay mayoría absoluta. Incluso, el que ha ganado (sin quitarle méritos propios a él o a su partido) puede que haya sido no porque guste más, sino porque los otros gustan menos todavía. Y, ¡ojo!, no hablo de miedo. Esto se lo dejo a Pablo, que hace gala del refrán «no se consuela quien no quiere». No hay más ciego que quien no quiere ver.

    Gracias por su interesante reflexión.

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